XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 10, 38-42

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Gn 18, 1-10a
Salmo 14, 2-5
Col 1, 24-28
Lc 10, 38-42

1.- La hospitalidad de los pueblos de Medio Oriente es algo tan singular y característico que resulta algo proverbial y prácticamente sagrado. Este rasgo cultural es tan importante que no se puede descuidar para entender no sólo la primera lectura, sino también el evangelio de Lucas en este domingo.
En la primera lectura de hoy escuchamos un fragmento de Génesis en el que tres misteriosos personajes se presentan ante la tienda de Abrahán, en la encina de Mambré. Abraham no escatima esfuerzos para atender a aquellos tres huéspedes, ofreciéndoles todo lo que necesitaran para rehacerse del largo y caluroso camino. Igualmente, las dos hermanas de Betania ofrecen acogida y amistad a Jesús; especialmente Marta, que “se multiplicaba para dar abasto en el servicio”. Es esta una actitud que debemos cultivar. En una sociedad en la que todo el mundo mira por si mismo, y las puertas de las casas están cerradas, el evangelio nos invita a estar atentos, abiertos, acogedores, especialmente para los más necesitados.
La hospitalidad de Abraham ante al Dios que pasa, incluso como un necesitado, es premiada con la fertilidad, bendición incomparable en la mentalidad bíblica. Más aún, por su hospitalidad, Abraham se convierte en amigo de Dios e intercesor de estos pueblos, que han rechazado la visita divina y han llegado a profanarla con su conducta desordenada. Su pecado les ha impedido reconocer la presencia de Dios en medio de ellos al pasar por sus calles. (Sodoma y Gomorra).

2.- En el evangelio, vemos a Jesús, que precisamente elogia la hospitalidad de María por recibirlo, acogerlo e intimar con él. Es necesario abrirse al paso de Dios por nuestra vida. Es determinante que seamos sensibles y estemos atentos a su presencia para acogerlo, escucharlo y servirle como él quiere ser servido.
Todo esto se da diariamente no sólo en el culto y en la oración. Ahí comienza, y de una manera especial en la Eucaristía, pero si no nos lleva al encuentro con los demás, especialmente con quienes carecen de afecto, cuidados materiales, salud y, en fin de lo necesario, no podemos decir que estamos sirviendo a Dios plenamente.
En un mundo tan inhóspito y que facilita tan poco la comunicación amable entre las personas, la actitud de Abrahán y la de las dos hermanas Marta y María nos dan una elocuente lección de hospitalidad; nos invitan a tener un corazón acogedor para con los demás. No hará falta que cada vez les guisemos un ternero cebado como Abraham o que removamos toda la cocina como Marta. Muchas veces lo que los demás esperan de nosotros es interés, atención, una palabra amiga o un abrazo sincero.

3.- Pero además de la hospitalidad, hay algo más que quiere enseñarnos el Señor en este domingo, descubrir en el prójimo al mismo Dios, al mismo Cristo Jesús. Un teólogo cristiano, no católico, Karl Barth, comenta excelentemente la idea cuando escribe que “Cristo resucitado es todavía futuro para sí mismo”. Lo que quiere decir es lo que san Pablo dice aquí de otra manera: somos el cuerpo de Cristo; la comunidad cristiana completa es el cuerpo de Cristo. Tenemos que ir completando, a través del tiempo, en el cuerpo de la comunidad cristiana lo que falta a la pasión de Jesucristo y, al final, el Cristo total, cuerpo y cabeza, estará plenamente resucitado.
Y dar importancia a la oración, a la contemplación, a la escucha de la Palabra de Dios. Abraham ve a Dios en los tres peregrinos. Y las hermanas del evangelio saben que están alojando al Mesías.
Ante la queja de Marta, Jesús amablemente, le recuerda que “solo una cosa es necesaria: María escogió la mejor parte”, porque aprovecha la ocasión de que tiene al maestro en casa, y lo escucha. Lo esencial no son las cosas materiales, sino la escucha atenta de la Palabra de Dios que ilumina nuestras vidas.