XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 11, 1-13

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Gén 18, 20-32

Salmo 137

Col 2, 12-14

Lc 11, 1-13. 

1. En el camino de subida de Jesús a Jerusalén, el domingo pasado, con la escena de las hermanas Marta y María, Lucas subrayaba la escucha de la palabra de Dios como actitud del creyente. Hoy nos habla de la oración. Hoy no es ya una invitación a escuchar a Dios, sino a hablarle. Tema que va preparado como siempre por la primera lectura, con la figura de Abraham quien al conocer la intención del Señor de destruir a Sodoma y Gomorra, inicia el regateo, típico estilo oriental, con quien habría sido su huésped. Cuando se trata de lo suyo, Abraham no regatea nada; cuando se trata de salvar al prójimo, Abraham regatea hasta con Dios.

El relato subraya que Sodoma y Gomorra eran ciudades manchadas por el pecado, por eso queda más claro todavía que hemos de pedir misericordia para con el pecador y no castigo y, por eso, Abraham es ejemplo no sólo de fe, sino de amor y caridad cristiana.

El regateo de Abraham conecta con la impertinencia del amigo inoportuno de la parábola del evangelio de Lucas. Tanto Abraham como el amigo inoportuno insisten porque confían en el amigo que les escucha y porque se sienten responsables de los demás – Abraham, de los justos de Sodoma y el amigo inoportuno, del amigo que ha llegado de un viaje –.

Ahora y aquí, Abraham es modelo de perseverancia en la oración de intercesión, porque confía en Dios. Y a la vez es modelo del creyente que se sabe responsable de la suerte de todos los pueblos, porque es capaz de regatear ante quien sea para que nadie sea destruido.

Aunque parecería a él ni le va ni le viene, se muestra solidario con los pecadores intercediendo por ellos ante Dios. Y se vale de la bondad de los justos, que aunque pocos, podrán salvar a los injustos, aunque sean muchos. Y con la tenacidad del comerciante oriental que regatea, intentando bajar más y más el precio a pagar, Abraham presenta a los buenos ante su amigo Dios para que éste olvide la culpa de los malos y los perdone.

Ese regateo ha llegad a su culminación cuando uno solo, Jesucristo, se ha puesto para compensar la balanza de todos los demás, de la humanidad entera pecadora. Uno, el Justo, clavado en la cruz, perdonó los pecados de todos. Así lo expresaba san Pablo en la segunda lectura.  

2 - San Lucas es el evangelista que más veces presenta a Jesús como modelo de oración. Cristo Jesús, el Hijo amado del Padre, es el auténtico Mediador e Intercesor nuestro, que no solo oró por nosotros, sino que entregó su vida por solidaridad con la humanidad. Y de su ejemplo deriva que también nosotros, sus seguidores, tenemos que dar importancia a la oración en la vida cristiana. Precisamente sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar porque le vieron a él orando. ¡Cuantas veces el evangelista nos recuerda que Jesús oraba! Es más, insiste en la importancia de la oración pues nos recuerda que Jesús, siempre antes de iniciar algo importante, se retiraba a orar. Se concentraba ante su Padre, le consultaba, le daba gracias, le pedía ayuda.

Es una realidad palpable en nuestro mundo: Sodoma y Gomorra ciudades pecadoras y abominables, ciudades malditas. Madrid, México, New York, París, Roma, Brasilia…. El hombre quiere ser autónomo y ha arruinado al mundo: Prostitución, espectáculos pornográficos, homosexualismo, aborto, mafias, negocios ilícitos, drogas, corrupción, injusticia… Parece que no vivimos en un mundo redimido la salvación de Jesucristo y purificado por el amor del Espíritu.

Un mundo que clama castigo: La creatura se ha puesto contra su creador, el barro se ha levantado contra su escultor. Un mundo infrahumano de miseria, de opresión, de iniquidad. Odio y muerte. Lucha y violencia. Oscuridad y suciedad.

A pesar de todo el mal de los dolores, de los terremotos, del terrorismo, de la violencia y de la enfermedad y de la muerte, el Padre sigue amando a sus creaturas porque de la tierra sube el suave perfume de la oración del que se siente responsable de la suerte de los demás, oración de intercesión desinteresada, sencilla y confiada del niño, del joven, del hombre maduro, de la familia, del anciano, de la religiosa, del sacerdote que busca el bien ajeno que el propio y que hace que el Padre sea misericordioso. Oración insistente, llena de esperanza de quien confía en la bondad del Amigo y no se cansa de aburrirle  con su petición.

Los que queremos aprender a orar, hemos de imitar el desinterés de Abraham que intercedía a favor de los habitantes de Sodoma y de Gomorra, a pesar de que nada tenía que perder él. Y su insistencia que no le dejaba rendirse en su petición machacona, confiando en la bondad de su interlocutor, el Señor.  

3.- A la petición del discípulo que pide a Jesús le enseñe a orar, él contesta dando el ejemplo que resume su oración, el ejemplo que expresa su estilo de orar, su manera de dirigirse al Padre.

Cristo mismo nos dice cómo hemos de orar y qué hemos de pedir. Jesús dice que cuando oremos lo hagamos recitando el padrenuestro. No se trata de siete peticiones distintas; se trata de una sola petición, la única que importa, repetida de siete formas distintas. Recordemos que, en la mentalidad israelita, el siete es el número de Dios y, por lo tanto, de lo perfecto. Una cosa que haya sido pedida de siete formas distintas, o sea siete veces, es que ha quedado perfectamente pedida.

Según el Evangelio, Jesús dice que lo único que debemos pedir es el Reino de Dios (que Dios reúne), todo lo demás se nos dará por añadidura. Cuando Dios reine, su nombre será santificado; cuando Dios reine, se hará su voluntad en todo el universo; cuando Dios reine, se nos dará el alimento de cada día; cuando Dios reine, seremos perdonados y perdonaremos; cuando Dios reine, no caeremos en las tentaciones; cuando Dios reine, nos veremos libre del mal. Por todo eso: ¡Que venga su Reino!

Él se presenta como verdadero Maestro de oración pues enseña con su vida. El discípulo que se ha percatado de su ejemplo, encuentra en la fórmula del padrenuestro la oración perfecta, que él tan sólo se “atreverá a decir”, como afirmarnos respetuosamente antes de recitarlo en la celebración litúrgica.