XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 12,13-21

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Eclesiastés 1, 2, 2,21-23
Salmo 94
Colosenses 3, 1-5. 9-11
Lucas 12, 13-21

1. - La frase que centra la Palabra de Dios de este domingo es de Jesucristo: “Mirad, guardaos de toda clase de codicia” Toda codicia, viene a decir la Sagrada Escritura, es vaciedad sin sentido. Todo deseo de acumulación es vaciedad sin sentido y, desde luego, para quien cree en que quien debe reinar es Dios y no el dinero, un contrasentido anticristiano.
El Eclesiastés (el Qohelet) al contrario del autor del libro de Job y de los autores de muchos salmos, reflexiona en la monotonía de lo que existe en el mundo y de aquello por lo que se afana el hombre a fin de obtener un poco de felicidad concluyendo que todo es tan fugaz que es absurdo afanarse por algo. ¡Nada es para siempre! Según el autor sagrado, ni siquiera vale la pena ser virtuoso o santo.
Pero como este texto, que para algunos resulta tan escandaloso, es Palabra de Dios, hemos de entender en realidad que se trata de una invitación a colocarnos frente a lo que poseemos y hacemos con una actitud humilde y realista, ya que, por un lado, no podemos negar que todo eso nos proporciona alegrías y satisfacciones que son un gran estimulo para ocuparnos con sentido en las tareas de cada día; y por otro, nos recuerda el autor que todo eso es don de Dios. Así que, no nos quedemos con el mal sabor que nos pueden dejar unas frases entresacadas de la Escritura Sagrada.
Por lo demás, es muy útil para nuestra comprensión, saber que para la época en que se escribió este texto bíblico (s. III a. C.) todavía no existe enseñanza alguna sobre la retribución después de la muerte.
El texto sagrado nos enseña que nada de lo que tenemos o adquirimos con el esfuerzo, las habilidades y la inteligencia es absoluto, sino más bien, relativo. Esto nos ayuda tener, como cristianos, ¡si! alegría y gozo por lo bueno que pueda proporcionamos, pero al mismo tiempo, nos impulsa a buscar algo que nos asegure una felicidad perfecta.

2.- Por su parte san Pablo, en la segunda lectura, nos señala, en primer lugar la razón por la cual no podemos poner toda nuestra “esperanza y nuestra seguridad en las cosas” de este mundo; y esta razón, es que hemos resucitado, mediante el bautismo, a una vida nueva que, cada día, se va haciendo realidad misteriosamente de forma lenta pero progresiva y cada vez más firme por la obra del Espíritu en nosotros. En segundo lugar, el Apóstol nos indica claramente que lo más importante es buscar las cosas de arriba, no las de la tierra.
Jesús, en el evangelio según san Lucas, nos da estas mismas indicaciones a propósito de la petición de un hombre que le pide su intervención para que su hermano comparta con ella herencia. EI Señor Jesús nos previene precisamente contra la codicia, que no es otra cosa que el deseo desmedido, y a costa de lo que sea, de obtener lo que consideramos que nos dará seguridad y felicidad. El Señor asegura que los bienes materiales no aseguran en nada la vida.

3.- Por todos los medio de comunicación masiva, se busca inducirnos a creer que necesitamos mochas cosas para ser felices. Y, siguiendo al Eclesiastés, podemos aceptar que es cierto que los bienes materiales, nos dan cierto bienestar y resultan muy gratificantes, sobre todo cuando son el producto de nuestro trabajo. Incluso son necesarios para vivir de una manera digna de hijos de Dios.
Jesús nos advierte que hay valores más altos por los que hay que trabajar. Es necesario que aprendamos a hacemos ricos de aquellas cosas, que le interesan a Dios. Estas son las casas que valen para Dios: la misericordia, la solidaridad con los que menos tienen, el perdón, la paz, etc. Conviene, que vayamos comprendiendo cada vez más que lo mejor de tener es poder compartir; desde luego, de una manera responsable, por ejemplo, con quienes lo pueden utilizar en su desarrollo personal. No olvidemos lo que san Pablo nos dice, según el citando al Señor Jesús, Mayor felicidad hay en dar que en recibir.
En la Eucaristía tenemos, la mejor oportunidad de aprender a compartir a la luz de la Palabra de Dios y siguiendo el ejemplo de Jesucristo que compartió con nosotros su propia vida. También en esto la celebración dominical de la Santa Misa nos hace crecer en la amistad no sólo con Dios, sino también con nuestros hermanos. Nuestra presencia en la celebración eucarística no es una practica individualista y cerrada que nos haga olvidamos de todos para centramos en Dios. Al contrario, la Eucaristía implica un compromiso real y efectivo con los que menos tienen.