XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 12,32-48

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Sabiduría 18, 6-9.
Salmo 32
Hebreos 11, 1-2. 8-19.
Lucas 12, 32-48

1.- Es la fe, por la que esperamos y por la que amamos la posesión de Dios, a quien no vemos, el centro de las ideas de la liturgia de este domingo
Es la fe la que llevó a los israelitas a fiarse de Dios y sus promesas, según nos dice la primera lectura, sacada del libro de la Sabiduría. Es la fe la que les hizo conseguir su libertad de la esclavitud de Egipto y entrar en posesión de la tierra prometida. La fe común los llevó a la solidaridad en los peligros y en la posesión común de los bienes.
La solidaridad y la fe son exigentes.
En consonancia con eso, hoy la Palabra nos enseña, que el valor de nuestras acciones depende de la fe y la intención con que las hacemos.
El himno de alabanza a Dios, único y verdadero, que nos reporta el libro de la Sabiduría es un reconocimiento a la misericordia de Dios para con el pueblo elegido, cuando con una misma acción Dios castigaba a sus enemigos y salvaba a sus amigos. Este doble efecto de una misma acción es para el autor la señal inequívoca de la benevolencia de un Dios fiel que está cerca de sus fieles para protegerles y para castigar a quienes se oponen a sus proyectos de salvación. Pero esta acción ambivalente de la acción divina en la historia de Israel es también la razón del culto que el pueblo le ofrece.
La lectura nos da elementos que son propios de la liturgia como son: Los sacrificios, los himnos, el compromiso de solidaridad. El homenaje a Dios y el vínculo con la comunidad van unidos. El banquete en común expresa y corrobora ese vínculo con una sanción sagrada.

2.- Este pasaje bíblico nos enseña que en los actos ordinarios de cada día tenemos la oportunidad de agradar a Dios o de ofenderlo. Nuestras actitudes ante los bienes materiales y la manera de comportarnos con los demás es una oportunidad de servir al Señor o de rebelarnos contra él, que también usa de una misma acción para salvar y condenar. Dicho en otras palabras, honramos y servimos al Señor cuando compartimos lo que somos y lo que tenemos con nuestro prójimo y le servimos; así mismo, nuestras relaciones con el mundo y nuestra actitud ante las cosas que poseemos son la ocasión de relacionarnos con el creador de todas las cosas; son una oportunidad de diferenciar al Creador de sus criaturas de las cuales nos servimos para honrar la soberanía divina.
El autor de la carta a los Hebreos nos invita a reflexionar en la fe, no en su aspecto de adhesión existencial a Cristo, como en relación con la esperanza de alcanzar los bienes prometidos. Se nos describe la fe como algo que proporciona ya desde ahora lo que se nos promete; es un anticipo de lo que se va a recibir y es, a la vez, el fundamento, la garantía y el medio de saber y comprobar eso que aún no se percibe visiblemente.
La esperanza la necesitamos para esperar y desear aquello que no poseemos todavía, pero que vislumbramos como algo que nos pertenece como promesa, porque sólo podemos esperar lo que se nos promete o nos pertenece por vocación.

3.- Si creemos por la fe que hemos sido llamados a una vida superior en Cristo, tenemos derecho, más aún, tenemos obligación de trabajar por las cosas que no perecen. Ante todo, como enseña san Lucas en labios del mismo Jesús, hemos de estar atentos a su venida y no las cosas pasajeras de este mundo, como si ellas fueran nuestro destino y lo único que da sentido a nuestra existencia.
Y la mejor manera de estar atentos a su venida, con la cual nos hará partícipes del Reino, es precisamente hacer lo que nos toca en la rutina de cada día, de acuerdo con la tarea que se nos ha encomendado.
Vistas así las cosas, vemos que ser cristiano no es otra cosa que vivir la vida ordinaria simplemente bajo la mirada del Padre que nos alienta con su Espíritu a hacer vida el Evangelio en todos los actos y actitudes de nuestra vida.