XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 12, 49-53

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Jeremías 38, 4-6 8-10
Salmo 39
Hebreos 12, 1-4
Lucas 12, 49-53

1. - Mi paz os dejo, mi paz os doy. Una paz que el mundo no os puede dar, nos dice Jesús en el evangelio de san Juan. Sin embargo esta afirmación no parece concordar con lo que nos dice hoy en el evangelio. Y sin embargo, podemos estar seguros, con san Pablo, de que Cristo es nuestra paz y, con san Juan, de que sólo Jesús nos da la paz verdadera.
Ambas afirmaciones no se contradicen. Jesús, en su enseñanza de hoy nos da una luz para entender que hay una especie de paz que no es la verdadera, es más bien falsa como es la del mundo. ¿Cuál es ésta? Es la que se busca sólo para salir del paso, es más bien hipócrita, es esa que pretendemos establecer cuando decimos coloquialmente que “hay que llevar la fiesta en paz”. Es una paz que no dura, porque no parte ni de la verdad, ni de la justicia y mucho menos del amor.
La paz de Jesús es el resultado de la lucha, de la guerra contra todo lo que va contra la justicia, la verdad y el amor, en primer lugar. No es una paz romántica porque, y se logra después de una lucha muchas veces hasta con uno mismo. Esta paz va en contra de muchas certezas demasiado humanas y, por lo mismo, engañosas.
El creyente, el discípulo de Jesús alcanza la paz junto con la práctica del amor, la búsqueda de verdad y la defensa de la justicia. Por dura que ésta sea. Y, sucede mis hermanos, que no hay realmente expresión de amor que no incomode a terceros aún siendo amor verdadero. Verdad y amor son inseparables, y hay verdades que incomodan; y más cuando se dicen o se viven desde el amor a Dios y al prójimo.
Desde siempre, los hombres no soportan que se les diga la verdad. Y una de dos: O se tapan los oídos para no oír, o tratan de taparle la boca al que dice la verdad. Jeremías les dijo cosas muy duras a los grandes de su tiempo y un día lo hicieron callar matándolo. Cristo dijo tantas verdades, que no lo soportaron. La verdad duele; principalmente cuando “pone el dedo en la llaga”. Y existen muchas llagas en los hombres a través de los tiempos.

2.- Cuando se dice la verdad, no se soporta. No nos gusta que nos pongan en evidencia. No soportamos la voz de Dios
El libro del profeta Jeremías, nos relata, con lujo de detalles, la división y los problemas que ocasionó Jeremías precisamente por cumplir lo que era su misión y cómo la palabra de Dios, transmitida por medio del profeta, le conlleva a él mismo agresividad de parte de su propio pueblo. Nadie ha prometido al profeta verdadero, ventajas o regalías por serlo. La Palabra de Dios, la verdad, no es cómoda, ni diplomática. Jesús no dijo: yo soy la diplomacia, sino “yo soy la Verdad”. Nuestra obligación no es quedar bien con la gente, sino decir la verdad, transmitir la verdadera palabra de Dios.
La verdad sola, por sí misma, sin amor es, por lo menos, injusticia. Buscada y expresada, en cambio, desde el amor, nos pone en sintonía con el evangelio, pero es causa de sufrimiento para quien la expone.

3.- El profeta es aquel que anuncia la verdad más profunda de los hechos. No se queda, para no comprometerse, en un análisis superficial. Con frecuencia, la realidad de los hechos revela que en el fondo hay personas o instituciones que, en situaciones graves, no quieren asumir sus responsabilidades y sólo, como solemos decir, extienden cortinas de humo para distraer la atención y ocultar injusticias y mentiras. Por eso, quienes, llevados por el amor a Dios y al prójimo denuncian los abusos y los crímenes, no son bien vistos por los que ven afectados sus intereses económicos o políticos.
El autor de la carta a los hebreos nos indica cuál debe ser la actitud del cristiano: Desprenderse de todo aquello que impide una carrera permanente y con los ojos fijos en Jesús, único y verdadero modelo de la vida cristiana en la fe. Con Él no podemos, dice le autor, más que continuar sin perder el ánimo, hasta llegar, como Él, a dar nuestro propia sangre si fuera necesario con tal de ser fieles testigos del amor y de la justicia.
Jesús abrazó animosamente el desenlace de su vida por llevar a cumplimiento la misión por la cual vino a este mundo que es nuestra salvación, por medio del fuego del Espíritu purificador y vivificador. Para logarlo sabe que tendrá que pasar por los sufrimientos de la cruz.
Si queremos vivir en la paz auténtica, la que Cristo no da, hemos de empezar, cuanto antes, por hacerle la guerra al odio, la mentira, la soberbia... de nuestro entorno y tal vez, en nosotros mismos.