XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 14, 1. 7-14

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Eclesiástico 3, 19-21. 30-31
Salmo 67
Hebreos 12, 18-19. 22-24a.
Lucas 14,1. 7-14.

1.- El libro del Eclesiástico --conocido también como Sirácide-- es una obra que forma parte del grupo de libros conocidos como sapienciales. Se trata de un escrito sagrado que nos comunica la experiencia de un pueblo que descubre la profundidad de las cosas y los acontecimientos ordinarios de su historia y de la vida cotidiana. Este libro, junto con el de Proverbios, especialmente, nos muestra que podemos tener la experiencia de la cercanía de Dios, a partir de las cosas más sencillas y ordinarias, de lo pequeño y pobre del acontecer humano. Nos hace entender que la verdadera sabiduría se nutre de lo aparentemente insignificante. Así nos habla del trabajo, de la alegría, de las relaciones humanas, de las virtudes y, en general, del saber.
El pasaje que escuchamos este domingo, nos habla hermanos de la solidaridad y de la humildad. Nos enseña que mientras más grande e importante es alguien, más debe hacerse pequeño ante Dios y ante los demás.

2.- Jesús dirá, en su momento: el que quiera ser el primero, hágase el último, hágase el servidor de todos. Si alguien dice servir no puede considerarse por encima de aquellos a quienes pretende servir. Debe hacerse solidario, es decir, igual, porque así es. Esta es la verdad. Hay que hacerse “pequeños” porque Dios revela sus secretos a los humildes. Dios es “misericordioso”, palabra que significa, precisamente, que tiene un corazón inclinado hacia los míseros, hacia los que, según nuestros criterios ordinarios, no lo merecen.
Jesús nos señala un camino muy seguro para buscar la humildad. Es precisamente la solidaridad. Ordinariamente tendemos a buscar el trato con los que más tienen ¡siempre hay alguien que tiene algo que necesito! Y a veces nos comportamos hipócritamente con aquellos de quienes podemos sacar algo. Pero tarde que temprano aparecen los verdaderos motivos de esas relaciones tan buscadas. Pero cuando, como nos indica Jesús, damos cabida en nuestra vida más bien a los que no tienen, a los necesitados, a los marginados, a los que nos cuentan en sociedad, entonces, podemos estar seguros de que también seremos, como ellos humillados. Correremos su misma suerte.
Es ésta la única manera de ser humildes. La humildad sin humillación es autocomplacencia. Buscar la virtud por la virtud en sí misma es muy engañoso. Podemos estar seguros de que mientras más queramos ser humildes y virtuosos, menos lo conseguiremos.

3.- Hemos de vivir con naturalidad y con gratitud lo que somos. Podríamos decir que la humildad comienza con la aceptación de uno mismo, así como la aceptación caritativa de los demás tal como son. Porque la no aceptación de los demás y de uno mismo no es otra cosas que soberbia. Cuando a pesar de la lucha y del esfuerzo no conseguimos superar las fallas y las tendencias que nos humillan y nos hacen sentirnos menos que los demás y, aún así, podemos dar gracias a Dios por lo que nos da, entonces podemos decir que es posible que estemos viviendo o intentando vivir la humildad.
Así que cuidémonos de preocuparnos por ser humildes, cuando despreciemos a los pobres y pequeños y andemos sólo procurando el trato con aquellos que cuentan en la sociedad.
La Palabra de Dios nos enseña a ser verdaderamente humildes cuando, al contemplar le condescendencia de Dios hecho hombre y muerto y resucitado por amor a nosotros, no nos queda más que agradecer tanta bondad y misericordia de quien se hizo solidario con nuestras limitaciones y miserias.