I Domingo de Adviento, Ciclo B

Mc 13, 33-37

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Is 63, 16b-17, 19b; 64, 2b-7
Salmo 79, 1-19
1Cor 1, 3-9
Mc 13, 33-37

1. Una de las situaciones humanas más explotadas por la literatura, el cine y el teatro es la de la espera, el tiempo tenso y vigilante de un hombre esperando algo, o sobre todo, a alguien. Y cuando el que o lo que debe llegar no nos es indiferente, sino todo lo contrario y el tiempo de su llegada es incierto y, finalmente, cabe incluso la duda sobre el mismo hecho de la llegada, entonces la espera se convierte en un duro ejercicio de esperanza, en una lucha entre la duda y la certeza, la impaciencia y la paz, el deseo y la lógica. Pocas situaciones humanas pueden competir con ella a la hora de definir la elección de una persona concreta

2. Comienza para la Iglesia una situación de espera.

Entramos en el Adviento, compás de expectativas ante la llegada de Dios. Tiempo que es un a síntesis de toda la existencia religiosa definida como una espera permanente: El final de cada existencia personal y la recapitulación de toda la historia cósmica.

Dios llegará (venida gloriosa al final del mundo), ha llegado (venida histórica a Palestina), y está llegando (venida sacramental, hoy); son las tres esferas que se reparten la totalidad de la esperanza cristiana. Dios que nos nos visita todos los días a través de múltiples signos de su presencia en nuestra vida, nos visitó ya de una forma definitiva con la presencia mesiánica de Jesús, y volverá al final del tiempo, en ese punto “omega” de Teilhard, que redondeará la evolución del universo todo.

3. Dos conclusiones se derivan de la imprevisibilidad de su llegada: La iniciativa le pertenece a Dios; el hombre ni puede acelerarla ni frenarla; hay un momento (un “kairós”) determinado en nuestras vidas en que Él pasa; no lo podemos prever; hay que vivir por lo tanto, en permanente espera. Y ésta es la segunda conclusión: Vigilar, permanecer a la escucha, escuadriñar la tiniebla, estar preparados. Es una exigencia constan te del Evangelio: Velad, permaneced despiertos, que no sabemos cuando vendrá el Señor. Un error de cálculo sería irreparable.

Es obvio que la espera no tiene nada de pasividad. Al contrario, su dinámica es activa. Se nos recuerda, incluso, la responsabilidad de esta etapa: “De hecho no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”. Hemos sido perfectamente te equipados para estar despiertos, con “los dones de la gracia” que Dios nos ha dado. Cruzarse de brazos, adormilarse y olvidar que esperamos son tres tentaciones posibles y graves.

5. Pero la espera nos enriquece. Y señalamos el aspecto quizás más importante de esa actitud: Esperando somos libres, debemos sentirnos desligados de todo lo accesorio. Nadie se enreda los pies con maromas antes de emprender una carrera.

El Dios que derrite distancias nos empuja a derretir los montes que nos separan de los hermanos, a bajar hacia ellos. Esa es nuestra tarea: “..y dio a cada uno de sus criados su tarea”