III Domingo de Adviento, Ciclo B

Jn 1, 6-8.19-28

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Is 61, 1-2a.10-11
Salmo Lc 1, 46-54
1Ts 5, 16-24
Jn 1, 6-8.19-28

1. En plena sociedad de consumo todo está previsto, hasta lo más inverosímil. Cuando un hipotético ciudadano de nuestro mundo consumista necesita algo, por muy imprevisible que resulte, encontrará una iniciativa organizada para suministrarselo. Piénsese, por ejemplo, en esas agencias de viaje que preparan hasta las “sorpresas” espontáneas que han de cautivar al ingenuo turista, o en esos repletísimos supermercados donde cualquier excentricidad culinaria esta prevista. De esta forma se suprime la iniciativa personal o se la reduce a algo puramente banal. Hay, esto es evidente, una suplantación de la personalidad individual, de la búsqueda y, por lo tanto, del gozo del encuentro.

2. Normalmente, todo esto se refiere al plano de las necesidades materiales. Pero no solo. Se intenta incluso provocar lo que son intransferible vivencias personales: Sustituir a la persona; y se promocionan “sentimientos estandard”, recetas para la felicidad personal, suministros espirituales. Sólo los muy ingenuos o los espiritualmente muy pobres caen en la trampa, en ese callejón sin salida de quienes pretenden convertir la persona humana en un producto de serie.

Una de las carencias básicas del hombre contemporáneo es la alegría. No faltan sugerencias que, a un bajo precio, intentan asegurase un mínimo de estímulos alegres. Repasese la lista de anuncios de cualquier periódico o cotémplese una serie de “spots” en la televisión. Es fácil concluir que si tanto se ofrece la felicidad y la alegría es porque hay un auténtico déficit social de las mismas.

3. Pero la alegría, si es honda y no puro disentimiento mecánico, es insustituiblemente personal e individual. No hay “cosa” u objeto que pueda devolvernos la sonrisa perdida, el gozo interno, la satisfacción completa. Lo accesorio, si, pero no lo sustancial. Sólo cuando dentro de nosotros nace la aceptación personal, la tranquilidad ante la tarea bien hecha, ante el deber cumplido, la honestidad y la coherencia entre proyectos y realizaciones, aunque éstas sean siempre inferiores, surge la alegría.

La Palabra de Dios es una invitación a descubrir con alegría a Dios que está por llegar en Cristo Jesús.

4. En medio del desierto de la historia resuena una palabra que nos llama a lo esencial de la fe, a la confianza y a la docilidad en el Señor. Hay que ponerse en marca, hay que preparar “el camino del Señor”, a través de la escucha de la Palabra y de la conversión sincera. Hay que enfilarse hacia el Jordán para atravesarlo y sintonizar con la novedad de Cristo que llega. El adviento nos invita a emprender un camino que coincide con el de la solidaridad con los que sufren y son despreciados, una peregrinación de fe y de esperanza que va anunciando un mundo nuevo.

La “buena noticia” fue ya anunciada por los profetas, sólo que ahora encuentra su cumplimiento definitivo y aparece claramente el significado de lo que se había proclamado siglos antes: El Mesías esperado en Jerusalén, el Pastor de Israel que conduce en brazos a sus corderos, la Gloria del Señor que todo hombre podrá ver, es Jesús de Nazaret.

Abrirse a esta Palabra es abrirse a la gran alegría que inunda toda nuestra vida.

5. Y, sin embargo, no podría entenderse un cristianismo que se no fuese experiencia de alegría. No podemos convertir la experiencia religiosa en una acumulación de frustraciones y tristezas, El adviento, cuajado de esperanzas, nos esta invitando a ello. Como hoy se nos dice, “esperamos un cielo nuevo y una nueva tierra en la que habite la justicia” Es justamente la esperanza la que nos permite ser alegres, frente a tantas cosas que aquí abajo nos convocan a la tristeza. Pero algo, más allá, nos invita a una inalterable esperanza alegre.