III Domingo de Adviento, Ciclo B

Lc 1, 26 – 38

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

2 Sam 7, 1-5.8b-12.14a
Salmo 88
Rom 16, 25-27
Lc 1, 26 – 38


1. La actitud de David nos pone frente a una realidad que es parte vital de nuestra Iglesia, de nuestra comunidad creyente.

El humano deseo de David de dar una casa a Dios, delata nuestro deseo religioso de tener a mano, acomodar a Dios en nuestra vida, tenerlo a nuestra disposición.

Podemos caer en la tentación de intentar hacer negocio con Dios, de mercadear la salvación o el perdón de nuestros pecados, de ofrecer nuestros sacrificios y nuestras devociones como una forma de “comprar” a Dios la salvación que necesitamos, o la curación de una enfermedad, o la solución de un problema, o tantas otras cosas que podemos utilizar como objeto de nuestras necesidades.

Natán portavoz de la voluntad de Dios contradice ese deseo para convertirlo.

No somos nosotros quienes tenemos que dar hospedaje a Dios, es al revés, es El quien nos habita, nos acompaña, porque es Dios-con-nosotros.

2. Próximos a celebrar la Navidad, la liturgia nos coloca ante este grito humano de comunión, de cobijo, de ser alojados en la casa del otro, necesidad de hogar. Algún sociólogo ha hablado de “un mundo sin hogar”. Frente al desamparo nuestro Dios quiere revelarnos que el es el Dios compañero, “yo estaré contigo…” quizá no el Dios “colega” al que podamos manipular, que nunca nos contradice ni delata nuestro pecado.

A veces un Dios compañero incómodo de nuestro vivir. Por que nos empuja vivir en verdad, a caminar con los hermanos, a mirar en las cunetas de los caminos, en los márgenes , y detrás de las vallas. El Dios que salta la valla de su divinidad para hacer camino en nuestra historia, siempre nos invita a saltar las vallas y los valles que nos separan de los hermanos.

3. Pablo nos habla del misterio de un Dios que en Cristo ha querido hacerse cercano, humano, Dios inteligible, para acercarnos y asumirnos en ese misterio: “Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura…”

Toda la grandeza del misterio pasa por una situación humana pequeña, una mujer del pueblo, sin nombre, Virgen, que es invitada a entra en este plan salvífico desconcertante e insensato: Dar a luz al hijo de Dios, sin conocer varón. La disponibilidad de María, su sí nos dispone a celebrar el cercano misterio de la Navidad.

El temor de María – “No temas María” – pone nombre a nuestros miedos, cuando Alguien irrumpe en nuestra vida y comenzamos a abismarnos en el misterio del Dios con nosotros. Nuestra vida se debate en esa tensión nunca resuelta del todo: Necesidad del Otro y de los otros que nos habiten, acompañen nuestro vivir, pero por otra, la dificultad de hospedar al Otro y a los otros, el miedo a perder y a perdernos…No queda otra que dejarnos llevar de la mano de María, primera creyente y Madre, para adentrarnos en el misterio de la Navidad.