Solemnidad. La Natividad del Señor

Jn 1, 1-18

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Is 52, 7-10
Salmo 97, 1-6
Hb 1,-6
Jn 1, 1-18


1.- Nos ha dicho san Juan en su hermoso prologo: “En el principio... el Verbo se hizo carne y habito entre nosotros”. Es un poema a la Palabra de Dios. Juan quiere poner en relación el inicio absoluto de todo con el misterio del nacimiento de Jesús en Belén, Palabra definitiva del Padre. Y por ello, Dios puede expresarse y es audible. Dios puede expresarse con palabras y se hace oír.

La Navidad conmemora el misterio de Dios hecho hombre. El Hijo eterno de Dios Padre se convirtió, por un segundo nacimiento en el Hijo de Dios en el tiempo.

El niño “acostado en un pesebre” no es precisamente un niño puramente humano ni tampoco un ser divino bajo apariencias humanas, sino más bien que es divino y humano, el “Dios-hombre”, el “hombre-Dios”: Jesucristo.

2. La Navidad constituye la gran noticia, la buena noticia: “Hoy os ha nacido un Salvador”. La Navidad no es, pues, un recuerdo nostálgico de algo que ocurrió una vez en el pasado y que ahora recordamos sentimentalmente. La Navidad no puede ser sólo sentimentalismo de unos días. Tenemos que acercarnos al misterio de Dios a partir de la luz de la Pascua del Señor Resucitado, es decir, como creyentes que han visto sus vidas transformadas por el encuentro con el Señor.

La encarnación no es algo que ocurrió en el pasado, sino una realidad actual. Hoy, en nosotros, Jesús tiene que nacer, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen. En efecto, no hay otro Jesús. A Jesús no lo podemos separar de la persona de María y del Espíritu. Son ellos los que forman a Jesús en nosotros, los que nos transforman en Jesús.

Aparentemente, hoy como ayer, la historia parece determinada por los poderosos de este mundo, que controlan la vida de todos y deciden sobre nuestro futuro. Los demás apenas contamos para poder expresar nuestros deseos.

El proyecto de Dios, en cambio, es muy distinto. Para Él, son los sencillos, como José, María y los pastores, que no aparecen en nuestros libros de historia, los que hacen la historia, esta historia de salvación. Todos soñamos con una organización del mundo mucho más participativa, que respete los derechos de todos los pueblos. La salvación, la ruptura de nuestros límites y cadenas, nos ha venido, no de la fuerza de un héroe libertador, sino de la entrega de Jesús a favor de nosotros.

Dios se hizo niño para tener un rostro de hombre, para compartir nuestra aventura humana, para amar como hombre, sufrir como hombre e indicarnos el verdadero camino de la felicidad y la salvación. La salvación nos viene a través de un niño que reposa en un pesebre. Es en la debilidad humana del niño, de los pastores, donde brilla la salvación de Dios. Dios no es un ser omnipotente, infinito e inmutable, alejado de todo lo humano, sino que es uno de nosotros, solidario con nuestra historia de sufrimiento, confiado a los cuidados de los hombres. Es el mendigo de amor que llama a nuestras puertas.


3. Dios se hace hombre para que el hombre pueda entrar en la intimidad de Dios. Dios se hace hombre, para que el hombre se haga Dios. La vida del hombre ha quedado transformada por la encarnación de Dios. Jesús es verdaderamente el centro y la meta de la historia humana. Una historia marcada sobre todo por la búsqueda de la libertad frente a todas las esclavitudes que no permiten realizar la vocación de hijos de Dios.

La meta de la historia es el hombre en plenitud, el hombre tal como ha sido realizado en la persona de Jesús, es decir de manera divina. Dios toma mi debilidad para darme su gloria.

Y ese que transforma nuestra vida, el recién nacido en Belén, es la Palabra, el Hijo de Dios, perfecta revelación del Padre. Es la gran paradoja del misterio de la Navidad: La Palabra de Dios se manifiesta hoy en un Niño que no sabe hablar. Sin embargo, en su humanidad, nos revela a Dios infinitamente más que cualquier visión sobrenatural o discurso humano por profundo que sea.