II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Jn 1, 35-42

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

1S 3, 3b-10-19
Salmo 39
1Co 6, 13b-15a.17-20
Jn 1, 35-42


1. Jesús comienza su actividad pública. Antes de este comienzo es bautizado por Juan en el Jordán. Después, Jesús irá llamando, poco a poco, a sus discípulos para encomendarles la misión. Ser continuadores de su tarea después de la ascensión a los cielos.

Hoy sigue teniendo radical actualidad la pregunta de Cristo, tal y como la expresa el evangelio de san Juan: “¿Que buscáis?”.

El hombre de cualquier tiempo de la historia se define por sus búsquedas. También el hombre de hoy. Y en esta permanente búsqueda, jamás satisfecha del todo, estriba la grandeza y la dignidad del hombre. Cuanto el hombre ha construido de digno tiene en su arranque una voluntad de búsqueda, y la cultura, el arte, la filosofía, la política, la economía, el amor... responden a numerosos interrogantes que el hombre se formula en los más variados terrenos.

2. El problema del hombre no consiste en buscar, sino en acertar qué debe buscar, cómo debe buscar, en dónde debe buscar. Hay preguntas irrelevantes en la vida humana y, en consecuencia, las respuestas resultas insignificantes. Hay preguntas que reclaman sostenido esfuerzo de búsqueda, y por ello, las respuestas no pueden ser inmediatas.

Hay esfinges que no responden; hay charlatanes que contestan sobre lo que desconocen; hay excesivos ruidos y clamores que no permiten escuchar las respuestas válidas... La búsqueda del hombre apunta, sea o no consciente el hombre de ello, hacia una plenitud de liberación, y en tanto no se le brinde respuesta satisfactoria a su permanente peregrinar investigador, el hombre se sentirá frustrado o acabara por elegir respuestas sin contenido válido. El hombre busca “suplemento de alma”.

3. El fenómeno religioso, como dimensión radicalmente humana, se sitúa en un complejo juego de preguntas humanas y de respuestas divinas, o mejor, el hombre es búsqueda porque, desde lo mas intimo e interior del hombre, Dios se le está ofreciendo inesquivablemente como respuesta y plenitud.

Al Cristo que interroga: ¿"Que buscáis?”, le precede el Dios de Jesús que, previamente está como ya diciendo “Venid y veréis”. Aquí se centra la originalidad del Dios revelado en Jesús. Para el creyente en Jesús, el hombre es lo que es ––como búsqueda, como saeta disparada hacia una diana, como sed de eternidad, de santidad y de verdad–– porque Dios ha tenido la iniciativa de proponer a todo hombre un destino de liberación y plenitud que llamamos salvación. La constante histórica del hecho religioso a través de las generaciones y bajo todos los cielos sólo resulta explicable desde la afirmación evangélica de que Dios llama a todo hombre a su salvación. Sin esta clave, el hombre resulta absurdo y contradictorio; y la angustia seria, en definitiva, la situación propia ––y estéril–– del hombre y de todos sus empeños.

4. Esta dimensión religiosa del hombre se vicia y desnutre cuando la búsqueda humana se equivoca sobre el objetivo que ha de perseguir, sobre la tensión con que ha de de buscar o sobre las realidades y las personas que pueden ofrecer respuestas satisfactorias. Mas se desnutre aún cuando el hombre renuncia, consciente o inconscientemente, a su definición de perpetuo buscador.

La actitud del joven Samuel ––que nos evoca la primera lectura bíblica de hoy–– debe definir al creyente… “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Sin esta postura interior de dejarse penetrar por la Palabra de Dios, el hombre dimite de su vocación o acaba por encontrar únicamente respuestas banales.

Esta respuesta de Samuel es vista desde el Nuevo Testamento como la mediación eclesial de la llamada de Dios. El Dios que llama confía en esta mediación.

5. San Pablo en su carta a los cristianos de Corinto, apunta por donde discurre la Palabra que Dios dirige al hombre. Se trata en definitiva, de una palabra que, entre otros varios capítulos, comprende uno de capital importancia: No es lícito explotar al hombre ni en su dimensión terrena ni en su dimensión espiritual. a nadie le está permitido mercar con el hombre, con su dignidad, con su libertad, con su igualdad de derechos y deberes, con su vida. Y esto, sencilla e impresionantemente, porque el hombre está muy por encima de todo bien terreno. Dice el Apóstol: “No os poseéis en propiedad porque Dios os ha comprado pagando un precio por vosotros”.