III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Mc 1, 14-20
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
1Jon 3, 1-5.10
Salmo 24
1Cor 7, 29-31
Mc 1, 14-20
1. La contemplación de nuestra sociedad, del mundo contemporáneo, no
produce ––no debe producir–– excesivo entusiasmo. Una espesa capa de “smog”, de
contaminación moral, desfigura y hace casi desaparecer los valores mas
arraigados en el alma colectiva de la humanidad. Lo que los hombres de hoy hemos
sido capaces de crear no es, ciertamente, digno de admiración alguna. Hay
demasiados egoísmos, un cúmulo infinito de vanidades, una feria de hipocresías y
una latente atmósfera de odios que corta el aliento de las pocas personas puras
que aún se permiten el lujo de respirar a pulmón abierto.
No hago ––no podría–– ninguna valoración comparativa. Tal vez la historia de la
humanidad ha sido siempre así, e incluso peor. Es muy posible ––quiero creerlo––
que la evolución humana sea tan progresivamente lineal como pretenden los más
optimistas filósofos de la historia. Pero, ciertamente, lo que el mundo ofrece
hoy a nuestros ojos no es grato, ni reconfortante, ni permite emitir exultantes
diagnósticos.
2. Para un cristiano, esta visión de la actualidad puede conducir
paradójicamente, a una crecida esperanza. Al fin y al cabo, nada negativo puede
concluirse de una contemplación objetiva de la humanidad en este momento
histórico. La conclusión es clásica: El mundo necesita redención; los hombres
exigen ser salvados y lo piden a gritos; la gracia es algo gratuito que Dios
concede no a los que se sienten con derecho a ella, sino a los que, desde su
pobreza, la suplican.
Una impresión parecida debió experimentar el profeta Jonás cuando Yahvé-Dios lo
empuja a pregonar la conversión a Nínive, una de las grandes metrópolis, donde
la humanidad había prosperado en todo género de “novedades”. Hay en el alma del
profeta una clara coincidencia histórica: La depravación, el mal, la regresión
moral habían hecho su sede en “la gran capital”. Para él, aquélla era en
realidad una “misión imposible”, un riesgo inútil, un optimismo sin fundamento.
Pero la gran sorpresa es que aquel mundo de perdición, la ciudad maldita, es
susceptible de conversión, de gracia, de misericordia. El profeta Jonás invita a
la ciudad de Nínive a la conversión: “Dentro de cuarenta días Nínive será
arrasada”. La conversión se produce, la destrucción no.
Cuando todo estaba ––aparentemente–– perdido surge la luz, la esperanza, la
conversión. Y es el profeta el que debe rectificar su visión, sus convicciones y
abrirse ––también él–– a la contemplación de la ilimitada capacidad de Dios para
convocar a los hombres a un “año de gracia y de perdón”.
3. Esta constatación ––unida a tantas otras similares–– impide a un cristiano el
pesimismo. Dios ––dice nuestro refranero–– escribe derecho con líneas torcidas.
La gracia ––afirmaría el filósofo cristiano de la historia–– se impone sobre la
tragedia humana. Sólo así, ante el triste espectáculo de un mundo dormido, cruel
y ridículo, es posible ––todavía–– la esperanza. Bendita sea.