VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 2, 1-12

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Is 43, 18-19.21-22.24b25
Salmo 40
2Co 1, 18-22
Mc 2, 1-12

1. Una mínima coherencia intelectual lleva a aceptar el milagro. Dios puede intervenir, desbaratándolas, en las leyes de la naturaleza. Negar esta posibilidad implicaría una negación mas grave: Dios esta atado por unos parámetros fatales, superiores a su libertad absoluta. Y, al mismo tiempo, sería decir no a esa posibilidad comunicadora sublime que de alguna manera justifica el milagro. Dios no hace juegos malabares, ni ama el exhibicionismo circense; cuando un milagro se consuma hay que remitirse a un esfuerzo comunicante de Dios con el hombre.

2. Contra lo que muchos sostienen, creo que el milagro físico ––la curación de un enfermo, una multiplicación inexplicable etc.–– es mucho más inteligente que otros hechos menos aparatosos, pero más profundos. Otra cosa es que el incrédulo acepte el reto religioso de esos hechos, pero la aceptación de “lo milagroso” no me parece imposible, en su totalidad reveladora, sin una previa plataforma de fe. Sólo un creyente podrá aprehender en el hecho “milagroso” su significación religiosa; el increyente se quedara en la cáscara de la “milagreria”, en la superficie misteriosa de la realidad física, sometida hoy, por otra parte, a tantas imprecisiones científicas y a tantas fronteras diluidas. En definitiva, en mi opinión, el milagro o se acepta religiosamente o apenas dice nada, porque siempre quedaran abiertas unas posibilidades de interpretación paranormal que hoy sobre todo encajan con normalidad en la psicología humana.

3. Las masas seguían a Jesús, en gran parte, atraídas por su carácter espectacular. No había, en una gran mayoría, profundidad religiosa alguna. Esto, por otra parte, sucede con casi todos los fenómenos de masas. La multitud estaba dispuesta a tragarse, uno tras otro, todos los gestos proféticos de Cristo, que sana y libera a los enfermos, sin apenas digerir la capacidad simbólica de cada curación y de cada liberación física. La fascinación de sus milagros que quedaba muchas veces en la superficie; un resto, sin embargo, calaba la profundidad.

Ese día, en Cafarnaún, según cuenta Marcos, el escándalo se produjo no por el milagro físico ––la curación de un paralítico, sino por el milagro espiritual ––el perdón de los pecados––, y los que habrían aceptado, apenas sin inmutarse, un milagro “que se ve”, se niegan a admitir el hecho ultrafísico. ¿Qué es más fácil, perdonar los pecados o curar el cuerpo? Jesús concluye de que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados, lo demuestra con la curación del paralítico.

Lo maravilloso es siempre más atractivo, espectacular y en el fondo divertido por lo profundamente mistérico, que invita a la reflexión y desnuda el alma. Cristo lo sabía. Y por eso actuó con una excepcional pedagogía religiosa.

4. Hoy también la gente se arremolina en torno a milagrerías pintorescas, algunas veces bufas. Y surgen aquí y allá santeros y milagristas, revelaciones y curaciones aparatosas. La Iglesia, en su escueta y sobria realidad mistérica, ofrece tal vez a esta gente menos atractivos sensoriales. Pero ella es, hoy por hoy, el gran milagro, el ámbito privilegiado donde Dios entra en comunicación con el hombre.