Miercoles de Ceniza, Ciclo B

Mt 6, 1-6, 16-18

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Jl 2, 12-18
Salmo 50
2Co 5, 20-6,2
Mt 6, 1-6, 16-18


1. La Cuaresma, que hoy iniciamos, es un tiempo propicio para confrontar nuestra vida con la Palabra de Dios, que ilumina el itinerario de los creyentes. Es un tiempo idóneo para vivir más de acuerdo con los mandamientos de Dios, que nos abren el camino de la vida. Es un tiempo favorable para pedir perdón de nuestros pecados, y volver al Señor y dueño de nuestra vida, como nos invita el profeta Joel: «Volved al Señor vuestro Dios, porque él es misericordioso y compasivo, lento a la ira y rico en clemencia».

2. La misericordia de Dios es infinita y su corazón sublime está siempre dispuesto a perdonarnos. San Pablo exclama: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo». Sus entrañas de Padre expresan su inmensa compasión hacia los hombres: «Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles». Dios aguarda con paciencia la conversión de su pueblo, que se resiste, como una higuera estéril a dar buenos frutos

3. Dios desea que nosotros vivamos la experiencia de sentirnos amados y perdonados por Él. El rostro de la misericordia divina lo dejó retratado para siempre Jesús, el Hijo de Dios, a través de sus actos. Él acoge a los pecadores, excluidos del reino de Dios por la mezquindad de los fariseos, y come con ellos. Los que alegran el corazón de Dios no son los hombres que se creen justos, sino los pecadores arrepentidos, comparables con la oveja o la dracma perdida y hallada. Habrá fiesta en el cielo si nos arrepentimos de nuestros pecados y nos convertimos a Dios.

4. Los judíos, habiendo recibido las promesas y estimando que ellos eran justos a causa de sus obras y de su práctica de la ley, acababan por desconocer la misericordia divina. Los paganos, en cambio, a los que Dios no había prometido nada, son atraídos a su vez a la órbita inmensa de la misericordia. San Pablo declara que todos son pecadores y necesitados, por tanto, de la misericordia divina y de la justificación por la fe. Todos deben, pues, reconocerse pecadores a fin de participar todos de la misericordia: «Dios incluyó a todos los hombres en la desobediencia para usar con todos misericordia». La ceniza, que hoy se nos impondrá en nuestras cabezas, nos recordará que todos estamos hechos de polvo de la tierra, que todos somos pecadores y que todos necesitamos del perdón y de la misericordia divina.

5. Jesús exige a sus discípulos el deber de ser misericordiosos «como vuestro Padre es misericordioso». Es una condición esencial para entrar en el reino de los cielos. La ternura debe hacernos prójimos de quienes encontramos en nuestro camino, a ejemplo del buen samaritano; debe llenarnos de compasión para con quienes nos han ofendido, porque Dios también ha tenido compasión de nosotros. Así seremos nosotros juzgados, al final de nuestra vida, según la misericordia que hayamos practicado.

6. El Señor prefiere este tipo de misericordia y de penitencia; no quiere que hagamos actos externos de penitencia, si no van acompañados de un cambio interior del corazón: «Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos». El Señor nos advierte también, como hemos escuchado en el evangelio de hoy, que la misericordia la hemos de practicar de cara a Dios y no para que nos vean los hombres: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial».