IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Jn 3, 14-21

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

2Cro 36, 14-16,19-23
Salmo 136
Ef 2, 4-10
Jn 3, 14-21


1. En términos físicos no hay confusión posible: O existe la luz o hay tinieblas. Las licencias poéticas, el lenguaje
coloquial, van por otros derroteros; pero cuando se trata de aquilatar las cosas, la luz existe o no. Por muy débil que sea
su resplandor, por muy mortecino que nos parezca su foco de irradiación, la luz, cuando alumbra, es inconfundible y
transformadora.

2. De alguna forma parecida, entre las características de la existencia humana se da también esta irreversibilidad de los
datos fundamentales de cada persona. No somos, desde luego, un infalible programa cibernético donde los datos suministrados
condicionaban, absolutamente, los resultados. Sin embargo, creo que a cada uno de nosotros nos definen dos o tres rasgos
fundamentales, y éstos son muy difíciles de alterar. No es un determinismo psicológico, porque desde luego, esas constantes
no se fraguan en un día, sino al decantarse, durante muchos años, muchas alternativas.

3. En un plan diverso, porque interviene Dios salvando, la fe nos parece una de esas cosas radicales que o se tienen o no,
pero que condicionan, de arriba abajo, toda una existencia personal, sin posibilidad de engaño o subterfugio. La fe es
compatible, por supuesto, con mil debilidades humanas, con ese zig-zag característico de casi todas las peripecias
personales. Pero la fe exige y lleva consigo una exigencia determinante de todo ser humano.

4. Cuando se confina la fe al terreno de las puras ideas –reduciendo la experiencia religiosa a formulaciones más o menos
racionales– entonces es posible una cierta esquizofrenia personal. Pero la fe no habita sólo en la inteligencia del hombre,
sino que la invade totalmente en todas las dimensiones de su personalidad. Y es ahí donde podemos decir que el hombre cree o
no cree, pero tiene que aceptar la fe como una opción básica de su vida.

5. Resulta terrible escuchar hoy en el Evangelio: “La luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla”. Resulta
terrible, insisto, porque ese es un dato que un cristiano actual no debe descuidar ni minusvalorar. Existen hombres que han
dicho no a la luz, y que no son, precisamente, los señalados por el dedo de los intransigentes. Pero también existen hombres
en tiniebla. De ellos nos sentiremos siempre, con tristeza, separados.

Y cada uno de nosotros, afortunadamente rebelados con la luz, tenemos que sentir la responsabilidad de conservarla y
propagarla. Porque otra característica básica de la luz es que perfora, inevitablemente, la tiniebla que la rodea.