Domingo de Ramos, Ciclo B
Mc 11, 1-10: Procesion de las Palmas
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
1. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén marca, el
comienzo de la Semana Santa, la semana de la pasión del Señor. Hoy
Jesús hace su entrada en la ciudad santa para cumplir todo lo que había sido
anunciado por los profetas. Jesús entra sentado
sobre un asno que le habían prestado, para que se cumpliera la profecía de
Zacarías: “Digan a la hija de Sión, Mira que tu
rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asno, sobre la cría de un animal
de carga”.
Entonces la gente que también se traslada a Jerusalén con motivo de las fiestas,
y que había escuchado las palabras de Jesús
y había visto los milagros que realizaba manifiesta su fe mesiánica gritando:
“¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que
viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”
2. Este día, llegaron a su punto culminante las expectativas de Israel con
respecto al Mesías. Eran expectativas alimentadas
por las palabras de los antiguos profetas y confirmadas por Jesús de Nazaret con
su enseñanza y, especialmente, con los
signos que había realizado.
A los fariseos, que le pedían que hiciera callar a la multitud, Jesús les
respondió: "Si estos callan, gritarán las piedras".
Se refería, en particular, a las paredes del templo de Jerusalén, construido con
vistas a la venida del Mesías y reconstruido
con gran esmero después de haber sido destruido en el momento de la deportación
a Babilonia. El recuerdo de la destrucción y
reconstrucción del templo seguía vivo en la conciencia de Israel, y Jesús hacía
referencia a ese recuerdo, cuando afirmaba:
“Destruid este templo y en tres días lo levantaré”
3. Al entrar en Jerusalén, Jesús sabe, sin embargo, que el júbilo de la multitud
lo introduce en el corazón del "misterio"
del dolor y la muerte. Es consciente de que va al encuentro de la muerte y no
recibirá una corona real, sino una corona de
espinas. Misterio, en cristiano, no quiere decir desasosiego y negrura, sino un
desbordar inabarcable de realidad y de luz.
Ciertamente, el dolor y la muerte ponen de manifiesto una esclavitud radical, un
límite imposible de sobrepasar. Es un límite
que lo cuestiona todo, al que es imposible mirar de frente sin que el corazón se
llene de preguntas. Incluso cuando no se
piensa en él, su horizonte está siempre ahí: también, si el hombre conserva su
razón, en el éxtasis del amor, del hallazgo de
la verdad o del encuentro con la belleza.
Sólo el grito, o el quejido, o el silencio, son adecuados a su herida. Y a veces
sólo la caricia puede expresar todavía un
deseo de compañía, dolorosamente consciente de su impotencia. Porque en esa
caricia puede estar todo el amor del mundo –y
todo el amor del mundo es lo que más se necesita en esos momentos, pero todo el
amor del mundo no es capaz de acompañar
realmente, o de devolver la vida o la salud.
4. Aunque no todos los hombres conozcan una muerte como la de Cristo, la pasión,
como peripecia humana, es en cierto modo la
historia de todo hombre. Es igual a la historia de millones de hombres. Y es
inevitable. Por ese lado, no habría nada que
celebrar. Pero en ese mundo, opaco y duro, ha entrado libremente Jesucristo. Y
ha entrado hasta la soledad del sufrimiento,
hasta la traición y el abandono de los amigos, hasta el juicio con testigos
falsos, la condena y el suplicio, injustos, la
fiebre de la tortura y el frío de la muerte. Así consumó la Encarnación,
abrazando hasta el final la condición humana, sin
condiciones y sin límites.
La entrada en Jerusalén fue una entrada triunfal no sólo porque las masas, al
igual que cada uno de nosotros y casi por
definición, son volubles, manipulables, arbitrarias. La entrada en Jerusalén fue
triunfal también porque desde aquella pasión
del Hijo de Dios, la pasión del hombre ya no es la hora de la derrota, sino la
hora paradójica y misteriosa del triunfo: el
triunfo del amor infinito de Dios sobre el infierno y la soledad del hombre.
Este inefable misterio de dolor y de amor lo proponen el profeta Isaías,
considerado como el evangelista del Antiguo
Testamento, y el apóstol Pablo en la carta a los Filipenses: "Cristo, por
nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una
muerte de cruz". Y en la vigilia pascual añadiremos: “Por eso, Dios lo levantó
sobre todo, y le concedió el nombre sobre todo
nombre”.