Domingo de Ramos, Ciclo B
Mc 14, 1-15,47: Misa
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
Is 50, 4-7
Salmo 21
Flp 2, 6-11
Mc 14, 1-15,47
1 Jesús, el Hijo de Dios, sin dejar de serlo, por amor nuestro se rebaja, se
vacía de sí mismo y toma la condición de
esclavo. Entrega todo su ser, entrega toda su vida hasta la muerte y muerte de
Cruz. Así cantaba el himno cristológico de la
carta de Pablo a los cristianos de Éfeso. Cristo sin dejar de ser Dios se hace
obediente hasta la muerte; por eso Dios lo
exaltó. Es un descendimiento hasta nosotros tomando forma de siervo, y una
vuelta a donde salió, una vuelta a su origen, una
exaltación junto a la diestra del Padre: "Salí del Padre y he venido al mundo.
Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre".
2. La liturgia nos invita a que contemplemos a Jesús en su dolor, pasión y
muerte de cruz que se entrega por nosotros; a que
descubramos ese misterio de amor de Dios por cada uno y por toda la humanidad.
Cristo salva al hombre, a todo hombre, incluso aunque él no lo sepa. Cristo ha
traído la salvación al género humano, a los
hombres de todos los tiempos. "El que crea y sea bautizado, se salvará; el que
no crea, se condenará", dice el texto bíblico.
Nosotros profesamos nuestra fe y nuestro amor a Jesucristo. Nuestra fe como
nuestro único Salvador y Señor, que nos salva con
su muerte y resurrección. Esa es la gran noticia y la gran victoria de Cristo,
la gran noticia para todo hombre, la gran
gesta que el Hijo de Dios ha realizado para todos nosotros.
3. La Pascua para los judíos era sinónimo de fiesta, de alegría, de celebración
de la liberación de Israel al salir de
Egipto, de gozo por la liberación de la esclavitud; incluso una anticipación de
la liberación futura escatológica. El texto
de Marcos nos presenta la última Cena, la última Pascua judía celebrada por
Jesús con sus discípulos. Para Él esa Pascua es
preludio de su Pascua real; para Él esa Pascua es una Pascua de entrega, de
renuncia, de traición por parte de sus amigos, de
rechazo homicida por parte de los demás. Los mismos sumos sacerdotes y los
escribas lo buscaban para prenderlo y matarlo. La
Pascua es el paso: Cristo pasa de la muerte a la vida, de la muerte a la
resurrección.
4. En vísperas de la Pascua, en una comida que se hace en Betania, en casa de
Simón el leproso, una mujer unge a Jesús con un
frasco perfumado carísimo. Y este gesto, que es un preludio de la Pascua, este
gesto que es una unción de quien es el
"ungido", el Mesías, este gesto es mal interpretado. Los mismos discípulos que
están allí, Judas el traidor y también los que
no creen, piensan que es un gesto superfluo y protestan porque creen que es un
derroche derramar este frasco. Ese dinero se
podía haber gastado con los pobres, dicen.
Tal vez para nosotros un gesto de tal género hubiera sido también motivo de
crítica. Nosotros medimos mucho el tiempo y las
energías que damos a Dios y a los demás; buscamos la utilidad y la eficacia; nos
cuesta darnos más allá de lo que pide la
ley, o de lo que nos parece razonable; nos cuesta entregarnos y solemos dar, a
veces, a Dios y a los demás los mínimos. Sin
embargo, hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios Creador, cuyo amor se ha
prodigado infinitamente a todas las
criaturas. El amor que una madre tiene por su hijo no ahorra esfuerzos, no se da
bajo mínimos, no es calculador. La madre se
da totalmente a su hijo. ¡Cuánto más Dios, que es amor se da totalmente a
nosotros! La cruz de Cristo es el derroche más
absoluto y más santo de su amor. El gesto que podía ser un derroche simboliza el
gran derroche de amor de Cristo por
nosotros.
5. Jesús interpreta el gesto de la mujer, el frasco de perfume derramado, como
es un gesto que anticipa su sepultura y les da
a sus amigos tres advertencias: Primera, a los pobres los tendréis siempre con
vosotros, a mí no siempre me tendréis.
Segunda, esta mujer ha hecho lo que podía, se ha adelantado a embalsamar mi
cuerpo para la sepultura, es un gesto profético,
un gesto de futuro. Y tercera advertencia, en cualquier parte del mundo donde se
proclame el Evangelio se recordará también
lo que ésta ha hecho.
El cuerpo de Cristo no puede quedar enterrado en la sepultura, no puede quedar
corrupto en la tierra; tiene que resucitar.
Este gesto de la mujer está expresando el mismo gesto de derroche de amor de
Cristo en la cruz, cuyo misterio hemos
contemplado. Este gesto está pidiendo de nosotros que muramos con Cristo; que
nos demos a él y a los demás, no bajo mínimos,
no lo que nos pide la ley, no sólo lo que nos parece razonable, sino en medida
absoluta, total, que muramos con Él. Por ello
mismo nos invita también a resucitar con Él. Con este gesto de la cruz nos
invita el Señor a servir al prójimo.
6. "Pobres los tendréis siempre entre vosotros" y son imagen mía, nos dice
Jesús: "Lo que hagáis a uno de estos pequeñuelos a
mí lo hacéis". La mujer derrama un precioso perfume sobre la cabeza de Cristo,
porque Cristo es cabeza de la humanidad,
Cristo es cabeza de la Iglesia, Cristo es nuestra cabeza y nosotros miembros de
su cuerpo. Por tanto, atender a un miembro, a
los miembros, es hacerlo a la cabeza; cuidar de los pequeñuelos, cuidar de los
necesitados, es cuidar de la cabeza. Todo lo
que hagamos a los demás es hacerlo al mismo Cristo. Y Él nos invita a realizar
obras de misericordia y de amor al prójimo.
Finalmente, Cristo nos invita a ser testigos de su evangelio. Donde se proclame
el evangelio se proclamará lo que esta mujer
ha hecho. El Señor nos invita a ser testigos de su evangelio, a proclamar al
mundo la buena noticia de que Cristo ha
resucitado, de que la muerte no tiene ya dominio sobre el hombre, de que no
temamos ante la muerte, porque es el último
enemigo que Cristo ha vencido; que no nos asuste, pues, la muerte. Ya no es
nuestra enemiga. Alguien ha podido con ella.
Profesar la fe en Cristo, en su muerte y en su resurrección, es tener la alegría
del triunfo sobre el pecado, sobre la
enfermedad, sobre la muerte. La fe no puede quedar celebrada y cerrada dentro de
un templo. Debemos vivirla fuera en la vida
social, en la vida pública, en el trabajo, en la familia. Seamos testigos de que
Cristo ha muerto, pero de que Cristo ha
resucitado y vive por nosotros.