Jueves Santo en la Cena del Señor

Jn 13, 1-15

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Ex 12, 1-8, 11-14
Salmo 115, 12-18
1Cor 11, 23-26
Jn 13, 1-15

1. San Pablo en su carta a los corintios nos habla de una tradición recibida del Señor, que a su vez él trasmite: “Que el
Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y después de dar gracias, lo partió y dijo: Este es mi cuerpo que se da
por vosotros”.

Jesús realiza el gesto simbólico de la donación del pan, expresando la oblación real de sí mismo, que hará realidad al día
siguiente en la cruz. El pan simboliza su cuerpo y el vino simboliza su sangre: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre».
La ofrenda incruenta del gesto simbólico del pan y el vino en la cena pascual, realizado la víspera de su pasión, se tornará
ofrenda cruenta en el calvario: Allí el verdadero cordero, «que quita el pecado del mundo”, será inmolado: “Porque nuestro
cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado”.

2. Por otra parte, Jesús explica su paso de este mundo al Padre como el mayor acto de amor hacia los suyos: «Habiendo amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Jesús pide a sus discípulos que imiten su ejemplo: “Este es mi
mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos”. El gran amor de Jesús hacia la humanidad es el telón de fondo del cuadro de la pasión y muerte del Señor. En la Cena
del cordero pascual, Jesús explica la razón de su oblación: El amor infinito que nos tiene.

3. La Eucaristía es "fuente y cima de toda vida cristiana". Allí hemos de beber para calmar nuestra sed de amor; en ella
hemos de participar para saciarnos del verdadero pan del cielo; ella es el alimento para el camino de todo cristiano y de
toda comunidad de fe; allí está la raíz de toda dimensión caritativa; allí encontramos el descanso de nuestras preocupaciones
diarias y la esperanza de nuestros proyectos.

La participación en la Eucaristía nos permitirá asociarnos al amor de Dios, amándonos al mismo tiempo unos a otros, como Él
nos ha amado: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros”. Celebrando y
participando en la Eucaristía, nos unimos a Cristo que intercede por nosotros al Padre, pero nos unimos, siempre por medio
del acto redentor de su sacrificio, por medio del cual El nos ha redimido, de tal forma que hemos sido “comprados a precio”.
El precio “de nuestra redención” demuestra, igualmente, el valor que Dios mismo atribuye al hombre, demuestra nuestra
dignidad en Cristo. El “precio magno” de nuestra redención demuestra igualmente el valor que Dios mismo atribuye al hombre,
desde nuestra dignidad en Cristo.

4. En la Eucaristía está presente y actúa el mismo Cristo redimiéndonos, pues cada vez que celebramos este memorial de la
muerte de su Hijo se realiza la obra de la redención. Por ello, esta acción sacramental es esencial en la vida de la Iglesia:
Este sacramento de amor debe ser el centro de la vida del pueblo de Dios, para que, a través de todas las manifestaciones del
culto debido, procuremos devolver a Cristo “amor por amor”, para que Él sea verdaderamente “vida de nuestras almas”. Tampoco
debemos olvidar nunca las siguientes palabras de san Pablo: “Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma el pan y
beba del cáliz”.

La participación en la Eucaristía consolida la fe, confirma la esperanza y aumenta el amor, al tiempo que purifica la vida
del fiel cristiano y lo afianza en la fidelidad a su Señor. Somos testigos del Resucitado, que expresó las exigencias de
fraternidad humana en la entrega de su vida en la cruz. La Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección del Señor, nos
urge a dar testimonio evangélico de aquel Amor con el que Cristo nos amó y de la comunión de todos los hombres en Cristo.

Nuestra participación en ella nos hace mejores testigos y anunciadores de lo que en ella se expresa: “Cada vez que coméis
este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga”. Participar en el memorial de la muerte y
resurrección del Señor implica estar dispuestos a morir y resucitar con Él; aceptar la voluntad de Dios, como Él aceptó la
voluntad del Padre. La obediencia cristiana no es simple resignación ante los acontecimientos que nos sobrevienen, sino
aceptación generosa del plan salvífico de Dios en nuestra vida.

5. Jesucristo instituyó, en la última cena, el sacerdocio y la Eucaristía. Ambos sacramentos se complementan: Por el
ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión del sacrificio de Cristo, mediador
único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que
venga el mismo Señor. A este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros.

La Iglesia celebra también en el jueves santo como el “día del amor fraterno”. El amor oblativo de Cristo, expresado en la
Eucaristía, que a su vez anima al fiel cristiano a entregar su vida por amor, es fuente de valiosas indicaciones, para
profundizar en algunos aspectos específicos de la espiritualidad cristiana.

De aquí nace el sentido de la justicia, que busca el respeto de todos los derechos humanos para cada persona; aquí brota el
sentido de la verdad, que ilumina la mente del hombre y le saca de sus cegueras y obcecaciones; aquí germina el sentido de la
libertad, que rompe las ataduras de todo pecado y de las cadenas y manipulaciones, que atan al hombre; de aquí arranca el
sentido de la solidaridad, que intenta satisfacer las necesidades elementales, para que el ser humano pueda llevar una vida
digna; esta es la fuente del amor, que da fuerzas para tratar al prójimo como un hermano, hijo del mismo Dios.

No se trata, por tanto, de hacer favores a nadie; se trata de una exigencia de auténtico amor y respeto al ser humano. La
dimensión caritativa, que se desprende de la Eucaristía, es todo un programa de vida, que cada miembro de la Iglesia debe
poner en práctica.