III Domingo de Pascua, Ciclo B

Lc 24, 35-48

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Hch 3, 13-15.17-19
Salmo 4
1Jn 2, 1-5a
Lc 24, 35-48


1.- El peligro de reducir la fe del creyente a pura afirmación de la ortodoxia cristiana esta ahí, a la vuelta de la esquina.

La revelación de Dios en Cristo Jesús comporta un mensaje al que, por la fe, presta adhesión el creyente; pero la tentación y el peligro estriban en concederle tan solo una asunción intelectual, sin incidencia en la vida práctica. Y esto es desnaturalizar a un mismo tiempo la razón de ser del mensaje y la entraña más viva y caliente de la fe. Porque el mensaje es de vida y no de ideología, y la fe es adhesión obediencial que se expresa en la conversión y compromete toda la persona. La ortodoxia es inseparable de la ortopraxis. Lo decía ya san Juan en su primera carta: “En esto sabemos que le conocemos; en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo lo conozco”, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no esta en él”.

2.- Hay en todo esto un llamamiento al realismo. El Resucitado aduce el testimonio de las llagas de sus manos y de sus pies crucificados: “Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”. Y el Resucitado comió “un trozo de pez asado” a la vista de sus discípulos que no acaban de dar crédito a lo que estaban viendo, porque lo tenían delante.

Este realismo es reclamado por el mensaje de vida y por la adhesión personal de la fe. ¿De que valdría afirmar el mensaje en la pura zona intelectual si luego no fuéramos a buscar las heridas de tantas manos de hijos de Dios y los agujeros de los clavos de tantos crucificados en los que el Resucitado se hace presente?

A partir de la afirmación de que “el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús”, todo creyente en el Evangelio de Jesús ha de afirmar que “el autor de la vida" es muerto y asesinado de nuevo cuando de nuevo se mata y se asesina a los hijos de Dios. El realismo de la fe se convierte de este modo en un compromiso de la fe.

3.- Es este el cometido de todo creyente y la responsabilidad inesquivable de quien se dice seguidor del Señor Resucitado. La ignorancia de este realismo ––ver en quien padece y sufre la permanente presencia de la Cruz y ver en todo hombre a un hijo de Dios por la fuerza del Resucitado–– es aducida por el apóstol Pedro en un gesto de benevolencia; pero el mismo Apóstol califica al creyente como “testigo” de este imperioso realismo de la resurrección. ¿Habrá que recordar la relación entre ese "testimonio” y el “martirio”?

Las Escrituras son claras al subrayar que la resurrección no estalla sin el previo paso por el padecimiento y la cruz, sin la previa conversión del que quiere seguir la ruta del Resucitado. Pero se trata de un padecimiento, de una cruz y de una conversión que ha de traducirse en acercamiento efectivo al mundo de los hombres y en un compromiso con los problemas del mundo de los hombres. Falta de este realismo, la fe se diluye en adhesión a lo que el mismo Cristo llamará “fantasma”