V Domingo de Pascua, Ciclo B
Jn 15, 1-8
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
Hch 9, 26-31
Salmo 21
1 Jn 3, 18-24
Jn 15, 1-8
1.- A los hombres de ciudad ––que somos una tristemente inmensa
mayoría–– aún nos queda el atavismo del campo. Lo buscamos siempre que podemos,
y al llegar nos sorprende su encanto y nuestra profunda ignorancia de cuanto en
él sucede.
A pesar de la lejanía y del desconocimiento, tratamos de entender ese complejo
mundo de leyes, costumbres, constantes y misterios que encierra lo rural, la
agricultura. De alguna manera, por lo tanto, no nos resulta del todo ajenos sus
problemas y sus aspiraciones. ¿Quien, en un día de lluvia ciudadana, no ha
mirado el cielo para desear que la lluvia sea beneficiosa para las cosechas? Es
un indicio de que somos conscientes de lo vital que para el conjunto resulta un
año agrícolamente bueno.
2.- Este preámbulo de reflexiones a ras de tierra debe introducirnos en la
comprensión de esa densa parábola agrícola de la vid que Jesús utiliza para
dibujar la realidad de nuestra existencia cristiana. Estamos enraizados en
alguien que nos da estabilidad y fuerza. El viñedo es, a los ojos del ciudadano,
un espectáculo aleccionador. La vid, los sarmientos, la uva constituyen una
trilogía deslumbradora que alcanza en la época de la vendimia su clima de
esplendor.
3.- Sin embargo, sólo el que vive los doce meses del año pendiente de las vides,
de sus cuidados, con constante desvelo, podrá vivenciar totalmente la expresión
de Cristo: “Permaneced en mi y yo en vosotros”, como el sarmiento permanece en
la vid.
Esa constatación de permanencia revela la originalidad de la existencia
cristiana. Diríamos que para que la viña sea fecunda deben darse una serie de
condiciones favorables, en mayor o menor grado, y éstas serían: La calidad de la
tierra, el régimen de lluvias, los cuidados del agricultor, la lucha contra las
plagas, etc. Lo absolutamente indispensable, sin embargo, es la permanencia, la
vinculación del sarmiento en la vid. Sin esa continuidad vital no hay posible
proceso de crecimiento. Esto lo entiende perfectamente un viñador. Traslademos
ahora la metáfora; un cristiano podrá vivir en tales o cuales circunstancias,
estar sujeto a estas o aquellas influencias, poseer determinadas tendencias
positivas o negativas; todo resulta accidental. Lo único indispensable es su
vinculación al Jesús que salva y cuya savia vitalizadora justifica toda
manifestación de vida cristiana.
4.- La continuidad es, pues, sin genero de dudas, la característica fundamental
de ese proceso generador de vida. Por parte de Dios esta asegurada. La vid es
inagotable. Por parte del sarmiento, los altibajos, aun dolorosos, no cierran el
flujo, pero lo condicionan. Sólo una actitud de absoluta infranqueabilidad
conduce a la muerte. Pero esto ––creo–– lo entienden todos, aun los que nunca en
su vida hayan gozado del espectáculo de una vid infecunda y plena madurez