VI Domingo de Pascua, Ciclo B
Jn 15, 9-17
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
Hch 10,25-26.34-35.44-48
Salmo 97
1 Jn 4, 7-10
Jn 15, 9-17
1.- En una hora como esta nuestra, en la que tanto se habla y
reflexiona sobre el redescubrimiento y reformulación de la “identidad” del ser
cristianos, resulta urgente subrayar un dato radical de esa identidad: Para el
creyente en Jesús, todo arranca de Dios.
El cristianismo en cuanto expresión religiosa histórica y actual, no es producto
del ingenio humano, ni de la benevolencia del corazón del hombre, ni de los
mejores esfuerzos de la inteligencia y de la voluntad de las generaciones. La
iniciativa proviene de Dios. “No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo
quien os he elegido”, afirma Jesús. Y el mismo Apóstol, en su primera carta
insiste: “En esto se ha manifestado el amor que Dios nos tiene, en que Dios
mandó al mundo a su hijo único para que vivamos por medio de Él” y añade: “En
esto consiste el amor: No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él
nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo”.
2.- Creyente es, según esto, el que acepta el don de Dios, el que desde su
libertad asume el amor que Dios nos ha entregado desde siempre por medio de su
Hijo. En la raíz última del ser humano está la presencia dinámica de dios, que,
siendo amor, convierte al hombre en una potencia expansiva de amor. En lenguaje
filosófico se hablara de que el hombre se constituye en y por la relación con
los demás hombres; del que el “yo” de cada cual se conforme y patentiza sólo y
únicamente cuando entra en relación con el “tú” de sus prójimos y cuando de esta
relación de dos o más personas, libremente asumida y vivenciada, se hace surgir
la conciencia amorosa del “nosotros” comunitario.
3.- El creyente en Jesús va reafirmando su humanidad y su humanización en la
medida que acepta vivir la experiencia del amor de dios en él como fundamento e
impulso de su amor a todos los prójimos. Por nuestro origen y nuestro destino en
un Dios que es relación personal amorosa y por ello libre, somos una capacidad
de amor llamada a ponerse en práctica. Se comprende, según esto, la insistencia
neotestamentaria en que la autenticidad del amor a Dios se califica y expresa en
la autenticidad del amor del creyente al hombre. “El amor es de Dios ––dirá san
Juan––, y todo el que ama ha nacido de Dios” La fidelidad a los mandamientos de
Dios indica esto mismo. Creyente, amador de dios, obediente a los mandamientos
es aquel que ama a su prójimo y deja que el amor de dios pase a su
comportamiento.
4.- La primera de las lecturas de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles,
confirma este mismo criterio. Dios se revela a Pedro en unos signos, tales como
la conversión de Cornelio y la efusión del Espíritu sobre los gentiles. ¿Habrá
que concluir de aquí que, junto a la revelación verbal, Dios utiliza la
revelación de los signos de los tiempos? Sin duda. Pero hay que concluir,
además, otro dato de enorme importancia: El amor de Dios también se revela a los
ojos de cada cual y a los ojos del mundo en las obras o signos del amor del
creyente para con el mundo.
El Dios que habla, a través de los signos de Cornelio y los gentiles sigue
hablando hoy también a través de los gestos y de las actitudes de acercamiento a
los problemas que angustian a los hombres. Y el actuar desde la libertad del
amor, el hombre, simultáneamente, se humaniza y se diviniza, realiza su vocación
en la tierra y madura para su destino último ––pero ya actuante y presente–– de
hijo adoptivo de Dios en la salvación.