Solemnidad: Ascensión del Señor

Mc 16, 15-20

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Hch 1, 1-11
Salmo 46
Ef 1,17-23 (o bien) Ef 4, 1-13
Mc 16, 15-20

1.- ¿Que le dice y qué puede decirle hoy la Ascensión al hombre de hoy? Para el teólogo tiene poca razón y menor sentido la pregunta. La Ascensión remata y culmina el hecho de la resurrección de Cristo. La nueva vida del Señor entra “a la diestra del Padre”. La Resurrección inaugura la nueva vida del señor Jesús; en la Ascensión, aquélla es arrebatada a las categorías del tiempo para adentrarse y situarse en la esfera de la eternidad.

La Resurrección de Jesús significó que su persona posee posibilidades de presencia entre los suyos inauditas: Se muestra a las mujeres, a los apóstoles, a los discípulos de Emaús… Por la glorificación de su cuerpo, está con nosotros y en otro ámbito, el del Padre de los cielos. Hablamos, por ello, de su Ascensión a los cielos a los cuarenta días, después de su Resurrección. Misterio éste grande, porque nos dice que el Hijo volvió al seno de la Trinidad llevando consigo su cuerpo de hombre glorificado. Pero, ¿qué puede decirle al hombre moderno esta sucesión de acontecimientos de una crónica que cada vez le parece más lejana?

2.- Por de pronto, el creyente tendrá que recuperar un dato fundamental: No se trata de meros capítulos de una crónica vieja de dos mil años. Los hechos pertenecen al misterio de dios, para el que no hay proximidad y lejanía temporales, y pertenecen a la historia de la salvación que compromete a todo hombre. La eficacia o energía de lo acontecido en el Señor Jesús se traspasa a los hombres y el mundo vive hoy en condición de Resurrección y de Ascensión.

Pero subido a los cielos, ¿ya no podemos encontrarnos con Jesús, como lo hicieron sus contemporáneos?

Sí podemos, y de mejor modo. De hecho, la Resurrección y la Ascensión significan que Jesús ya no está en un lugar concreto, como sucedía cuando su cuerpo no había sido aún glorificado.

La Ascensión tiene unas consecuencias hermosísimas: lo que era visible en el Salvador, en los años de su vida terrena, ha pasado a los sacramentos de la Iglesia.

Ser cristiano, en efecto, significa participar de la vida de Jesucristo. ¿Cómo lo haremos, si no podemos encontrarnos con Él, tras su subida a los cielos?

3.- La Ascensión del Señor expresa el destino final de la biografía humana. Se trata de un destino en el que, rescatada de sus caducidades, la vida nueva del hombre ––en seguimiento de la del Señor–– se afirma para un siempre jamás por el poder superador de Dios. Los limites no son los confines de la existencia; son, simplemente, la frontera del tiempo y de caduco más allá de los cuales la nueva vida de los resucitados en Cristo encuentran la plenitud de su vivir sin que la existencia se vea ya sometida al peligro de su desaparición.

De ahí que en la oración colecta aluda a su entrada en los cielos como una victoria y se le pida a Dios que nosotros podamos llegar donde ya está nuestra Cabeza. De hecho está conseguida esta posibilidad para nosotros de estar sentados con Jesús a la derecha del Padre. Así que es importante que Jesús subiera al cielo. Allí intercede por nosotros; desde allí nos envía el Espíritu Santo, que es su presencia entre nosotros, después de que Él subiera a los cielos.

4.- Esta situación de la nueva vida del Señor más allá de toda caducidad aparece en los Evangelios y en los Hechos como una subida, como un alzamiento hacia las alturas, como una ascensión. Este sentido escatológico y misionero lo explicitan los ángeles, afirmando la realidad de la vuelta del señor, pero dejando en suspenso el día para dar paso a la misión en este mundo. De ahí que la ascensión no quede como espectáculo que despierte admiraciones, sino como una incitación que provoque dinamismos de superación. El “¿qué hacéis ahí parados mirando al cielo?” es recriminación a unos seguidores de Jesús que desearían entender su compromiso con Cristo como mero aplauso. La esperanza de la futura resurrección-ascensión tiene que traducirse en el presente de realización de la Pascua: esfuerzo para ir día a día destruyendo en el mundo de cada cual y en el mundo de las relaciones humanas cuanto hay de división y de enfrentamiento y quehacer apasionado para remodelar la existencia según el designio de dios según el “hombre nuevo”, renacido en la fuerza del Espíritu Santo

5.- ¡Oh bondad, caridad y admirable magnanimidad!, podemos cantar los cristianos. Donde esté el Señor, allí estará su servidor, su discípulo. Él ha asumido precisamente nuestra carne, glorificándola con el don de la Santa Resurrección y de la inmortalidad; la ha trasladado más arriba y la ha colocado a su derecha. Ahí está toda nuestra esperanza: En el hombre Cristo hay, en efecto, una parte de cada uno de nosotros, está nuestra carne y nuestra sangre.

Y es que el Señor no carece de ternura hasta el punto de olvidar al hombre y a la mujer y no acordarse de lo que lleva en Él mismo: Lo que asumió de nuestra humanidad. Precisamente en Él, en Jesucristo, Dios y Señor nuestro, infinitamente dulce, infinitamente clemente, es en quien ya hemos resucitado, en quien ya vivimos la vida nueva, ya hemos ascendido a los cielos y estamos sentados en las moradas celestes.