Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Mc 14, 12-16.22-26
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
Ex 24, 3-8
Salmo 115
Hb 9, 11-15
Mc 14, 12-16.22-26
1.- La celebración de la solemnidad del Corpus Christi es una ocasión
propicia para una toma de conciencia renovada del tesoro incomparable que Cristo
ha encomendado a su Iglesia y además un estímulo para una celebración más viva y
sentida, de la que surja una existencia cristiana transformada por el amor.
La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
mismo, nuestra Pascua. Ella es el compendio y suma de nuestra fe. Todos los
demás sacramentos, los ministerios eclesiales y obras de apostolado están
ordenados a ella. Brotan de ella como de su fuente y a ella tienden como a su
fin. Ante este admirable misterio no cabe otra actitud que el asombro, la
gratitud y la contemplación silenciosa, huyendo de la tentación de reducirlo a
alguna de sus dimensiones o significados.
La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y
reducciones. La Eucaristía es en primer lugar sacrificio y memorial. En ella se
actualiza y perpetúa el único sacrificio de la cruz. Allí donde se celebra la
Eucaristía, se renueva la ofrenda sacrificial de Cristo al Padre y se renueva la
obra de nuestra redención.
La Eucaristía es además presencia real y substancial de Cristo en los dones
eucarísticos. En ella está Cristo entero, con su cuerpo, sangre, alma y
divinidad. Por ello, es la "fuente y cima de toda la vida cristiana", el
sacramento y el don por excelencia.
2.- La Eucaristía no es simplemente un símbolo o el recuerdo del acontecimiento
acaecido en el cenáculo en la noche de Jueves Santo. Jesús se queda en ella real
y verdaderamente hasta su vuelta. ¡Este es el misterio de nuestra fe!,
proclamamos después de la consagración. Y respondemos: “Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección. Ven, señor, Jesús”.
Los sentidos nos ocultan su grandeza; pero la fe, como canta santo Tomás de
Aquino, está segura de las palabras del Señor. Gracias a esta presencia
misteriosa, el Señor se hace nuestro contemporáneo. Se hace nuestro vecino, pues
vive en cada uno de los templos o ermitas de nuestros barrios y pueblos. Es el
compañero que camina con nosotros, que sale a nuestro encuentro para iluminar
nuestros ojos y caldear nuestro corazón con su presencia. De ahí el valor
inestimable del culto eucarístico en la Tradición y vida de la Iglesia.
De ahí también que sea urgente y necesario pasar largos ratos ante esta compañía
estimulante y alentadora, en adoración silenciosa, en conversación cálida,
íntima y amistosa. En una época de prisas y activismo, también en la pastoral y
en la vida de la Iglesia, es necesario ganar espacios para la contemplación y la
gratuidad, para la adoración larga y dilatada ante este Sacramento admirable.
3.- La Eucaristía es también banquete de comunión con Cristo y con los hermanos,
"fuente y epifanía de comunión". Al comulgar el Cuerpo de Cristo, alimento del
pueblo de Dios peregrinante, nos cristificamos y el Señor nos concede, por la
fuerza de su Espíritu, el dinamismo sobrenatural que nos permite vivir nuestros
compromisos cristianos con coherencia y valentía, con el estilo de los mejores
amigos de Cristo que son los santos de todas las épocas.
"Sin la Eucaristía no podemos vivir": Ésta fue en el año 304 la respuesta de los
mártires de Cartago al procónsul que les exigía abandonar la Eucaristía.
Comulgando el Cuerpo de Cristo se robustece nuestra unión con Él y crecen
también los vínculos de unión con los demás miembros de la Iglesia.
Por ello, la Eucaristía no es sólo fuente sino también exigencia de comunión con
los hermanos, con los más pobres y necesitados, los transeúntes, parados,
ancianos y enfermos y, muy especialmente, con los inmigrantes, que tenemos que
acoger e integrar en nuestra sociedad.
Nuestra participación en la Eucaristía exige de nosotros un compromiso de
fraternidad, de perdón, de servicio y de amor gratuito, y es una llamada
apremiante a ser humildes artesanos de la reconciliación y de la paz. Porque la
Eucaristía es todo esto, misterio admirable y “fuente y cima de toda la vida
cristiana".
4.- Celebrar esta fiesta es una invitación a vivir un estilo de vida inspirado y
configurado por la Eucaristía. Ante al espeso silencio sobre Dios que impone la
cultura actual cargada de secularización, no debemos esconder nuestro mejor
tesoro. Los cristianos nos hemos de comprometer más decididamente en dar
testimonio de la presencia de Dios en el mundo. No tengamos miedo de hablar de
Dios.
Ante el obscurecimiento de la esperanza en la vida eterna y en las promesas de
Dios en que vive sumida nuestra cultura contemporánea, mostremos la Eucaristía
como fuente de esperanza y prenda de la vida futura.
Ante una cultura que está perdiendo la memoria de sus raíces y de la herencia
cristiana, hagamos memoria del misterio del amor de Cristo, de su pasión, muerte
y resurrección, misterios que se actualizan en cada celebración eucarística.
Ante una cultura que tiene miedo a afrontar el futuro, mirándolo con más temor
que deseo; frente a tantos hombres y mujeres que viven la experiencia del vacío
interior, de la angustia existencial, del nihilismo y de la falta del sentido de
la vida, favorezcamos un estilo de vida inspirado en la Eucaristía, en la que
está presente Aquél que es el camino, la verdad y la vida de los hombres, Aquél
que nos dice “venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os
aliviaré”.
Ante una cultura en la que el hombre vive cada vez más sumido en una profunda
soledad, mostremos la verdad consoladora de la Eucaristía, en la que Cristo se
hace nuestro eterno contemporáneo, peregrino y compañero, alentándonos con la
certeza de su presencia: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo”.
Ante una cultura en la que la existencia aparece cada vez más fragmentada y
dividida, multiplicándose las crisis familiares, la violencia doméstica, el
terrorismo y los conflictos entre las naciones, anunciemos el misterio
sacrosanto de la Eucaristía, misterio de comunión y fuente de unidad y de paz
entre las personas y los pueblos.
Ante la cultura de la globalización que margina a los más pobres; frente a la
difusión creciente del individualismo egoísta, vivamos con hondura y verdad las
consecuencias sociales que dimanan de la Eucaristía, que nos impulsa a trabajar
por la globalización de la caridad y la solidaridad y la implantación nueva
civilización del amor.
Ante la cultura de la muerte, en la que se desprecia la vida humana, sobre todo
la vida de los más inocentes y débiles de la sociedad, anunciemos sin cansarnos
el misterio eucarístico, verdadero pan de vida.
Ante una cultura que pretende saciar su sed de esperanza y felicidad con
sucedáneos, con realidades efímeras y frágiles que no plenifican el corazón del
hombre, proclamemos en todas partes a Aquel que, oculto en las especies
eucarísticas, nos dice: “El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en
mí jamás tendrá sed"
Ante la crisis de la cultura europea, ante el avance creciente de ideologías
materialistas, ante el avance del laicismo, de costumbres y leyes alejadas de la
moral cristiana, superemos la tentación del encogimiento y la desesperanza.
Pongamos la Eucaristía en el centro de nuestras vidas. En ella encontraremos el
verdadero manantial de la esperanza.