Solemnidad: El Sagrado Corazón de Jesús

San Juan 19, 31-37

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Os 11, 1, 3-4. 8c-9
Salmo (Is 12, 2-6
Ef 3, 8-12. 14-19
Jn 19, 31-37


1. Cuando hablamos del corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos, sino a toda la persona que ama, que quiere y trata a los demás. Así en el lenguaje de la Sagrada Escritura, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones.
Hemos visto siempre en el corazón, un signo de estimación, de la aproximación humana, de la capacidad de ponerse en la piel del otro. En este mundo nuestro, en que a veces hay tanta dureza, tanto desinterés de unos por los otros, mirar a Jesús y hablar de su corazón, seguro que nos hace mucho bien, nos da paz, nos da alegría, nos llena de esperanza, nos hace vivir. Especialmente hoy, nos fijamos en Jesús y queremos descubrir su corazón, su amor inmenso por todos, fijémonos en Él, contemplémoslo.
La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús es la fiesta del amor de Dios, que hemos conocido y contemplado en Jesús. La fiesta del amor de Jesús, es como decir, la fiesta de la ternura de Dios para con los hombres.
El Corazón de Jesús es el corazón de una persona divina, es decir, del Verbo Encarnado; por consiguiente, representa y pone ante los ojos todo el amor que Él nos ha tenido y nos tiene aún. No se puede llegar al Corazón de Dios sino pasando por el Corazón de Cristo, como Él mismo afirmó: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

2. Todos sabemos, que Jesús nos ama apasionadamente, locamente, no tengamos miedo de decirlo; hasta entregar la última gota de su sangre por nosotros. Ahí está su corazón traspasado por una lanza, coronado de espinas, inflamado de amor por nosotros, todos los textos de la Escritura, nos llevan a esta contemplación.
Jesús nos ama entrañablemente y siempre.
Él ha dado la vida por nosotros, su amor, su corazón es inmenso. Él es único. Él es uno. Jesús nos habla, de su amor por nosotros y por todo el mundo, nos habla de el con su vida, con sus enseñanzas. Lo dice, a los que sufren los reveses de la vida, pero lo dice, de una manera especial, a todos aquellos que experimentan que la fidelidad al Evangelio no es fácil, sino que a menudo cuesta y resulta dolorosa.

3. Por eso al manifestar nuestra adhesión al Corazón de Jesús, ponemos de manifiesto la certidumbre del amor de Dios y la verdad de su entrega a nosotros.
Debemos acudir a ese divino amor para abrirnos al misterio de Dios, de su amor por nosotros y dejarnos transformar por él. Queremos recurrir al costado abierto del Redentor que es la fuente de nuestra salvación para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás.
Un hermoso programa tenemos: Conocer, experimentar, vivir y testimoniar el amor de Dios y estas lecciones sólo las aprendemos en el encuentro con una persona concreta que es precisamente Jesús.
Este misterio del amor de Dios constituye el contenido del culto y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que es al mismo tiempo el contenido de toda espiritualidad cristiana: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”.
Ahora bien, quien acepta el amor que Dios nos tiene queda modelado interiormente por este amor y vive este amor como una llamada a la que se debe responder y si somos capaces de responder es porque antes hemos experimentado este mismo amor, como dice el apóstol: “En esto hemos conocido qué es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos”.

4. “Él dio su vida por nosotros”. La representación de este amor se hace precisamente mostrando a nuestro Redentor con el corazón traspasado. Hay que hacerse conscientes de que vivimos y experimentamos esta entrega de Jesús por nosotros, en cada Eucaristía, porque en ella celebramos el sacrificio de Cristo en la Cruz. De ahí que la Eucaristía sea el corazón de la Iglesia, de donde fluye su vida divina, donde ella se construye y encuentra su identidad de pueblo de la alianza, amado de Dios y llamado a hacer partícipes de este amor a todos los hombres. Así, cada vez que nos reunimos, para este banquete pascual, experimentamos este Amor que nos transforma y nos hace capaces de amar y entregarnos a los hermanos.
Pongámonos junto al Corazón de Cristo, para aprender a conocer el sentido verdadero y único de la vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del corazón de Cristo, la civilización del amor.
Cristo es nuestra paz. El en su cuerpo ha derribado los muros que separan a los hombres. El reconcilió a todos los hombres, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz y dando muerte en él al odio. Por eso debemos luchar sin desmayo por obrar el bien, precisamente porque sabemos que es difícil que los hombres nos decidamos seriamente a ejercitar la justicia, y es mucho lo que falta para que la convivencia terrena esté inspirada por el amor, y no por el odio o la indiferencia.

5. Del corazón traspasado de Cristo brotó la Iglesia, a través del Espíritu Santo que nos dio y que hemos recibido cada uno como don. Este mismo Espíritu hace fructificar en cada cristiano la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, la unión, la afabilidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y la templanza. Por tanto si vivimos en el corazón de Cristo por el Espíritu, no oigamos las voces de quienes siembran discordia, violencia y odio entre nosotros. Sólo si miramos y contemplamos el Corazón de Cristo, conseguiremos que el nuestro se libre del odio y de la indiferencia, solamente así sabremos reaccionar de modo cristiano ante los sufrimientos ajenos, ante el dolor.
Un hombre y una sociedad que no reaccionan frente a las injusticias y frente al dolor de sus semejantes no están a la medida del corazón de Jesús. Cada cristiano, conservando la más amplia libertad a la hora de estudiar y llevar a la práctica las diversas soluciones prácticas, dentro de un legitimo pluralismo, ha de coincidir, sin embargo, en el idéntico afán de servir a la humanidad, de otro modo su cristianismo no sería sino un disfraz, un engaño y un fraude de cara a Dios y de cara a los hombres.
En la escuela del Corazón de Jesús aprendemos a vivir el amor, no como una caridad oficial, fría, sin alma, sino pasando nuestro corazón con sus afectos, sentimientos y emociones por el Corazón del Redentor, donde somos liberados de sus perversiones. Ahí en efecto, conocemos la verdad del amor esponsal, destinado al don sincero de nosotros mismos. Esta donación libremente acogida por una persona de sexo contrario funda el matrimonio en orden a la fecundidad, a la donación de la vida que constituye la familia como verdadera comunidad de vida y amor.
Solo el amor de Dios descubre al hombre su propio valor, sin esta experiencia fundamental, la propia vida y la de los demás carece de valor y significado llegándose a proponer su instrumentalización, su manipulación y destrucción, en las diversas formas de aborto, de violencia física, de manipulación genética y de fabricación en el laboratorio, incluso pretendiendo suprimirla cuando se encuentra en situación de limitación física. No podemos aprobar ningún proyecto que vaya contra la dignidad y los derechos de la persona humana.