XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 4, 35-41
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
Jb 38, 1,8-11
Salmo 106
2 Co 5, 1º4-17
Mc 4, 35-41
1. La literatura bíblica ha visto en el mar la expresión del poder
incontrolado, indomesticado, frecuentemente enemigo del hombre. Se trata, sin
duda, de un tópico cultural similar a cualquiera de los de nuestra época. Y
frente a ese poder indómito e inhumano, esa misma literatura bíblica se ha
gozado en afirmar ––siguiendo el tópico–– que la fuerza salvadora de Dios es
mayor que la capacidad destructora del mal. A través de tópicos e imágenes, la
Sagrada Escritura nos centra en una afirmación rotunda: Dios es poder, y poder
de salvación, sobre cualquier otra fuerza, por inhumana e indomesticada que ésta
se nos ofrezca. Así en el texto bíblico del libro de Job, primera de las
lecturas de este domingo, y así en el pasaje del evangelio de Marcos, tercera de
las lecturas de hoy. El mensaje bíblico es terminante: Dios es más fuerte que
toda fuerza, y la fuerza de dios es siempre fuerza de salvación para el hombre.
2. Se nos rubrica esta enseñanza frente al mal del mundo. El hombre propende a
sobrecogerse cuando contempla el horizonte de su tiempo, tantas veces hecho de
violencias, guerras, injusticias, inhumanismo. Job tipifica esta primera y
primaria reacción del hombre frente al mal; y el texto evangélico de Marcos se
complace en subrayar el pánico que acoge a los discípulos del Señor ante la
tempestad del lago. “¿Por qué sois tan cobardes?”, es la replica de Jesús.
Válida ayer, válida hoy y válida mañana.
Se nos invita con esta interpelación a dejar a un lado nuestros pesimismos o,
más en derechura, a espabilar nuestra confianza en la fuerza de Dios. Pese a
todos los pesares, el movimiento de la historia concurrirá a llevar a cabo el
designio de dios sobre el proyecto humano. El creyente vive en la esperanza
porque se afianza en la fe, que, si no ha visto aún el advenimiento del Reino,
sabe que su implantación futura es cierta e inesquivable. A quien, como
creyente, da un voto de confianza al Dios de la salvación ¿será mucho pedirle
esa misma confianza en la realización del proyecto de Dios sobre el mundo? No se
trata de introducirnos en un optimismo irrealista, sino en una confianza que
desafía al imperio del mal porque Dios es más fuerte que todo pecado... ¡Y buena
falta nos hace de esta confianza en estos momentos! Sin su impulso, ¿qué acción
apostólica puede sostenerse en pie y qué otra base puede formularse como
fundamento de la operatividad cristiana?
3.- A veces, este inconfesado temor ante el mal nos lleva a abrazarnos en
demasía a lo ya mil veces comprobado. ¿Será mucho decir que ciertos integrismos
de los cristianos aun revestidos de ortodoxia, son expresión de una radical e
inconfesada falta de fe? “El que vive con Cristo es una criatura nueva. Lo viejo
ha pasado; ha llegado lo nuevo”.
El cristianismo es novedad, es superación de lo manido, es opción por el mañana,
es apuesta por nuevas fronteras para el hombre, que, desde la fe, se encamina
hacia la plenitud de su realización. El cristiano esta llamado a ser
inconformista ante todo lo conseguido; lo suyo más especifico es el impulso
hacia el porvenir. Siempre más adelante, porque siempre más arriba; siempre
muriendo al presente, porque siempre estamos en trance y posibilidad de
resurrección. Cuanto el hombre consigue de libertad, de justicia, de
fraternidad, de comunión... has de resultarle insuficiente al autentico
creyente. Su meta está siempre más allá y todo logro viene a convertirse en
medianía. “Nos apremia el amor de Cristo”. ¡Siempre hay nuevos horizontes de
humanización para quien cree y espera en la plenitud de la salvación!
4. - Este es, radicalmente, el sentido de nuestra muerte con Jesús. “El que
murió por todos”. Muertos en Él y con Él, nuestra existencia adquiere sentido en
línea con su muerte y su resurrección, es, en la andadura de su caminar hacia
una salvación que supera todos nuestros objetivos y que, por ello, relativiza
toda meta conseguida e impulsa hacia nuevas dianas. Será, pues, cosa de escuchar
al Jesús que nos interpela. “¿Aún no tenéis fe?”.