XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 5, 21-43
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
Sb 1, 13-15; 2, 23-25
Salmo 29
2 Co 8, 7-9, 13-15
Mc 5, 21-43
1. La segunda de las lecturas bíblicas del presente domingo contiene
uno de los textos más radicales del cristianismo. Por desgracia, uno de los
textos menos citados y menos llevados a la práctica.
San Pablo propone a los creyentes una norma de vida en lo que se refiere a la
propiedad de los bienes materiales: La máxima igualdad en la posesión y disfrute
de todos los bienes. Una comunidad de hombres en la que no existan irritantes
desigualdades y en la que todos traten de que los bienes lleguen a la totalidad
del grupo es, en el pensamiento cristiano, la sociedad a la que los creyentes
han de tender con sus mejores empeños.
¿Cómo hemos de amar la vida? Escuchemos a san Pablo: “No se trata de que otros
tengan abundancia y vosotros sufráis escasez Buscad la igualdad, al presente
vosotros daréis de vuestra abundancia lo que a ellos les falta, y algún día
ellos tendrán en abundancia para que no os falte a vosotros”.
Lejos de nosotros aquella idea de “caridad” que las reduce a ser sólo limosna.
La caridad de Dios la encontramos en la vida de Cristo: “Por vosotros se hizo
pobre, siendo rico, para haceros ricos con vuestra pobreza”.
Jesús con su pobreza nos ha dado la fuerza para cambiar las actitudes de las
personas, para ver las cosas con los ojos de Dios y encontrar la paz que se
fundamenta en la justicia y la igualdad.
Mirar al necesitado como a un hermano. La fe es un impulso de vida porque nos
lleva a compartir los dones que Dios ha puesto a nuestro alcance. Cuando se
habla de “generosidad” en la Sagrada Escritura, no ha de entenderse por esta
palabra el simple y pasajero desprendimiento de determinadas riquezas para
aliviar un tanto la extrema pobreza de otros hombres. Esta “generosidad”,
entendida así, como donación de lo que uno puede dar a otros sin alteración
alguna de sus títulos de propiedad y de su condición de superior escalafón
económico-social, es una adulteración del criterio bíblico. La “generosidad”
proclamada por el Nuevo Testamento no se limita a esta caridad esporádica; mira
a la creación de una sociedad de igualitarismo económico. “Nivelación” es el
término utilizado por san Pablo en su comunicación a los cristianos de Corinto.
2. Este criterio resulta muy exigente, sin duda; si se comprende, por ello
mismo, que la comunidad cristiana haya tenido cuidado de no volver su atención
sobre tales tamañas exigencias. Pero, ¿cabe una fidelidad al evangelio sin
llegar a la fiel aceptación de un espíritu de igualdad en la posesión y disfrute
de los bienes materiales y sin un decidido empeño de cambiar las estructuras de
la sociedad para que ese espíritu de “nivelación” y “generosidad” no se quede en
mera aspiración?
Gustará más o menos a nuestros intereses esta proposición del Nuevo Testamento;
pero, en la medida en que la marginación de nuestros propósitos y realizaciones,
tendremos que reconocer nuestra adulteración de la fe en Jesús. Bien está la fe,
la amistad, la caridad, dice san Pablo a los corintios. Pero añade: “Distinguíos
también por vuestra generosidad”
3. El gran escándalo de los tiempos modernos estriba en que los cristianos no
aparecen como los adelantados de esta sociedad igualitaria. Otros “credos” han
venido a ocupar en las opciones de muchos este compromiso, y, por desgracia,
ante la insensibilidad de muchos creyentes., los patrocinadores de esos nuevos
“credos” de mayor garra social han entendido que la fe cristiana tenia que ser
marginada y aun erradicada como inútil y hasta como estorbo. En la actual
coyuntura de nuestra sociedad cabe preguntar si las opciones políticas que dicen
inspirarse en el cristianismo ofrecen o no un programa eficaz de creación de una
sociedad más igualitaria.
4. No cabe argumentar con la vieja filosofía de que los hombres somos distintos
y que, en consecuencia de ello, distinto ha de ser el volumen de posesión y de
acceso a los bienes materiales. Para el cristiano, la norma puede inspirarse en
distinto discurso. Ha de atenerse a la “nivelación” que propone san Pablo.
Porque el mal, la enfermedad, la muerte en el mundo no es fruto de Dios, como lo
subraya hoy el libro de la Sabiduría, sino del pecado de los hombres.
¡Cuán aleccionadora es la palabra de hoy!: "Dios no hizo la muerte ni goza
destruyendo a los vivientes”. "Todo lo creó para que subsistiera”. "Dios creó al
hombre para la inmortalidad”. Nos pueden sorprender estas palabras, pero debemos
encontrar su sentido verdadero.
Demasiadas veces oímos decir que hemos nacido para morir. Y no es verdad. Hemos
nacido para vivir en plenitud. Dios ha hecho al hombre y la mujer para que vivan
de verdad. Para que superen, incluso el mal trago de la muerte, como un episodio
pasajero.
Hemos sido creados para vivir. Por eso nos fastidia tanto esta vida nuestra.
Porque tiene tantas limitaciones que parece más una muerte que una vida.
Vivimos muriendo. Vivir es conocer, y amar, y relacionarnos, y crear cosas
nuevas. Pero ahora y aquí, se puede decir muy bien que sólo hacemos un ensayo de
todo ello. Un ensayo de conocer: ¡Cuántas cosas permanecen en la oscuridad y en
la ignorancia! Un ensayo de amar: ¡Cuántos amores limitados, rotos, por los
egoísmos, por la pereza, por los intereses! Un ensayo de relacionarnos: ¡Cuántos
proyectos mueren o enferman por nuestras mezquindades!
A pesar de todo, tenemos sed de vivir plenamente. Dios ama la vida, ¡quieres que
vivamos de verdad, tanto como podamos aquí en la tierra y del todo, plenamente,
en su corazón, en la eternidad! Para eso hemos sido creados.
La muerte, en cuanto representación de las divisiones que interfieren en la vida
humana, no responde al proyecto primero de Dios: Es creación de nuestra
injusticia. Las divisiones para una conciencia cristiana han de ser aguijón a un
mayor esfuerzo para poner a todos en pie de igualdad. Es lo que hermosamente
sugiere el Evangelio de hoy al despertar de la muerte a la hija de Jairo.
5. Ahora, Jesús, en la Eucaristía, comparte con nosotros su vida. Es atrevido el
símbolo de la comunión. Nunca nos habríamos sentido capaces nosotros de inventar
uno tan atrevido como este. Vivámoslo con alegría y generosidad.