XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6, 30-34
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
Jr 23, 1-6
Salmo 22
Ef 2, 13-18
Mc 6, 30-34
1. Para un pueblo tradicionalmente constituido por pastores nada podía
ser más claro que las imágenes o comparaciones acerca del pastoreo. Los judíos
sabían perfectamente de qué se trataba cuando el profeta Jeremías, igual que el
profeta Zacarías, hablaban de pastores del pueblo. Se trataba de los jefes
civiles y religiosos. Y lo que allí se dice es bien duro. Los pastores no han
servido, en vez de reunir al pueblo lo han dispersado y, en vez de alimentar a
las ovejas, las han dejado perecer. Dios mismo, dice Jeremías en la primera
lectura, se encargará de reunir a las ovejas suyas. El buscará a otros pastores
que de verdad sirvan al rebaño.
Siempre que en el Evangelio Jesús dice que Él es el pastor bueno que reúne a las
ovejas, las lleva a los pastos, reúne a las disgregadas, las trata con amor y
las defiende con su vida de manos de los lobos, está diciendo que Él es Dios
porque ése es el papel de Dios, según los profetas. El salmo responsorial lo
reivindica claramente así. Ese salmo identifica a Cristo con el pastor del
pueblo que es Dios, que resulta así pastor y dueño.
2. San Pablo a los cristianos de Éfeso, acentúa el papel de Jesucristo respecto
de nosotros. Es en su sangre que nosotros hemos conseguido la consanguinidad con
Dios. El es nuestra paz; El ha borrado totalmente la diferencia que existía
entre judíos y paganos respecto de Dios. El ha abolido la Ley con sus
mandamientos y reglas. Digámoslo claramente: Nosotros no parecemos creer en todo
esto. No parecemos creer en el papel que Jesucristo ha jugado en nuestra vida,
ni sentimos que su existencia ha tenido la importancia que san Pablo le
atribuye. Seguimos haciendo diferencias raciales y seguimos buscando cómo volver
a poner en vigor la Ley y los mandamientos que san Pablo dice que Cristo abolió.
Si la Ley sigue teniendo valor, si las diferencias raciales tienen importancia
para nuestra fe, ¿qué valor tiene entonces Cristo?, ¿para qué murió Jesús?
3. “Como ovejas sin pastor”, así califica Jesús en el evangelio de Marcos a la
multitud que va tras Él. Que parecían ovejas sin pastor es lo más duro que podía
decirse de un pueblo acostumbrado al pastoreo. No se puede dar una imagen de
mayor desamparo a un judío nómada que decirle que algo parecía un grupo de
ovejas al que le falta su pastor. Pero para eso el pastor tiene que haber jugado
alguna vez su papel de agrupador, organizador, servidor sacrificado, defensor
incondicional y alimentador cotidiano de las ovejas.
Cuando Jesús ve al pueblo desamparado, desorganizado, dividido, indefenso y
falto de alimento, no pierde la paciencia, sino que se enternece y se dedica a
organizarlo y alimentarlo con su palabra. Preguntémonos: ¿Qué nos provoca el
pueblo?, ¿impaciencia?, ¿desprecio?, ¿desesperanza?, o ¿ternura y afán de
servicio? Jesús no regaña al pueblo, sino que le enseña con calma, dice el
Evangelio. ¿Actuamos nosotros así?, ¿tenemos nosotros paciencia con el pueblo?
Dios la tiene, si nosotros decimos representar a Dios es nuestro deber funcionar
con la paciencia y el amor de Dios.
4. El anuncio del Reino de Dios, el anuncio de que Dios quiere reinar aquí, de
que Dios quiere que este mundo sea un mundo en el que reine el amor, exige un
trabajo agotador. Las necesidades del pueblo son apremiantes y la gente se
siente como ovejas sin pastor; hay que atenderla sin prisas, pero sin descanso.