XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 1-15
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
2R 4, 42-44
Salmo 144
Ef 4, 1-6
Jn 6, 1-15
1. - En la primera lectura del segundo libro de los Reyes, se nos
cuenta una historia muy breve paralela a la que aparece en el evangelio de Juan:
Un milagro realizado por el profeta Eliseo. Se trata, como en el caso de Jesús,
imagen anticipada del milagro de Jesús, del “pan de las primicias”, panes de
cebada; se trata de repartirlos a mucha gente hambrienta; se trata de que el
encargado de repartirlos hace notar la insuficiencia; se trata de que el pan,
después de repartido y saciada la gente, sobra; se trata de que la Palabra de
Dios se cumple.
La primera lectura nos señala ya que Jesús habla en nombre de Dios, es profeta
de Dios, y por ello su palabra, por ser la Palabra de Dios, se cumple. Se trata
de señalarnos que los milagros son signos, señales, de que el Reino de Dios
llega, ya está aquí y ya ha empezado con la persona de Jesús de Nazaret.
La segunda lectura recoge los primeros compases de la larga exhortación de San
Pablo a los cristianos de Éfeso. El Apóstol nos pide que vivamos como lo que
decimos que somos. Y añade una serie de recomendaciones que ciertamente no hemos
seguido. No somos ni humildes ni amables, ni comprensivos, no nos sobrellevamos
mutuamente con amor, no mantenemos la unidad del Espíritu, no vivimos en paz. No
nos sentimos miembros de un mismo cuerpo. Es más, el Espíritu Santo, que debiera
llevarnos siempre a mantenernos unidos en una sola comunidad de amor, nos sirve
muchas veces de pretexto para mantenernos aparte, separados, paralelos al resto
de la comunidad de seguidores de Jesús. ¡Otro gallo nos hubiera cantado a los
cristianos, durante estos dos mil años, si hubiéramos seguido los consejos que
nos da san Pablo! ¡Ojalá esta celebración eucarística nos sirviera para comenzar
la lucha por vivir cada día lo que san Pablo nos recomienda con tanto amor!
2. San Juan presenta a Jesús no sólo como el nuevo Adán, el hombre nuevo, sino
también, como el nuevo Moisés, el verdadero líder y maestro del nuevo pueblo de
Dios. Se le presenta como aquel en quien el Dios de la Antigua Alianza se hace
plenamente presente. Va a superar la Pascua.
Para el Evangelio según san Juan, Jesús es el nuevo y mejor Moisés, el nuevo y
mejor “maná”, el nuevo y mejor cordero pascual. El verdadero paso (la verdadera
Pascua, porque eso es lo que significa la palabra “pascua”: Paso) se da en Él;
el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, de vivir en la
carne o mundo a vivir en el espíritu.
En este fragmento del evangelio Juan habla de comida, de Eucaristía. El milagro
es signo, icono, sólo signo, de la realidad sacramental. Juan divide su
evangelio en “antes de la hora” y “después de la hora”. La “hora” es el momento
de la muerte de Jesús en la cruz. Antes de “la hora” sólo hay signos; después de
“la hora” sólo realidades sacramentales: Verdadero pan, que da la verdadera
vida, porque es, verdaderamente, el cuerpo de Cristo, pan y palabra de Dios que
dan la vida verdadera al hombre nuevo, al verdadero hombre.
La comida es de panes y peces. Desde la destrucción del templo, año 70, los
judíos celebraban la Pascua con panes y peces, en vez de pan y cordero. Cristo
cambia la Pascua judía por una pascua nueva en que lo que comen los seguidores
es pan del cielo, su propio cuerpo y sangre sacramentales y realmente presentes
en la Eucaristía.
3. El relato que tenemos en la versión del Evangelio según san Juan del relato
de las tentaciones de Jesús, que aparecen explicitadas en los otros tres
evangelistas. Aparece el pan multiplicado (la riqueza o la abundancia) en forma
de banquete, típica de la mentalidad judía antigua y de la evangélica. Aparece
el milagrerismo: El profeta que multiplica panes y hace milagros. Aparece el
poder: Venían a hacerlo rey. Aparece Jesús venciendo la tentación pues se va al
monte, solo. Las tentaciones que pueden hacer que la misión de Jesús se
convierta en algo demoníaco siguen siendo las mismas para su cuerpo, la Iglesia:
La riqueza, el milagrerismo, el poder. Ninguno de los tres liberará al pueblo de
Dios. Sólo libera el servir hasta dar la vida por él.
Jesús sabía que la solución del hambre del pueblo está en compartir. Hubo muchos
más milagro en que los que querían acaparar aprendieran a dar. La solución no
está en comprar, en tener plata guardada para invertirla en pan; la solución no
vendrá de la sociedad de consumo. Se trata de organizar la vida de todos de otra
manera, organizarla de tal manera que la gente quiera compartir los panes y
peces que cada uno tenga. En la alegría, el pueblo, que por fin comparte y sacia
su hambre, descubre que Jesús es el Mesías que tenía que venir al mundo.