II Domingo de Navidad. Ciclo B

San Juan 1, 1-18 

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Si 24, 1-2.8-12

Salmo 147

Ef 1, 3-6. 15-18

Jn 1, 1-18 

1.- Este domingo nos ofrece la oportunidad de profundizar en el misterio del Niño nacido en Belén. Es urgente que eliminemos las palabras para que aflore la Palabra: Verdad íntima, sabiduría amorosa, la intimidad del amor de Dios Padre.

El texto evangélico de hoy es un canto al misterio de la Palabra que está en el seno del Padre dirigiéndose a él desde toda la eternidad. Esta Palabra, definitiva relación del Padre ha puesto su tienda en medio de nosotros, llevando a cumplimiento aquella condescendencia de Dios, que existe ya en el Antiguo Testamento en las intervenciones de Dios en favor de su pueblo y en el don de su Palabra.  

2.- La primera lectura está tomada del himno de alabanza a la Sabiduría, que se encuentra en el libro del Eclesiástico. La Sabiduría aparece personificada en este texto. Se ha discutido mucho sobre el significado de esta personificación, ya que la Sabiduría aparece como un ser divino, o al menos, en mucha cercanía con Dios y es como un llamado divino a los hombres. Puede tratarse ciertamente de una personificación literaria para hablar de la revelación bíblica, un primer intento por describir lo que hoy llamamos «inspiración bíblica».

La Sabiduría habla de su origen divino y de su presencia en el templo celeste, luego se refiere a su presencia y a su actividad en la creación y en la historia de las naciones. En todo el mundo y en medio de todas los pueblos buscó en vano una morada, pero finalmente su Creador la hizo «poner su tienda» en Israel. La Sabiduría describe su belleza con imágenes y perfumes típicos de la tierra del pueblo de Israel para hacerse desear y poder luego dirigir una insistente invitación a los que quieren venir a ella, beber y comer de ella, escucharla y obrar bajo su influjo. Quien posee una cierta familiaridad con el evangelio de Juan, notará inmediatamente una gran sintonía de pensamiento e incluso de términos entre la presentación que hace de la Sabiduría Ben Sirá (el Sirácida), el autor del libro del Eclesiástico, y la que hace de Jesús el autor del cuarto evangelio.

 

3.- La segunda lectura está compuesta de un breve texto que contiene una bendición, con la cual se abre la carta a los Efesios y por una oración del autor en favor de sus lectores. La bendición se dirige al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el origen de toda bendición, don y gracia que nos son concedidos a nosotros por medio de Cristo. Este himno se dirige totalmente al Padre, fuente primordial de la gracia. Su gracia, que actúa en nosotros, manifiesta su gloria, es decir, su valor intrínseco, su belleza fulgurante que nos eleva a una dignidad incomparable e inmerecida. Pero el himno resalta también la centralidad de Cristo en el plan de Dios. Es a través de él que nos es dado todo, y es en él que el Padre desea llevar a la plenitud al universo entero. Fascinado de esta visión grandiosa, el autor de la carta dirige luego una oración por sus lectores, que han creído en Cristo y permanecen fieles a él, para que Dios les abra los ojos y puedan comprender siempre mejor la grandeza a la cual han sido llamados.

El evangelio es el prólogo del cuarto evangelio: un poema a la Palabra de Dios que originariamente fue un himno cristiano de las primeras comunidades. Juan inicia con las mismas palabras del primer libro de la Biblia: «En el principio». Ciertamente quiere poner en relación el inicio absoluto de todo con el misterio de Jesús de Nazaret, definitiva Palabra del Padre. Desde el inicio el texto proclama la existencia de una persona divina, que es la Palabra, igual a Dios mismo, que lo expresa y revela, que crea y que santifica todo.

El punto más alto del himno joánico se encuentra en la afirmación: «Y la Palabra se hizo carne y habitó (literalmente: “puso su tienda”) entre nosotros». La Palabra creadora y omnipotente entra en la historia asumiendo la condición frágil y mortal de todo hombre.

El término «palabra» traduce un término griego muy rico, «logos», que puede significar también «proyecto, razón, sabiduría». Probablemente Juan alude al mismo tiempo a la palabra creadora del Génesis, a la sabiduría de los escritos sapienciales bíblicos, y a la razón del universo de la filosofía griega. El término «carne» (griego: sarx) evoca precisamente esa dimensión de caducidad y debilidad con la cual la Palabra se hace presente en el mundo. La afirmación de Juan resume magistralmente el misterio del «Dios-con-nosotros», el camino histórico de Dios a través de Jesús de Nazaret. El lugar privilegiado de la presencia divina no es ya la tienda del desierto, ni el grandioso templo de Jerusalén, sino la existencia histórica y el triunfo pascual de Jesús. Con razón la comunidad cristiana puede decir de él, «hemos visto su gloria», la gloria de Dios que revela su poder salvador en favor de los hombres, «la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de la gracia de la verdad».  

4.- El recién nacido de Belén es la Palabra, el Hijo de Dios, perfecta revelación del Padre. Es la gran paradoja del misterio de la Navidad: la Palabra de Dios se manifiesta hoy en un niño que no sabe hablar. Y sin embargo, Jesús de Nazaret, en su humanidad, nos revela a Dios infinitamente más que cualquier visión sobrenatural o discurso humano por profundo que sea. Dios se hace hombre y la navidad nos impone a todos una exigencia: hacernos también nosotros cada día más humanos, más respetuosos de la dignidad del hombre, porque sólo así seremos cada día más semejantes al Dios vivo que ha querido compartir nuestra condición.