XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Juan  6, 41-51

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

1 R 19, 4-8
Salmo 33
Ef 4, 30-5,2
Jn 6, 41-51


1. El fragmento del libro primero de los Reyes, nos habla de un pan bajado del cielo, puesto que lo trae un ángel, para alimentar al profeta Elías que va a caminar, durante cuarenta días y noches, a través del desierto para encontrarse con Dios en el monte Horeb.

La Iglesia nos dice que ese pan, traído por el ángel, era una figura de la Eucaristía, verdadero pan del cielo porque es el sacramento del cuerpo de Cristo. La misma oposición que ha encontrado Moisés entre su pueblo tiene desanimado, varios siglos después, al profeta Elías. Ambos experimentan que no es fácil ni liberar al pueblo ni mantenerlo en el camino de la rectitud. Dios reanima a sus profetas por medio de ese pan y por medio de su presencia personal. La lectura nos reafirma que Dios está dispuesto a hacer lo que sea para liberar a su pueblo y mantenerlo en el camino de su perfección.

Esta lectura está perfectamente conectada con el Evangelio y las dos forman parte de un ciclo corto acerca de la Eucaristía, ciclo en el que este domingo es el tercero.

2. La segunda lectura está tomada de la carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso. Está llena de recomendaciones útiles, recomendaciones a las que no hemos hecho mucho caso. Estar bautizado-confirmado es estar sellado con el sello del Espíritu Santo; es como estar marcado ahora para entrar en el Reino de Dios cuando éste llegue a su plenitud de realización entre nosotros. No podemos dejarnos llevar por el pesimismo, dice Pablo; cuando Cristo inaugure la plenitud de su Reino estaremos con El y participaremos en todas sus bendiciones.

Para el entretanto Pablo nos recomienda que desterremos de nosotros la amargura, la cólera con todas sus consecuencias. Nos recomienda que seamos buenos, comprensivos y que nos perdonemos los unos a los otros ya que Dios ha perdonado a cada uno de nosotros nuestros pecados. Nos recomienda que seamos imitadores de Dios y que nos amemos como Cristo nos amó. Ciertamente el mundo entero sería ahora cristiano de verdad si nosotros hubiéramos seguido siempre estas exhortaciones paulinas.

3. Y continuamos, desde el Evangelio, el ciclo de explicaciones acerca de la Eucaristía. Para los judíos una de las características de la época del Mesías sería la reaparición del maná, pero, dice el evangelio según san Juan, la Eucaristía es más que el maná; el que comía el maná después acababa por morirse, el que coma la Eucaristía será resucitado y no volverá a morir. Cuando uno ama a alguien, dice Juan, tiende a hacerse uno con esa persona amada, Dios se ha hecho hasta comible para que, por medio de la Eucaristía, nos hagamos una sola cosa con él. Dios se ha hecho carne para que la carne pueda ser algún día Dios.

Observemos el detalle evangélico. El que cree en Jesús sabe, por fe, que Dios es Padre de Jesús, que Jesús es el Hijo de Dios. Para Juan el pecado de los no creyentes en Jesús está en argüir la ascendencia o procedencia humana (nosotros, dicen sus conciudadanos, sabemos que su padre y su madre son María y José) para negar su condición divina. ¿Por qué utiliza Juan este argumento? Porque ese puede ser nuestro pecado: Argüir la ascendencia humana del prójimo para negar su condición divina, la del prójimo. Desde Cristo en adelante, para quien tiene fe, y sólo por la fe, cada ser humano es Dios-y-hombre-verdadero; lo que yo haga con el prójimo lo estoy haciendo con Dios, porque Dios se ha encarnado y no le podemos quitar la carne. En Cristo se me revela no sólo todo lo que Dios es, sino también todo lo que el hombre es y puede llegar a ser en plenitud.

4. Toda esa aclaración “joánica” sobre que nadie ha visto al Padre-Dios, sino aquel que ha venido de Dios, es una forma de aclararnos que Jesús es mucho más importante que Moisés. Moisés no vio a Dios, pero ahora, dice Juan, quien ve a Jesús ve al Padre-Dios. Jesús está, dice este evangelio, muy por encima de Moisés porque Jesucristo es la plenitud de la divinidad hecha visible. Nadie ha visto a Dios como no sea viendo a Jesús porque Dios está visible en El como en un espejo; sólo al final definitivo y eterno, cuando la creación entera haya llegado al extremo de su evolución posible, veremos y conoceremos a Dios como El nos conoce.

En el trozo que tenemos en el evangelio de esta Eucaristía san Juan remacha la idea de que Jesús sí es el verdadero pan, el verdadero maná del cielo; El sí es el verdadero Moisés (líder y legislador) del pueblo de Dios; un líder y legislador que no sólo está dispuesto a dar su vida, sino que, más todavía, se nos da El mismo, en la Eucaristía, en forma sacramental, pero real, para hacerse con nosotros una sola carne y una sola sangre. Al fondo de toda esta catequesis acerca de la Eucaristía está la idea de que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”; Juan se encarga desde el comienzo de su Evangelio de recalcarnos que Jesús es la Palabra de Dios hecha carne.