XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Juan 6, 60-69

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Jos 24, 1-2a. 15-17.18b
Salmo 33
Ef 5, 21-32
Jn 6, 60-69


1. Este capítulo del libro de Josué, que tiene como tema central la asamblea de Siquem y las tradiciones, nos pregunta ¿a qué Dios servimos? Y es interesante que nosotros actualicemos el cuestionamiento que ya Josué, hace más de tres mil años, hacía a todas las tribus de Israel. ¿A qué Dios servimos? ¿Al Dios aéreo, milagrero, creador de crisis emocionales, al que tan dado es nuestro pueblo sencillo, o al Dios que se nos revela en Jesucristo?, ¿un Dios encarnado, que se ha hecho una sola carne con nuestro prójimo y que nos compromete a hacer por nuestro vecino cuanto quisiéramos hacer por Dios? El único Dios que libera, nos lo recuerda Josué, es el Dios que se nos revela en Jesucristo.

El Dios que adoramos es el Dios que libera, nos dice esa primera lectura. “El nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto... él hizo a nuestra vista... él nos protegió en el camino... En consecuencia: Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”. Nuestro Dios es un Dios que nos libera de la esclavitud política, social, moral, psicológica y económica, porque así era la esclavitud de Egipto de la que Dios libera al pueblo de Israel. Sí, Dios es político y parcial, pero no es miembro de ningún partido y, menos aún, posesión exclusiva o monopolio de ningún partido o grupo ideológico.

2. Cristo ama a su cuerpo, la Iglesia, la comunidad, como un marido a su mujer, y como un marido que, por amor, se hace una sola carne, una sola cosa, con su esposa. El matrimonio es, o debe ser, sacramento, signo sensible, símbolo que hace realmente presente lo que significa, si de verdad hace visible ese amor incondicional que es Dios; si de verdad hace visible esa encarnación, esa unión indisoluble, entre Dios y su pueblo, entre la humanidad y la divinidad.

Cuando el marido golpea a la mujer, dice Pablo, ya han dejado de ser una sola carne, porque nadie trata así a su propia carne. ¿Lo tenemos claro? Los vínculos entre marido y mujer, cuando hay amor, son más importantes que los vínculos entre un hijo y su madre; así de importante es la relación que debe crearse entre los esposos. ¿Dónde están esos matrimonios así dentro de nuestra comunidad? ¿No tenemos, más bien, muchas más bodas que matrimonios?

El amor humano se convierte en misterio, expresión adecuada del amor de Cristo a su Iglesia. Lo propio debiera ser el compromiso a mantener vivo el amor, eso es lo difícil, eso es lo que vale la pena; lo otro se hace hasta por mero convencionalismo social.

3. El evangelio de Juan, nos recuerda algo bien actual: El modo de hablar de Jesús era inaceptable. Lo era en su tiempo de predicación y lo es ahora igualmente. Si el modo de hablar de Jesús nos resulta cómodo o bonito o conveniente, es que ya no es el de Jesús. Jesús no resultaba cómodo ni para sus amigos más íntimos. Lo último que Jesús buscaba era quedar bien. Jesús no dijo: Yo soy la diplomacia, o yo soy la tradición, sino: Yo soy la verdad. Quien nos dice la verdad, no es cómodo ni agradable, pero nos dice lo que tenemos que oír.

La frase de Juan, puesta en boca de Jesús, es terrible: “La carne mata, es el espíritu el que da vida”. La letra mata, es el Espíritu el que da vida, dice en otro lugar en frase perfectamente paralela y con la misma dureza. La ley mata, es el amor el que da vida. Nos agarramos a los ritos, a la tradición, a los catecismos, a las prácticas conocidas. Todo eso mata. Tenemos religión, pero no tenemos fe. La fe es obra del Espíritu, y sólo el Espíritu es creador de vida, dador de vida. Sólo la fe es vida, el rito sólo sirve si expresa y compromete a la vida; el rito mata cuando sustituye a la vida.

En la tercera frase importante para nosotros en el evangelio de este domingo, Jesús dice: “Nadie puede venir a mí si mi Padre no se lo concede”. Dios tiene, pues, toda la iniciativa. El es el dueño, y es El quien escoge a quien le da la gana, el Reino es Reino de Dios. Pero Dios, que tiene siempre la iniciativa, Dios que quiere que le sigamos, cuenta con nuestra libre decisión. El que nos redimió sin preguntarnos nada, no nos tendrá con él contra nuestra voluntad. Nos ha hecho libres y cuenta siempre con nuestra libertad y la respeta de verdad.