XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 7, 1-8.14-15.21-23

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Dt 4, 1-2, 6-8
Salmo 14
St 1, 17-18.21b-22.27
Mc 7, 1-8.14-15.21-23

1. Para muchos que han sido bautizados en los primeros días de su vida y que luego no han realizado una opción´pon personal por el evangelio de Jesucristo el cristianismo se les antoja, antes que nada, como un conjunto de prohibiciones que limitan la libertad.

Se cristiano es someterse a todo un plural ordenamiento de leyes morales, practicas religiosas, pequeñas ascésis y grandes virtudes. Es referir la existencia a los mandamientos de Dios y disciplinar las semanas según las pautas de los mandamientos de la Iglesia. Así las cosas, el cristianismo se les aparece como limitador de sus movimientos, censurador de sus opciones, patrocinador de sus valores que contraen la autonomía del hombre

2. Muy otro es el criterio que nos aporta el libro del Deuteronomio. El cumplimiento de la ley dada por Dios se presenta como capaz de dar al hombre su auténtica talla y su más alta realización.

“Escucha los mandamientos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entrareis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar”. La primera lectura contiene como principal elemento una llamada de Dios: "No añadáis nada a lo que os mando… así cumpliréis los preceptos del Señor".

El texto reproduce las palabras de Moisés, quien habló “al pueblo diciendo: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos que os mando cumplir... No añadáis nada ni quitéis nada a lo que os mando; cumplid los mandamientos del Señor que yo os enseño, como me ordena el Señor Dios. Guárdarlos y cúmplirlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia...»”

Se trata de una exhortación a obedecer la palabra divina, un exhortación, una invitación que queda en nosotros aceptar. Dios ha expresado sus mandatos y nos pide cumplirlos porque ellos son sabios y prudentes.

De otra forma, pero con la misma exhortación, Dios nos invita a obedecer sus mandatos en la segunda lectura, la que incorpora el mensaje: "Pongan en práctica la Palabra".

Dice el apóstol, “Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido sembrada en vosotros y es capaz de salvarlos. Poned en práctica esa Palabra y no os limitéis a escucharla, engañandoos a vosotros mismos”. Y nos da un ejemplo de nuestros deberes, al decir que, “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre consiste en visitar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones y en guardarse de este mundo corrompido”.

3. Esta palabra es poderosa. Por esta palabra fueron creadas todas las cosas. Esta palabra es el Verbo, que se hizo hombre y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad. Esta palabra poderosa de Dios hace, realiza, los sacramentos de la Iglesia, que han de ser recibidos con una actitud de fe y de docilidad a la palabra de Dios. Pero hay un peligro muy real para todos nosotros: quedarnos puramente en los aspectos "estéticos" del mensaje de Dios, pensar que es una hermosa consideración, que hay que tener pensamientos nobles como éstos, aunque sean tan sólo una bella utopía...

Las dos lecturas en conjunto contienen esa misma convocatoria a seguir a Dios por medio de la práctica de su palabra en nuestras vidas, cumpliendo lo que nos manda. Esta idea central de las lecturas llega a su punto más alto en la lectura del evangelio.

El evangelio de este domingo contiene una advertencia para quienes "Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones humanas".

4. El texto da inicio diciendo que “En aquel tiempo se acercó a Jesús un grupo de fariseos y algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavárselas”. La ocasión es maravillosa para hacer una distinción fundamental.

Para entenderla mejor “conviene saber que los fariseos y los judíos en general no comen sin antes haberse lavado las manos restregando bien, observando así la tradición de sus antepasados; y al regresar del mercado, si no se lavan, no comen; y observan por tradición otras muchas costumbres, como lavar vasos, jarros y ollas”.

Entonces, ante una situación en la que se veía que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, “... los fariseos y los letrados le preguntaron: «¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de los antepasados?»”.

Y esa pregunta da pie a lo que sigue, “Jesús les contestó: «Qué bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios y siguen las tradiciones de los hombres»”.

El contraste es claro, entre la obediencia sin sentido de mandatos vacíos y la obediencia a Dios. Jesús hace referencia al corazón, a lo que está dentro de nosotros y así advierte que lo que cuenta es eso, lo que está dentro de nosotros y no lo que está afuera. Y eso puede verse en lo que sigue.

El evangelista nos narra que, “... llamando de nuevo a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entended esto: Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo; lo que sale de su interior es lo que mancha al hombre. Porque es del corazón de los hombres de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia y necedad. Todas estas maldades salen de su interior y manchan al hombre»”.

No son palabras para memorizar, por atractivas que sean. Son palabras para meditar con profundidad. Nada hay fuera de nosotros que nos manche, nada. Si algo malo existe, ello es producto nuestro, de nuestras acciones y pensamientos. Así, la exhortación a obedecer la palabra de Dios contenido en las lecturas anteriores llega a su perfección en el evangelio al establecer que la bondad de los mandamientos de Dios está dentro de nosotros: El amor,

Todos los mandamientos de la vida cristiana se resumen en una palabra: Amor. Pero el concepto del amor ha sido tan manipulado y profanado, que requiere una clarificación para disipar posibles confusiones.

El amor, núcleo de la vida cristiana, es una actitud, a la vez, simple y compleja. Consiste en una entrega total y desinteresada de nuestra persona a Dios y a los hombres. La antítesis del amor cristiano es el ritualismo farisaico: buenas palabras, gestos correctos, fórmulas corteses, que encubren unas intenciones torcidas y un deseo de utilizar a Dios y a los demás seres humanos en provecho propio.

Es muy difícil, por no decir imposible, vivir, en términos globales, el amor cristiano en un mundo cuyas instituciones se mueven por el egoísmo y el interés privado, aun a costa de aplastar al débil.

El amor no cabe en un mundo viejo. Hay que inventar un mundo nuevo que permita y favorezca la experiencia cristiana del amor.