XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 7, 31-37

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Is 35, 4-7a
Salmo 145
St 2, 1-5
Mc 7, 31-37

1. Las tres lecturas de la Eucaristía están perfectamente de acuerdo: El Reino de Dios se ha hecho presente entre nosotros gracias a Jesús de Nazaret. Todos los milagros son señales y, por eso, no tienen sentido en sí mismos, sino aquello a lo que señalan: La presencia del Reino de Dios, que es Dios quien reina y no el mal, no el pecado, no sus manifestaciones más palpables: la enfermedad, la muerte, la injusticia.

La primera lectura, que procede del profeta Isaías, hace referencia a la curación de los enfermos, llevada a cabo por Jesús, como señal de que Dios mismo está aquí, de que El ha venido en persona, de que El hace justicia y de que es El quien nos salva. La curación de un sordomudo es el símbolo del pueblo de Israel: Sordo para escuchar la de Dios y por tanto, incapaz de dar una respuesta a la misma.

Cuando el pueblo de Dios exclama que Jesús “hace oír a los sordos y hablar a los mudos”, está citando al profeta Isaías: “Se despegaran los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán”. Todos esos “milagros” son señales de que el Reino de Dios ha llegado al mundo y empezado en Jesús de Nazaret. El pueblo nos dice Marcos, reconoce el reinado de Dios en esas señales que Jesús hace.

2. Recordemos las frases de Pedro y Juan, en los Hechos de los Apóstoles, cuando acaban de curar a un paralítico: No somos nosotros quienes hemos hecho andar a este hombre con nuestro poder o fuerza, es Jesús quien tiene el poder, es en El quien debemos poner la fe; sólo en El está la salvación. Isaías nos recuerda que en la proclamación de esta verdad debemos dejar de lado nuestra cobardía y temor.

La segunda lectura tomada de la carta del apóstol Santiago, subraya algo que debiera estar escrito sobre las paredes de todos los lugares en donde celebramos nuestras eucaristías: “No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo con la acepción de personas”. La comunidad cristiana debe ser el signo claramente visible de que es Dios quien reina y no el dinero o el poder.

La sociedad de consumo nos ha acostumbrado a valorar a las personas no por lo que son, sino por lo que tienen. Decente no es ahora el que actúa con criterios decentes, sino el que vive en un barrio “decente”, tiene una casa y automóvil “decente” y se viste con ropa “decente”. La decencia ya no es una cuestión de actitudes, sino de barrio, de coche o de ropa.

Hoy el dinero divide la sociedad y se convierte en criterio decisivo. Jamás debiera ser así en nuestras comunidades cristianas. Más que nunca, como lo manda el Evangelio, debemos optar entre Dios y el dinero. La comunidad cristiana tiene que ser signo del Reino de Dios, de que es Dios el que reina y no el dinero. La comunidad cristiana debe ser signo evidente de que el criterio decisivo es el amor y no el dinero. De que a un hombre o mujer se le valora porque es hijo de Dios y no porque es varón o mujer.

3. Jesús es “el esperado”, nos dice el Evangelio, en El y con El llega a nosotros el Reino de Dios puesto que El hace oír a los sordos y hablar a los mudos. ¿Ponemos nuestra fe, nosotros, en Jesús o en los milagros? Porque aquí está la segunda idea esencial: Jesús manda, una vez curado el sordomudo, que no lo dijeran a nadie.

Cuando en una ciudad esperaban a Jesús para que hiciera milagros, Jesús, nos dice el Evangelio, daba un rodeo y no entraba en ella. No lo esperaban a El, sino a los milagros, El no tenía nada que hacer allí. ¿Entraría Jesús en nuestras ciudades?

La comunidad cristiana primera, veía en el milagro que nos relata el Evangelio, un signo del bautismo y la confirmación: Jesús impone las manos, separa del cuerpo el recipiente del don, usa la saliva, manda a callar lo ocurrido y desata la lengua para proclamar la gloria de Dios. Fijémonos: Todo lo hace el contacto personal con Cristo, con la persona de Cristo.

Digamos la frase del pueblo: “Todo lo ha hecho bien”. ¿De qué líder de nuestra comunidad cristiana podemos nosotros decir una cosa así? ¿Alguien entre nosotros merece una alabanza así por haber hecho hablar a la comunidad con toda libertad y porque haya hecho reinar a Dios, o sea al amor, como criterio decisivo, absoluto, indiscutible?

Cristo está resucitado, por medio de Él no sólo obró Dios en el pasado, sino que Dios sigue haciéndolo todo bien; acerquémonos a Él con confianza, con fe; en Él Dios sigue obrando en medio de su pueblo, en Él Dios sigue salvando a su pueblo.