XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 8, 27-35

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Sb 2, 12, 17-20
Salmo 53
St 3, 16-4.3
Mc 9, 30-37


1. Hay que arrancar hoy de un hecho que esta al alcance de nuestra experiencia cotidiana. Lo estuvo, ¡y como no! al alcance igualmente de la experiencia de los primeros seguidores de Jesús de Nazaret. Tenemos miedo a preguntar al evangelio. Nos asusta someternos a una revisión de nuestra vida desde los horizontes evangélicos a los que estamos llamados. Algo como muy instintivo nos alerta de que la coherencia entre nuestra proclamada condición de creyentes y nuestra vida diaria va a resultados arriesgada y exigente. Por eso optamos por seguir el camino sin someteremos a esa necesaria revisión. El “discurso sobre la cruz” resultaba de difícil comprensión para los discípulos “y les daba miedo preguntarle”. Era ayer. Y es hoy.

2. Jesús es el justo perseguido porque sus criterios y valores son los contrarios a los que defiende el “desorden establecido”. La lectura del libro de la Sabiduría, –un retrato-robot del comportamiento del creyente-- nos recuerda algo que sabemos muy bien: La mera presencia del justo, del honesto y decente, estorba porque acusa y desestabiliza al desorden establecido. El justo siempre resulta incómodo. Entre un montón de corruptos, la mera presencia de una persona honesta ya molesta e incomoda porque su misma vida es ya testimonio, una crítica muda pero eficaz. Ese es el valor del testimonio que da la mera vida de un cristiano cuando de verdad lo es. Resulta una piedra en el zapato.
El que vive como Cristo acaba muriendo como Cristo. “El que se mete a redentor, muere crucificado”, dice el refrán popular. El desenlace de su vida es el sello inconfundible de la veracidad de su testimonio de toda la vida. Así, el justo asesinado, resulta un “mártir”, testigo de la verdad, de la justicia, testigo en último término de Dios.

3. En la segunda lectura continuamos desenvolviendo ante la comunidad la carta del apóstol Santiago. Nuestra sociedad convierte en valores absolutos, decisivos, supremos, al poder, al placer, al tener. ¡Qué bien lo dice Santiago!: “Codician lo que no pueden tener y acaban asesinando”. El “tener” colocado por encima del “ser”. “Ambicionan algo y no pueden conseguirlo, entonces luchan y pelean”. La ambición es el origen verdadero de todas las guerras internacionales, igual que es la fuente verdadera de nuestras peleas personales. La ambición es también el origen de muchas de las peleas dentro de la misma comunidad de fe; peleas por dinero o por poder, peleas que jamás deberían existir nos han llevado a divisiones explicables, pero nunca justificables desde el punto de vista del Evangelio.

4. El Evangelio remacha el clavo y aporta dos nuevos trazos definitorios del “ser creyentes” del “ser testigos”: éste lo es en la medida en que acepta el servicio a los hombres como talante y característica fundamental del “servidor de Yahvé” y cuando se compromete de manera muy preferencial con los más pobres y desvalidos de este mundo. Como telón de fondo de esta doble y complementaria opción, una sabiduría evangélica del más alto empeño: Dios que es el primero, actúa siempre en servicio del mundo, gratuitamente, desinteresadamente. Servir como Dios nos sirve y hacer nuestra la causa del explotado y herido es su dignidad define la autenticidad del creyente.
Desde el comienzo de la Iglesia los anti-valores del mundo enemigo de Cristo han conseguido infiltrar a la comunidad cristiana, por eso el Evangelio nos pinta a los apóstoles de Jesús, en este domingo, discutiendo por poder.
Jesús no dice casi nunca cómo quería que fuera su Iglesia, su comunidad, pero varias veces da a entender claramente cómo no quería que fuera. Si alguno en ella quiere ser el primero, el más importante, tiene que ser el último de todos y el servidor de todos. En la Iglesia, viene a decir Jesús, debe haber autoridad y autoridades, pero no poder. El único poder que Jesús quiere dentro de la comunidad cristiana es el poder de servir.
Hacerse como niño es hacerse sencillo, sin malicia, sin poder. Jesús utiliza al niño que tenía delante en ese momento para explicar a sus seguidores las condiciones que debe llenar quien quiere entrar y formar parte del Reino de Dios. Jesús no pide a sus seguidores hacerse infantiles, sino volverse como niños en las características que Jesús quiere para los miembros de su comunidad de salvación; recordemos que también les pide ser astutos como serpientes.
Jesús no quería en su comunidad cristiana una competencia de poder, en eso no quería que su comunidad de fe fuera como la comunidad civil. Tampoco la quería en competencia con la autoridad civil. Desde luego que quien viva esta verdad y la repita se volverá una persona incómoda, tanto para la comunidad y autoridad civil como para la comunidad y autoridad religiosa. En Jesús, Dios no demostró más poder que el poder del amor que es capaz de obligarnos a dar la vida por los demás.

5. A veces discutimos, como los apóstoles, quién es el más importante dentro de la comunidad cristiana, Jesús nos responde, quién es para El esa persona: el que sirve de verdad a todos. Jesús no dice que el más importante es el que ha estudiado más teología o el que ostenta el cargo oficial más alto en la comunidad; dice que es el que sirve más a todos. Al final del Evangelio según san Juan oiremos a Jesús decir que el que ama más a los demás es el que debe pastorear a sus ovejas.