1. Hay que arrancar hoy de un hecho que esta al alcance de nuestra experiencia
cotidiana. Lo estuvo, ¡y como no! al alcance igualmente de la experiencia de los
primeros seguidores de Jesús de Nazaret. Tenemos miedo a preguntar al evangelio.
Nos asusta someternos a una revisión de nuestra vida desde los horizontes
evangélicos a los que estamos llamados. Algo como muy instintivo nos alerta de
que la coherencia entre nuestra proclamada condición de creyentes y nuestra vida
diaria va a resultados arriesgada y exigente. Por eso optamos por seguir el
camino sin someteremos a esa necesaria revisión. El “discurso sobre la cruz”
resultaba de difícil comprensión para los discípulos “y les daba miedo
preguntarle”. Era ayer. Y es hoy.
2. Jesús es el justo perseguido porque sus criterios y valores son los
contrarios a los que defiende el “desorden establecido”. La lectura del libro de
la Sabiduría, –un retrato-robot del comportamiento del creyente-- nos recuerda
algo que sabemos muy bien: La mera presencia del justo, del honesto y decente,
estorba porque acusa y desestabiliza al desorden establecido. El justo siempre
resulta incómodo. Entre un montón de corruptos, la mera presencia de una persona
honesta ya molesta e incomoda porque su misma vida es ya testimonio, una crítica
muda pero eficaz. Ese es el valor del testimonio que da la mera vida de un
cristiano cuando de verdad lo es. Resulta una piedra en el zapato.
El que vive como Cristo acaba muriendo como Cristo. “El que se mete a redentor,
muere crucificado”, dice el refrán popular. El desenlace de su vida es el sello
inconfundible de la veracidad de su testimonio de toda la vida. Así, el justo
asesinado, resulta un “mártir”, testigo de la verdad, de la justicia, testigo en
último término de Dios.
3. En la segunda lectura continuamos desenvolviendo ante la comunidad la carta
del apóstol Santiago. Nuestra sociedad convierte en valores absolutos,
decisivos, supremos, al poder, al placer, al tener. ¡Qué bien lo dice Santiago!:
“Codician lo que no pueden tener y acaban asesinando”. El “tener” colocado por
encima del “ser”. “Ambicionan algo y no pueden conseguirlo, entonces luchan y
pelean”. La ambición es el origen verdadero de todas las guerras
internacionales, igual que es la fuente verdadera de nuestras peleas personales.
La ambición es también el origen de muchas de las peleas dentro de la misma
comunidad de fe; peleas por dinero o por poder, peleas que jamás deberían
existir nos han llevado a divisiones explicables, pero nunca justificables desde
el punto de vista del Evangelio.
4. El Evangelio remacha el clavo y aporta dos nuevos trazos definitorios del
“ser creyentes” del “ser testigos”: éste lo es en la medida en que acepta el
servicio a los hombres como talante y característica fundamental del “servidor
de Yahvé” y cuando se compromete de manera muy preferencial con los más pobres y
desvalidos de este mundo. Como telón de fondo de esta doble y complementaria
opción, una sabiduría evangélica del más alto empeño: Dios que es el primero,
actúa siempre en servicio del mundo, gratuitamente, desinteresadamente. Servir
como Dios nos sirve y hacer nuestra la causa del explotado y herido es su
dignidad define la autenticidad del creyente.
Desde el comienzo de la Iglesia los anti-valores del mundo enemigo de Cristo han
conseguido infiltrar a la comunidad cristiana, por eso el Evangelio nos pinta a
los apóstoles de Jesús, en este domingo, discutiendo por poder.
Jesús no dice casi nunca cómo quería que fuera su Iglesia, su comunidad, pero
varias veces da a entender claramente cómo no quería que fuera. Si alguno en
ella quiere ser el primero, el más importante, tiene que ser el último de todos
y el servidor de todos. En la Iglesia, viene a decir Jesús, debe haber autoridad
y autoridades, pero no poder. El único poder que Jesús quiere dentro de la
comunidad cristiana es el poder de servir.
Hacerse como niño es hacerse sencillo, sin malicia, sin poder. Jesús utiliza al
niño que tenía delante en ese momento para explicar a sus seguidores las
condiciones que debe llenar quien quiere entrar y formar parte del Reino de
Dios. Jesús no pide a sus seguidores hacerse infantiles, sino volverse como
niños en las características que Jesús quiere para los miembros de su comunidad
de salvación; recordemos que también les pide ser astutos como serpientes.
Jesús no quería en su comunidad cristiana una competencia de poder, en eso no
quería que su comunidad de fe fuera como la comunidad civil. Tampoco la quería
en competencia con la autoridad civil. Desde luego que quien viva esta verdad y
la repita se volverá una persona incómoda, tanto para la comunidad y autoridad
civil como para la comunidad y autoridad religiosa. En Jesús, Dios no demostró
más poder que el poder del amor que es capaz de obligarnos a dar la vida por los
demás.
5. A veces discutimos, como los apóstoles, quién es el más importante dentro de
la comunidad cristiana, Jesús nos responde, quién es para El esa persona: el que
sirve de verdad a todos. Jesús no dice que el más importante es el que ha
estudiado más teología o el que ostenta el cargo oficial más alto en la
comunidad; dice que es el que sirve más a todos. Al final del Evangelio según
san Juan oiremos a Jesús decir que el que ama más a los demás es el que debe
pastorear a sus ovejas.