XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 9, 38-43.45

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Nm 11, 25-29
Salmo 18
St 5, 1-6
Mc 9, 38-43.45


1. Hay que poner las cosas en claro, como lo hace hoy el texto evangélico. Quienes no actúan en contra del designio de Dios para con el mundo están obrando a favor de ese mismo designio. Aunque ellos lo ignoren. Aunque ellos lo nieguen.
Una lectura perturbada del texto --¿por qué intereses?, ¿por qué complejo de superioridad?-- nos había llevado a decir que quien no estaba con Cristo estaba contra Cristo, con lo que el mundo quedaba dividido entre seguidores de cristo y enemigos de Cristo. ¿Y todas esas multitudes que, sin culpa alguna por su parte, ignoran a Cristo? ¿Y todos esos conciudadanos que, sin embargo, persiguen denodadamente la justicia, abundan en solidaridad, se empeñan en lograr una convivencia más humana, trabajan por la pacificación y por la libertad?
“El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Así, tajantemente. Pertenecen al Dios de Jesús cuantos cristianos o no, contribuyen a la construcción de este mundo según las líneas mayores del proyecto de Dios sobre la tierra. Quien ofrece un vaso de agua al sediento hace la obra de Dios en el mundo, quien “escandaliza” a su prójimo actúa contra el proyecto de dios. El mundo, en consecuencia, se divide por las obras, no por el “credo”. Y de poco vale la verdad del “credo” cristiano si no sirve para que el creyente actúe según los criterios de la fe que profesa.
La institución, cualquier institución, toda institución, puede ser importante, pero siempre es menos importante que la finalidad de la institución que, en el cristianismo, es siempre el Reino de Dios. El Reino de Dios es fin, todo lo demás es medio.

2. Moisés –anticipa la postura del texto evangélico de Marcos-- nos da una lección de honestidad a todos los que, dentro de la Iglesia, formamos, como jerarquía o como laicos, el pueblo de Dios. “Ojalá, dice Moisés, todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor”.
Hemos llegado a monopolizar, privatizar e institucionalizar el Espíritu de Dios y hasta Dios mismo. Nos sentimos celosos, cuando movido por el Espíritu de Dios, alguien, que no forma parte de la jerarquía o no esté expresamente autorizado por la jerarquía, predica el Reino y hace avanzar la historia. Hay santos, profetas, y hombres de Dios que no pertenecen a nuestro grupo y los hay hasta entre quienes nosotros llamamos “ateos”. Pero a Dios nadie puede atarle las manos, Dios es el in-manipulable, y todo en la comunidad cristiana está en función del fin de la comunidad, que es el Reino de Dios, no al revés. Es la búsqueda del Reino de Dios lo que hace importante a la Iglesia y no la Iglesia la que hace importante la búsqueda del Reino de Dios.

3. En la segunda lectura de la carta del apóstol Santiago, tenemos toda una terrible requisitoria en contra de la riqueza y de los que se dedican a acumularla. En el Evangelio la riqueza aparece como la opción opuesta a Dios, hay que escoger entre Dios y la riqueza. El Reino de Dios es el reino del amor, porque Dios es amor. Hay que escoger entre el amor como criterio decisivo y las riquezas como criterio decisivo de la vida. El criterio decisivo en este tiempo final, dice Santiago, es Dios, es el amor, y su lugar no puede ser ocupado por nadie ni nada.
El que en vez de compartir por amor, acumula por egoísmo, está infinitamente lejos de lo que es el Reino de Dios. Jesús remachará esto diciendo que es más fácil que un camello, con sus gibas, pase por el ojo de una aguja de coser que un rico entre en el Reino de Dios. Porque aquí está lo malo, el rico prefiere su plata al amor, prefiere su plata al Reino de Dios, que es el Reino del amor. Y el Reino de Dios debe ser preferido a todo. “Quien no está contra nosotros está a nuestro favor”, dice Jesús. La institución tiene la permanente tentación de querer monopolizar las funciones, todas las funciones; Jesús rechaza tal tentación y nos dice por qué nosotros también debemos rechazarla.
Ni los “demonios” ni echarlos es monopolio de la institución llamada Iglesia. Poco importa cómo un hijo de Dios que está sufriendo deje de sufrir; para nosotros lo que debe tener toda la importancia es que toda persona es hijo de Dios, no que forme parte de la institución. Jesús da a entender que ni siquiera importa en nombre de quién se vive el amor eficiente, que ni siquiera es importante ser consciente de que se está viviendo el amor, sino vivirlo.
Igual que no quedará sin recompensa ni siquiera un vaso de agua dado a uno de sus seguidores, Jesús dice que no quedará sin castigo el daño hecho a uno de sus discípulos. Se trata de revelar la inmensa dignidad de cada uno de los seguidores no la existencia de los castigos. El daño hecho a cada uno de los seguidores es daño hecho a Cristo, como el servicio o acogida hecho a cada uno de los seguidores es una acogida o servicio hecho a Cristo. No se trata de revelar la existencia o no del fuego eterno, sino el infinito valor del Reino de Dios.