XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 10, 2-16

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Gn 2, 18-24
Salmo 127
Hb 2, 9-11
Mc 10, 2-16


1. El gran riesgo de la reflexión cristiana sobre las lecturas de este domingo es el de
tomarlas aisladamente, cada uno de ellas tres por un lado, sin advertir el vinculo que las
une, las clarifica mutuamente y las sitúa en el marco del designio de Dios.
La lectura con un mensaje más radical es la primera, tomada del Libro del Génesis. A través
de unos antiguos mitos, que la Sagrada Escritura hace suyos en su relato formal, se nos
aporta una lección de antropología. El hombre y la mujer son ya, desde los orígenes, una
sola carne. Este “ser una sola carne” corresponde a su esencia más personal e
intransferible.
El hombre se realiza en la relación con su prójimo. El “yo” de cada cual surge en el
diálogo con el “tu” de los otros. No hay verdaderamente persona humana hasta el momento en
que se entabla una relación de igualdad, libertad y responsabilidad con el prójimo. Ese “no
está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude” es un
principio básico del pensamiento bíblico y, por ello, del pensamiento cristiano. En la
comunión con los demás, el hombre camina hacia su plena realización.

2.- Sobre este telón de fondo se establece el criterio bíblico y cristiano acerca del
matrimonio. En la unión matrimonial se condensa el diálogo comunitario de dos personas y
los hijos, fruto del matrimonio, expresan toda la creatividad de dicha comunión. Nada hoy
de más radical comunión interpersonal que la unión matrimonial y, por ello, el horizonte a
que ha de tender, como ideal supremo, la unión del matrimonio es a su permanencia de por
vida.
En la palabra de Jesús no hay una descalificación absoluta e incondicionada de la
legislación mosaica; hay una superación de la misma y la proposición de la indisolubilidad
del dialogo y vinculo matrimonial como meta cimera de toda realización plenamente humana.
¿Extrañará, según esto, que el pensamiento cristiano no propugne en modo alguno el
divorcio, lo considere como un mal en si mismo y que sólo se avenga a su introducción en el
campo de la legislación civil como salida de emergencia a mal menor entre otros males
mayores?
La Iglesia, en seguimiento de cristo, ha de cuestionar proponiendo la indisolubilidad del
matrimonio como expresión y cumplimiento del diálogo interpersonal que realiza al hombre y
a la mujer. Y los creyentes en Jesús, adheridos a su mensaje, se comprometen a perseguir
ese ideal en el sacramento del matrimonio.

3.- ¿Que es dura esta página del mensaje? ¿Que es exigente este ideal cristiano? Muy
oportunamente se nos convoca hoy a reflexionar un texto magnifico de la Carta a los
Hebreos. “Dios juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria,
perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación”. Estamos con este texto
ante una dialéctica tan propia del mensaje cristiano. La “entrega” de Jesús es un símbolo,
o mejor aún, el arquetipo de toda entrega conyugal; En lugar de la mujer aparece la
humanidad entera, a la que cristo se une y se mantiene fiel.
A la plenitud de la vida se llega por la senda de la muerte; a la mañana de la
Resurrección, por la subida al patíbulo de la Cruz. La realización del hombre entraña dolor
y sufrimiento, como toda generación. El hombre de hoy intenta olvidarlo; pero de la evasión
no puede surgir el encuentro con uno mismo y con la realidad, y la opción por lo más fácil,
por lo más cómodo, por el dejarse llevar, jamás dará a luz una personalidad estable,
cumplida, reconciliada consigo misma...

4.- A los matrimonios cristianos, estables e indisolubles, se les confía el dar testimonio
de que es posible la comunión matrimonial y de que ésta es hacedora de alegría, de
plenitud, de gozo, de creatividad para sus componentes y para la convivencia social.
Quienes --como hoy ocurre-- se mofan de este ideal cristiano, no saben que están
debilitando uno de los pilares más firmes de la armonía social y cegando una de las fuentes
más claras de la realización personal. Deberían tener la valentía de reconocer que el
divorcio, aún en la hipótesis de que así haya de aceptarlo el legislador en unas
circunstancias concretas de la sociedad contemporánea, es siempre fruto de una equivocación
o de una frustración anterior.
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