XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 10, 35-45

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Is 53, 10-11
Salmo 32
Hb 4, 14-16
Mc 10, 35-45


1.- Todas las comunidades cristianas por estas fechas celebran la Jornada Misionera
Universal. Jornada es conocida como Domund, el “día de la catolicidad”. Toda misión hemos
de verla desde el prisma del amor. Amor que se manifiesta, sobre todo, en la donación de la
propia vida,
Efectivamente, el amor que Dios nutre por cada persona, constituye el núcleo de la
experiencia y del anuncio del Evangelio, y todos cuantos lo acogen se convierten a su vez
en testigos.
“La cruz --escribe Benedicto XVI-- es signo sorprendente de este amor. En la muerte de
Cristo, en la cruz, se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar
nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical (...). Es allí, en la
cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es
el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su
amar”.

2. El mártir no es un extraño para nosotros. Sabemos quién es y logramos captar su
personalidad y su significado histórico; sin embargo, con frecuencia, su imagen parece
evocar en nosotros un mundo que no es ya el nuestro. Aparece como un personaje lejano,
relegado a épocas y períodos históricos que pertenecen al pasado y que tan sólo la memoria
litúrgica nos lo propone de nuevo en el culto cotidiano.
El mártir, en la acepción que hoy tiene, es aquel que da su propia vida por la verdad del
Evangelio. En este sentido es muy expresivo un texto de Orígenes: “Todo el que da
testimonio de la verdad, bien sea con palabras o bien con hechos o trabajando de alguna
manera en favor de ella, puede llamarse con todo derecho testigo”.
Esta dimensión permite comprender plenamente el significado de los mártires en la historia
en la vida de la comunidad cristiana. Mediante su testimonio, la Iglesia verifica que sólo
a través de este camino se puede hacer plenamente creíble el anuncio del evangelio.

3. El evangelista nos describe a Cristo marchando delante de los apóstoles camino de
Jerusalén, anunciándoles por tercera vez: “Vamos a Jerusalén. El Hijo del Hombre tiene que
sufrir y padecer, va a morir a manos de los enemigos y al tercer día resucitará.”
“¡Va adelante!” Contemplemos qué rasgos los de san Marcos, como quien lleva prisa, como
quien va marcando el camino a todos los que le acompañan, como señalando a los apóstoles,
que son su Iglesia, cuál debe ser también el camino de ellos: Ir felices a la vocación de
sufrimiento, de persecución, de testimonio, de martirio. Este es el destino de la Iglesia,
igual que el de Cristo.
Cristo, que ya ha leído la intimidad de los corazones de sus discípulos, les dice que la
expresen. Ellos le dicen: “Maestro, queremos que nos concedas sentarnos en tu gloria, uno a
tu derecha y otro a tu izquierda”.
Jesús les replica: “No sabéis lo que pedís, ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a
beber?” Es una expresión oriental para decir: “¿Podéis asumir la tribulación, el martirio
que yo voy a asumir? ¿Podéis ser bautizados con el bautismo con que voy a ser bautizado?”
En sentido original bautismo es sumergirse, es el bautismo por inmersión, meterlo en una
poza y sacarlo. Bautizarse, en este sentido, quiere decir que Cristo va a sumergirse en el
mar del sufrimiento. Ellos le contestan: “Sí, podemos beber este cáliz y sumergirnos en ese
mar.”
Entonces Jesús les promete una participación en la pasión expiatoria de la cruz. Después,
tras haber enseñado de nuevo a los discípulos que el poder del mundo no debe tener ningún
valor para ellos, sino que deben buscar siempre el servicio a los demás, les habla de su
propio servicio: “Dar su vida en rescate por todos.”
Cristo les dice: “Pues, beber el cáliz y sufrir sí va a suceder.” Pero lo que vosotros
pedís: Esa gloria de un poder político, esa vanidad que inspira vuestros corazones, eso no
depende de mí. Ya está determinado, en el designio de Dios, la vocación.

4. Analizando aquel anhelo y aquella enmienda, dice unas palabras muy sabias: “Los que son
reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y los grandes los oprimen. Vosotros
nada de eso: El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero,
sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para
servir y dar su vida en rescate por todos” ¡Esta es la misión de la Iglesia!
Misión que sigue un camino en pos de Cristo desinteresadamente y que como Cristo, debe
decir: “No he venido a buscar ventajas, honores, cosas que solamente adulan el paladar de
la vanidad. He venido a servir.”
Por eso, el profeta Isaías nos presenta a Cristo como el “siervo”, el “siervo de Dios” que
sufre por los demás, el que va a servir, y dando su vida es la muestra más grande del
servicio.
El profeta Isaías, nos revela que el que se mete a redentor muere crucificado, como dice el
refrán, pero que Dios se ha comprometido a hacer triunfar la causa de quienes han dado su
vida por el pueblo.
Esta es la vocación de la Iglesia: Vocación de servicio. Vocación de padecer, e incluso
vocación de martirio, por los demás. Y una muerte dolorosa para pagar los pecados de los
hombres: En sus sufrimientos quedaron pagados todos los crímenes del pueblo.
Qué hermosa figura para ver, desde ese Cristo muerto en la cruz, toda la sangre derramada
por el hombre; y mirar cómo en la muerte se expresa, precisamente, el crimen del hombre, el
pecado. “Por los pecados del pueblo, muere.”