1. La primera lectura del Deuteronomio cita expresamente las palabras que todo
israelita
rezaba y reza actualmente todas las mañanas y todas las noches como una
confesión de fe:
“Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios
con todo
tu corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”.
Amar a Dios equivale a amar como Dios a los hermanos. El profeta Oseas es el que
más ha
influido en relacionar el amor a Dios con el amor al prójimo. La alianza de amor
da sentido
a la historia del pueblo.
Dios debe ser amado con entrega total de corazón y esto no es cuestión de
sentimientos,
sino de opción fundamental.
Tu Dios, dice la lectura, es uno y sólo uno. No puedes colocar en el lugar que
sólo
corresponde a Dios ninguna otra cosa. Es lo mismo que decir que el amor es el
único Dios
verdadero, que sólo el amor puede convertirse en el absoluto de tu vida, el
criterio
decisivo, el valor supremo, porque Dios es amor.
En la segunda lectura, de la carta a los Hebreos, se subraya que como Jesús
permanece
eternamente presente ante Dios como sacerdote, como víctima y como intermediario
entre el
pueblo y Dios, no hace falta ningún otro sacerdote, ningún otro sacrificio,
ningún otro
intermediario. Cristo vive siempre. Cristo intercede siempre. Cristo, por eso,
salva
siempre. Y nuestro sacerdote perpetuo es un hombre perfecto que es perfectamente
hombre,
que supera infinitamente a todo otro sacerdote que nosotros pudiéramos
presentar, tanto en
virtud personal, como en capacidad de intercesión. En Cristo Jesús, en el ungido
Jesús, el
hijo mismo de Dios ofrece a Dios su propia vida, su propia sangre, su propio
amor.
El texto de hebreo conecta con el Evangelio, que propone el amor como superación
de todos
los ritos sagrados sacrificiales del Antiguo Testamento. Es el amor de cristo al
Padre y a
los hombres lo que da valor de perfecta expiación a su muerte sacrificial.
2. En el Evangelio según san Marcos, oímos a Jesús mismo resumir para nosotros
la esencia
de la Ley. La esencia de la Ley está en el amor, en amar a Dios y al prójimo; en
amar al
prójimo por Dios, y en amar a Dios amando al prójimo. Nada está por encima del
amar, porque
si Dios es amor, el amor es Dios. San Pablo llegó a decir que el que ama ya ha
cumplido la
Ley, que el amor al prójimo resume toda la Ley. En la misma línea y comentando
precisamente
estas frases de Jesús, san Agustín dijo: “El primer precepto consiste en el amar
a Dios,
pero en tus actos debes comenzar por el amor del prójimo”. Si preguntamos por
qué?, nos
responde san Juan, en su primera carta: el que dice que ama a Dios (a quien no
ve) y no ama
a su prójimo (a quien sí ve), miente descaradamente.
Jesús ha unido al mandamiento de amar a Dios sobre todo, amar al prójimo como a
sí mismo,
porque para Jesús la medida del amor a Dios la da el amor que le tenemos al
prójimo. Nadie
está más cerca de Dios que lo que lo está de su prójimo.
Expresamente recalca el Evangelio que en el pensamiento religioso de Jesús el
amor está por
encima de todo acto ritual o de culto. Y eso, en realidad, es lo que está
subrayando el
texto de la segunda lectura: el amor es el culto definitivo, un amor que lleve a
dar la
vida por otros.
3. Quien vive en el amor y con el amor como opción fundamental y primera de su
vida
interior y exterior está en el camino verdadero para formar parte del Reino de
Dios. El que
no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Haya estudiado teología o no, sólo
el que ama
conoce a Dios. Tenga un cargo o no en la Iglesia, sólo el que ama conoce a Dios.
El que
vive el amor como opción fundamental es un hombre en el que Dios reina, porque
en donde
reine el amor reina Dios.
Nada puede ser verdaderamente amor sin ser, al mismo tiempo, verdaderamente
Dios. Se sea
consciente de ello o no, se tiene a Dios sólo en la medida en que se tiene amor.
Las lecturas de la liturgia de este domingo son un magnífico pretexto para
revisar nuestra
escala de valores cristianos. Si el amor no está en la base, en el centro, y en
la cumbre
de nuestra escala, ella puede ser cualquier cosa menos una escala de valores
cristianos.
Lo importante y definitivo para Jesús es entrar en el Reino de Dios que Él
anuncia e
inaugura. El escriba acepta la dinámica de ese reino: El amor al prójimo como
garantía y
contraste del amor a Dios y como clave del culto a ese Dios único.