XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 12, 18b-34

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Dt 6, 2-9
Salmo 17
Hb 7, 23-28
Mc 12, 18b-34

1. La primera lectura del Deuteronomio cita expresamente las palabras que todo israelita
rezaba y reza actualmente todas las mañanas y todas las noches como una confesión de fe:
“Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”.
Amar a Dios equivale a amar como Dios a los hermanos. El profeta Oseas es el que más ha
influido en relacionar el amor a Dios con el amor al prójimo. La alianza de amor da sentido
a la historia del pueblo.
Dios debe ser amado con entrega total de corazón y esto no es cuestión de sentimientos,
sino de opción fundamental.
Tu Dios, dice la lectura, es uno y sólo uno. No puedes colocar en el lugar que sólo
corresponde a Dios ninguna otra cosa. Es lo mismo que decir que el amor es el único Dios
verdadero, que sólo el amor puede convertirse en el absoluto de tu vida, el criterio
decisivo, el valor supremo, porque Dios es amor.
En la segunda lectura, de la carta a los Hebreos, se subraya que como Jesús permanece
eternamente presente ante Dios como sacerdote, como víctima y como intermediario entre el
pueblo y Dios, no hace falta ningún otro sacerdote, ningún otro sacrificio, ningún otro
intermediario. Cristo vive siempre. Cristo intercede siempre. Cristo, por eso, salva
siempre. Y nuestro sacerdote perpetuo es un hombre perfecto que es perfectamente hombre,
que supera infinitamente a todo otro sacerdote que nosotros pudiéramos presentar, tanto en
virtud personal, como en capacidad de intercesión. En Cristo Jesús, en el ungido Jesús, el
hijo mismo de Dios ofrece a Dios su propia vida, su propia sangre, su propio amor.
El texto de hebreo conecta con el Evangelio, que propone el amor como superación de todos
los ritos sagrados sacrificiales del Antiguo Testamento. Es el amor de cristo al Padre y a
los hombres lo que da valor de perfecta expiación a su muerte sacrificial.

2. En el Evangelio según san Marcos, oímos a Jesús mismo resumir para nosotros la esencia
de la Ley. La esencia de la Ley está en el amor, en amar a Dios y al prójimo; en amar al
prójimo por Dios, y en amar a Dios amando al prójimo. Nada está por encima del amar, porque
si Dios es amor, el amor es Dios. San Pablo llegó a decir que el que ama ya ha cumplido la
Ley, que el amor al prójimo resume toda la Ley. En la misma línea y comentando precisamente
estas frases de Jesús, san Agustín dijo: “El primer precepto consiste en el amar a Dios,
pero en tus actos debes comenzar por el amor del prójimo”. Si preguntamos por qué?, nos
responde san Juan, en su primera carta: el que dice que ama a Dios (a quien no ve) y no ama
a su prójimo (a quien sí ve), miente descaradamente.
Jesús ha unido al mandamiento de amar a Dios sobre todo, amar al prójimo como a sí mismo,
porque para Jesús la medida del amor a Dios la da el amor que le tenemos al prójimo. Nadie
está más cerca de Dios que lo que lo está de su prójimo.
Expresamente recalca el Evangelio que en el pensamiento religioso de Jesús el amor está por
encima de todo acto ritual o de culto. Y eso, en realidad, es lo que está subrayando el
texto de la segunda lectura: el amor es el culto definitivo, un amor que lleve a dar la
vida por otros.

3. Quien vive en el amor y con el amor como opción fundamental y primera de su vida
interior y exterior está en el camino verdadero para formar parte del Reino de Dios. El que
no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Haya estudiado teología o no, sólo el que ama
conoce a Dios. Tenga un cargo o no en la Iglesia, sólo el que ama conoce a Dios. El que
vive el amor como opción fundamental es un hombre en el que Dios reina, porque en donde
reine el amor reina Dios.
Nada puede ser verdaderamente amor sin ser, al mismo tiempo, verdaderamente Dios. Se sea
consciente de ello o no, se tiene a Dios sólo en la medida en que se tiene amor.
Las lecturas de la liturgia de este domingo son un magnífico pretexto para revisar nuestra
escala de valores cristianos. Si el amor no está en la base, en el centro, y en la cumbre
de nuestra escala, ella puede ser cualquier cosa menos una escala de valores cristianos.
Lo importante y definitivo para Jesús es entrar en el Reino de Dios que Él anuncia e
inaugura. El escriba acepta la dinámica de ese reino: El amor al prójimo como garantía y
contraste del amor a Dios y como clave del culto a ese Dios único.