XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 13, 24-32

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Dn 12, 1-3
Salmo 15
Hb 10, 11-14
Mc 13, 24-32


1. La vida del cristiano transcurre en tensión permanente entre el presente y el futuro. Lo
cual no significa que viva enajenado por él. Pero en realidad, “somos futuro”. El futuro
nos llama permanentemente y da sentido a nuestro presente. Y lo vivimos de una manera
natural, sin angustias ni temores, porque ese futuro se va perfilando desde el aquí y el
ahora de la fe que nos hace vivir en la esperanza y en la práctica del amor. La fe nos
impulsa a construir el futuro que no sabemos cuándo llega, pero esperamos en la
perseverancia y la paciencia precisamente porque estamos ya comprometidos en él, pues,
aunque todavía como promesa, lo hemos aceptado, y recibido.

2. Hay en las Sagradas Escrituras, una literatura que se conoce como apocalíptica. El libro
de Daniel, con cuya lectura llenamos la primera lectura de hoy es un uno de esos libros
“apocalípticos” y escatológicos, es decir que nos anuncia lo que nos espera como definitivo
y final; definitivo por final y final por definitivo. Este libro está escrito hacia el año
150 a. C., muy probablemente con ocasión de la guerra de los Macabeos (167-164), escrito
bajo un seudónimo, detalle propio de esta literatura.
Esta literatura se caracteriza por ser una literatura marcadamente simbólica. Se produce en
tiempos difíciles de persecución y, en general, de crisis. La finalidad que persigue este
tipo de escritos no es atemorizar sino alentar y consolar y, por eso, exhortar a la
perseverancia y a la conversión en medio de los conflictos.
Estos escritos nos hacen ver el futuro como el cumplimiento de las promesas de un Dios
misericordioso. La apocalíptica es considerada también como teología de la historia.
En la misma línea del libro de Daniel esta el fragmento del capitulo de san Marcos escrito
también en este tono apocalíptico. De manera que, aunque es un tanto difícil de entender,
ayuda un poco para su comprensión saber que las indicaciones de la catástrofe son propias
de este estilo literario y que no se han de tomar al pie de la letra.

3. En este pasaje de san Marcos Jesús habla como un maestro a sus discípulos a fin de que
sepan vivir los acontecimientos de la historia en vistas a su venida. Bajo esta
perspectiva, el discurso apocalíptico de Jesús adquiere un significado mucho más amplio
especialmente en los datos sobre Jerusalén o sobre “esta generación” los cuales se refieren
a todo tipo de tribulación que han de sufrir los verdaderos discípulos, tal como le sucedió
al Maestro. Por tanto, las actitudes que hay que adoptar son las mismas del Maestro:
Vigilar y orar exactamente como lo hizo en Getsemaní.
La razón de una actitud optimista y esperanzada de los cristianos, en medio de las
tribulaciones, la encontramos en la certeza que nos da la fe en que el sacrificio de
Jesucristo en la cruz nos ha conseguido, de una vez para siempre, el triunfo y la
perfección propios de quienes hemos sido santificados con su sangre redentora, como se nos
dice en la segunda lectura.

4. Una vez más nos aproximamos al fin del recorrido del año litúrgico mediante la
contemplación de los grandes misterios de nuestra fe y la meditación asidua de su Palabra.
No estamos solos en este camino por el que peregrinamos en la vida. Continuemos esta marcha
hacia la patria prometida donde está nuestra última morada.
La tierra, con toda su hermosura no es más que una etapa del viaje. Y sin embargo, no nos
desentendamos del todo de nuestra tarea de hacer de ella un lugar donde ya se empieza a
vivir el Reino que se nos promete en plenitud. Hemos de estar vigilantes, para no caer en
ninguno de las tentaciones permanentes en la historia: Angustiarnos porque el mundo se
acaba y por lo tanto desinteresarnos de él; o bien aferrarnos a él como si aquí fuera
nuestra casa definitiva.
La fe no nos permite evadirnos de la responsabilidad de hacer de esta gran tienda de paso,
que es el mundo con todas sus realidades, una etapa agradable y digna, ordenada y justa,
alegre y festiva, el lugar donde se gana el cielo mediante las relaciones fraternales,
justas, respetuosas y constructivas, sin olvidar que en esta tarea tenemos también la gran
responsabilidad de cuidar el orden ecológico que Dios estableció en la creación para bien
nuestro y para gloria suya.
Tenemos entonces el deber de que todo llegue a su plenitud como una nueva creación, en
medio de las fatigas, el cansancio y hasta el dolor junto con la alegría que da la certeza
de cooperar en el proyecto salvífico de Dios a través de la historia.
Para los cristianos la historia no es agonía sino proceso vital, es triunfo y es plenitud,
pues Cristo la transforma en una historia de pecado y destrucción en historia de salvación.
No nos quedemos fuera de ella.