Fiesta: La Transfiguración del Señor, Ciclo B.
San Marcos 9,2-10

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Dn 7, 9-10. 13-14
2 Pe 1, 16-19
Salmo 96
Mc 9, 2-10


1. Cada hombre instintivamente tiende hacia la felicidad. Sin embargo, a menudo, no sabe en
qué consiste y la busca donde no está, ni puede estar. Con su transfiguración sobre el
monte Tabor, Jesucristo indicó que la verdadera felicidad consiste en la unión con Dios. En
esta unión el ser humano cambia, se transfigura. En su alma entra una inexpresable paz,
armonía y alegría; su mente se ilumina y todas las capacidades humanas reciben su máxima
revelación; el alma se llena de luz Divina y se torna semejante a Dios. El Reino de Dios
entra en el hombre,
La transfiguración de Cristo fue la más alta revelación del estado de Gracia: Del Reino de
Dios que vino con fuerza. En el monte Tabor brilló no la luz física, sino la luz de la
naturaleza divina de Cristo, hasta entonces escondida bajo su cuerpo humano. El milagro
consistía en que de los ojos de los apóstoles cayó el velo que ocultaba de ellos el mundo
espiritual y vieron a Cristo en su gloria divina. Entonces sus corazones se llenaron de tal
gozo, que no habían experimentado nunca hasta este momento.

2. Después de llegada de Espíritu Santo sobre los apóstoles y hasta nuestros días, muchos
cristianos, en particular los santos, han comulgado con el milagro de Tabor y fueron dignos
de ver los destellos de la luz divina. Estos momentos de su vida para ellos eran
inolvidables y de mayor felicidad. Pero la luz divina no es limitada solo a algunos
elegidos. Entra en cada cristiano en el momento de su bautismo y misteriosamente permanece
en él. Aumenta a medida del perfeccionamiento cristiano y su acercamiento a Dios.
Para que el hombre no se torne perezoso y orgulloso, no se le otorga toda la alegría de
sentir la unión con Dios. Creemos que después de este mundo temporal comenzará la vida
eterna, cuando "los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre"

3. El evangelista Marcos relata la Transfiguración de Jesucristo sobre el monte Tabor,
cuando su aspecto exterior cambió y se hizo luminoso. La transfiguración aconteció seis
días después que el Salvador predijo sus sufrimientos en la cruz. La crucifixión siguió
unos cuarenta días después.
El Salvador llevó consigo no a todos sus discípulos, sino solo a tres: Pedro, Santiago y
Juan, dejando al resto de ellos a la base del monte. La subida al monte era fatigosa, y por
eso, los apóstoles, que acompañaban a Cristo, se recostaron para descansar y se durmieron.
El Salvador comenzó a orar y durante la oración su aspecto externo cambió. Su rostro se
iluminó como el sol y su vestimenta se hizo blanca como la luz. Por la fuerte luz, los
apóstoles se despertaron y vieron a su maestro en su gloria celestial del Hijo de Dios. Su
divinidad resplandecía a través del cuerpo y los vestidos.
Con sorpresa, mirando a Cristo, los apóstoles vieron al lado de Él a dos personajes
desconocidos, que luego se aclaró que eran los antiguos profetas Moisés y Elías, que
vinieron a Cristo desde el mundo invisible. ¿Por que vinieron justamente estos profetas?,
los evangelistas no lo explican.
Se puede suponer, que para los apóstoles y para todo el pueblo hebreo la aparición de los
dos más importantes hombres justos del Antiguo Testamento era el testimonio de la dignidad
divina de Cristo. En primer termino, hasta este momento, entre el pueblo simple se hablaba
que Jesucristo es el profeta Elías o algún otro profeta resucitado. La aparición de Moisés
y Elías mostraba la incongruencia de esta opinión popular. En realidad, los profetas
aparecidos hablaban con Cristo justamente como con Mesías, el Hijo de Dios.
Además, como muchos judíos acusaban a Cristo de quebrar la ley de Moisés y de blasfemia —
como si Él, sin ningún derecho, se apropiaba del nombre de Hijo de Dios, –– entonces la
aparición de dos mas celosos defensores de la gloria de Dios, debía convencer a todos que
Cristo es, en realidad, el prometido Mesías y que todos sus afirmaciones eran verdad.

4. La conversación de los profetas Moisés y Elías con Cristo debía dar fuerzas a los
apóstoles y fortalecer su fe en Cristo ante futuros sufrimientos en la cruz del Salvador.
En realidad, los apóstoles tomaban los sufrimientos de su maestro, como su humillación y
oprobio, en cambio, los profetas los llamaban "gloria," que Él va a revelar en Jerusalén. Y
antes de su crucifixión el Salvador miraba a la futura humillación y muerte vergonzosa como
el comienzo de la glorificación de su Padre y de si mismo, como Salvador de la humanidad,
diciendo: "Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que también Tu Hijo
glorifique a Ti".
El estado especialmente de gloria que experimentaron los apóstoles durante la
transfiguración del Salvador lo expresó el apóstol Pedro diciendo: “¡Qué bien se está
aquí!” Alegrado por la visión divina, Pedro deseaba que continuara, si es posible, para
siempre. Con esto Pedro propuso a Cristo de hacer tres chozas ahí mismo sobre la cima del
monte.
Los evangelistas relatan, que este momento a todos que se encontraban sobre el monte, los
cubrió una nube luminosa, que indicaba la presencia de Dios Padre. Y desde la nube se
escuchó voz misteriosa, tal como en el Bautismo de Cristo: “Este es mi Hijo amado, en quien
me complazco” Y agrega: “Escuchadle”."
Estas últimas palabras debían recordar a los apóstoles la antigua profecía de Moisés sobre
el gran profeta que vendrá para anunciar la voluntad Divina. "Mas a cualquiera que no oyere
mis palabras que El hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta". Así, aquí, sobre el monte
Tabor, años después, con el testimonio de Dios-Padre, se afirmó la profecía de Moisés sobre
el Mesías como el profeta más grande.
Al escuchar la voz, que salía de la nube, los discípulos asustados cayeron a la tierra.
Aquí, sobre el monte, todo resultó para ellos extraordinario: La soledad y altura del
lugar, el profundo silencio de la naturaleza, la aparición de antiguos profetas, la fuerte
luz, la misteriosa nube, y al final, la voz del mismo Dios Padre.
5. Cuando comenzaron el descenso del monte, Jesús prohibió a los apóstoles de contar a
nadie lo que pasó sobre el monte, hasta Su resurrección de los muertos. El Señor se
transfiguró para asegurar completamente a sus apostolados de confianza, que El es realmente
el Mesías. Pero para la amplia masa hebrea relatar la transfiguración era demasiado
temprano. Despertaría en ellos una imagen real de Mesías como un poderoso rey-conquistador.
Mas adelante, uno de los testigos de este acontecimiento milagroso, el apóstol Pedro,
recordaba esto como un hecho indudable y lo mencionaba como demostración de la naturaleza
divina de Cristo.
Jesús superó con creces la grandeza de los personajes del Antiguo Testamento, aunque Él lo
hace mediante la entrega y el servicio que le llevara a la Cruz. Se acredita como el
ensalzado humillado.