1. - El Espíritu Santo concedió a nuestra Madre los dones sobrenaturales de la
fe, la
esperanza y la caridad, que llenaron su corazón, le permitieron aceptar la
voluntad de Dios
y la fortalecieron durante toda su vida. Ella es, pues, para nosotros, Madre en
la fe, en
la esperanza y en el amor.
Concédenos, pues, Virgen del Pilar por tu intercesión “fortaleza en la fe,
seguridad en la
esperanza y constancia en el amor”.
María es nuestra Madre en la fe, porque “por su fe y obediencia engendró en la
tierra al
mismo Hijo del Padre, sin contacto con hombre, sino cubierta por la sombra del
Espíritu
Santo”.
María nos enseña a cada uno de nosotros a vivir como auténticos creyentes, a
vivir de la fe
y a fiarnos de Dios. Por la fe y la obediencia, como María, podemos gozar de la
presencia
de Dios en nuestras vidas y llevar al mundo el mensaje de salvación.
Contemplando a nuestra Madre María, que creyó y obedeció, engendrando en la
tierra a
Cristo, aprendemos a creer y a obedecer, diciendo con ella en toda ocasión:
«Hágase en mí
según tu Palabra».
María, desde su vivencia de fe, nos invita a ser hoy testigos creíbles de Dios,
en esta
sociedad que busca la felicidad sin encontrarla; que abandona las verdaderas
fuentes de la
vida, para beber en charcas fangosas; que pretende ser dueña y señora de la
vida, cuando es
simple servidora de la misma; que se erige en señora de la ciencia y de la
historia, porque
no reconoce ni asume su realidad de criatura. En definitiva, porque no cree en
Dios como
Padre, Creador y Señor del universo.
La maternidad en la fe de María queda constituida por Dios como “tipo” de la
fecundidad en
la fe de la Virgen-Iglesia, la cual “se convierte ella misma en Madre, porque
con la
predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos,
concebidos por
obra del Espíritu Santo, y nacidos de Dios”. La Iglesia es madre de los
creyentes y desea
que todos los hombres lleguen al conocimiento de la Verdad.
Los antiguos Padres enseñaron que la Iglesia prolonga en el sacramento del
bautismo la
Maternidad virginal de María. “El origen que (Cristo) tomó en el seno de la
Virgen, lo ha
puesto en la fuente bautismal: ha dado al agua lo que dio a la Madre; en efecto,
la virtud
del Altísimo y la sombra del Espíritu Santo, que hizo que María diese a luz al
Salvador,
hace también que el agua regenere al creyente" .
María es tipo y modelo de toda la Iglesia, que, como ella, está llamada a
engendrar por la
fe, a través del bautismo, nuevos hijos para la vida eterna, y a custodiar
fielmente esa
fe, con la ayuda de Dios. Hoy han renacido en las aguas bautismales de este
templo algunos
hijos de esta noble tierra.
Virgen del Pilar: Danos fe para seguir creyendo en el Dios-con-nosotros”.
2. La Virgen María es Madre de esperanza. Contemplando la plenitud de la Virgen
que goza
de gloria eterna en el cielo, encontramos un signo cierto para aguardar con
esperanza, lo
que toda la Iglesia llegará a alcanzar en la vida eterna.
La gloriosa glorificación de María es la celebración de su destino de plenitud y
de
bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo
virginal, de su
perfecta configuración con Cristo resucitado; una celebración que propone a la
Iglesia y a
la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza
final; pues
dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos
teniendo
“en común con ellos la carne y la sangre”.
Contemplando a la Madre de Jesús, siervo doliente de Yahvé, el nuevo pueblo de
Dios,
constantemente probado en la fe, aprende a soportar con paciencia y entereza el
sufrimiento
y la persecución. Jesús fue signo de contradicción, como le fue profetizado a
María en la
circuncisión de su Hijo, a la par que se le anunciaba a ella los sufrimientos de
su
corazón.
Los cristianos pasan necesariamente por la incomprensión, la persecución y el
menosprecio,
porque así hicieron los coetáneos de Jesús con Él: «Si con el leño verde hacen
esto, con el
seco ¿qué harán?». Al ejemplo del Maestro, el cristiano debe soportar con
esperanza las
contrariedades que le acarrea su testimonio. La Virgen fue una discípula
predilecta, que
supo asumir los sufrimientos por seguir a Cristo, con un corazón esperanzado.
“María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro
tiempo”,
donde los hombres se miran y recobran la ilusión; donde contemplan lo que ellos
pueden ser;
donde descubren el ideal del ser humano, realizado ya plenamente. María es
contemplada como
modelo de la humanidad, que anima al cansado, fortalece al débil y acaricia al
necesitado.
¡Acudamos a ella en nuestras tristezas y desconsuelos, que ella nos ayudará!
Virgen del Pilar: Danos, esperanza, para esta vida y la venidera.
3. María es Madre del amor hermoso y puro. Ella fue la Madre del Salvador; fue
la Madre
del Amor entregado, que amó a los suyos hasta el extremo y dio su vida para la
salvación de
toda la humanidad.
La Madre del Amor ama necesariamente a su Hijo. Contemplando su profundo amor a
Jesucristo,
aprendemos a amarle nosotros también en un trato íntimo y personal, uniendo
nuestra vida a
la de Él, como supo hacer María, que lo cuidó desde su nacimiento, lo buscó
cuando se
perdió en Jerusalén con doce años, le enseñó y ayudó a crecer en su vida oculta.
María supo pasar de Madre a discípula, siguiéndole fielmente en su ministerio
público.
Cuando su Hijo estaba en la cruz, se ofreció a sí misma, como Madre sacerdotal,
a todos
nosotros, los hermanos pequeños del Señor, sus hijos amados.
También nosotros hoy nos reunimos con ella, para «perseverar en la oración junto
con María,
la Madre de Jesús». ¡Que nuestra oración nos ayude a vivir el doble precepto del
amor a
Dios y a los hermanos!
Virgen del Pilar: Danos Amor, amor verdadero, porque Dios es Amor.
4. - Cristo ha venido para dar vida al mundo. Y su Madre, solícita, suplica a
Cristo que
les de la Vida. María está íntimamente unida a su Hijo Jesús: A su persona, su
misión y su
destino. Él la ha querido unir así, por el amor, la fe y la esperanza.
Los hijos necesitados de la Madre Amada acudimos hoy a su regazo, para que ella
interceda
ante su Hijo y nos haga partícipes de la vida, que Él ha venido a traer al
mundo.
Contar con nuestra madre es uno de los gozos mayores que se puede tener en la
vida. En la
madre encontramos siempre refugio, apoyo, comprensión, ternura, ánimo. La madre
es la flor
sin la cual nunca nuestra vida podría ser un jardín. La madre es la brújula sin
la cual
nunca podríamos aventurarnos a “salir a la intemperie”.
Al contemplarla y tratarla con amor, al amarla y estar con ella, los cristianos
entramos
más hondamente en el misterio de su Hijo y nos vamos configurando cada vez más a
Él. Ella
nos atrae hacia su Hijo y hacia el Padre.
Virgen del Pilar nuestra Madre amada: Tú conoces las penas y las súplicas, los
gozos y
esperanzas de cuantos cada día recorremos a pie o, al menos, de corazón, los
gozos y
esperanzas, alegrías y tristezas de los hombres de nuestro tiempo. Sigue
intercediendo
maternalmente por nosotros, como antaño hiciste con nuestros antepasados, y
alcánzanos de
tu Hijo el socorro en necesidades materiales y espirituales que te presentamos”.
¡Virgen María, que todos tus hijos busquemos siempre la gloria de Dios! ¡Que
sepamos hacer
su voluntad, como tú la aceptaste de corazón! ¡Madre en la fe, en la esperanza y
en el
amor, intercede por nosotros! ¡Amén!