Solemnidad: Jesucristo, Rey del Universo
San Juan 18, 33b-37: El Misterio de una
Realeza
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
Dn 7, 13-14
Salmo 92
Ap 1, 5-8
Jn 18, 33b-37
1. - El origen histórico de la fiesta de Cristo Rey es un poco turbio.
Originalmente la
Iglesia celebraba, hasta 1921, la realeza y señorío de Cristo el domingo de
Ramos. En 1921
las monarquías europeas que, al finalizar la primera guerra mundial, se estaban
viniendo
abajo, pidieron al Papa Pío XI una celebración religiosa que apoyara la idea
monárquica.
Pío XI accedió creando la fiesta litúrgica de Cristo Rey; se trata, pues, de una
liturgia
de reciente creación, si tomamos en cuanta los dos mil años de historia de la
comunidad
cristiana. Haya sido cual haya sido el origen concreto de la fiesta litúrgica,
la
celebración y liturgia de este domingo tiene sentido teológico para la comunidad
cristiana.
Los textos de la Palabra de Dios, que hoy se nos han proclamado, nos ayudan a
comprender la
profundidad de este misterio.
2. El libro de Daniel es un libro apocalíptico que debe ser leído con atención y
método
especiales. Dado que la simbología es una de las características de esta
literatura, es
importante que no descuidemos este aspecto a fin de recibir adecuadamente el
mensaje que
contiene. Por lo pronto, hemos de cuidarnos de no tomarlo al pie de la letra,
pues de lo
contrario corremos el riesgo de caer en los errores ya cometidos durante muchas
ocasiones a
lo largo de la historia de la Iglesia.
El autor nos hace ver la historia como algo, que como todo lo de este mundo,
tuvo un
comienzo y, por eso, necesariamente tendrá un fin. El concepto bíblico de la
historia es
lineal, por tanto no se repite. Cada acontecimiento es único e irrepetible. Por
eso la
existencia en este mundo es finita. Y aunque lo que nos refiere el libro tiene
que ver con
acontecimientos históricos de su tiempo, su mensaje trasciende la historia y se
nos ofrece
como un estímulo para vivir, en la esperanza, la certeza de la fe de que Dios
triunfa, si
no ya en la historia, sí más allá de ella, tras el fin del mundo.
Este es el mensaje central de este libro del Antiguo Testamento. Frente a la
coronación de
un enemigo del pueblo judío, el autor nos presenta otra entronización en un
lugar entre el
cielo y la tierra, la morada trascendente de Dios y su corte celestial. Quien es
entronizado es uno como “hijo de hombre”, un sumo sacerdote y rey celeste, a la
vez del
cual se dice que recibió la soberanía, la gloria y el reino, posee un poder
eterno y su
reino jamás será destruido y todo esto, sobre todas las naciones.
3. Otro libro apocalíptico, que hoy hemos escuchado es el que entre los del
Nuevo
Testamento, se conoce precisamente como Apocalipsis del apóstol san Juan. Una
obra que no
se distingue de los otros en su forma literaria, pero sí en su contenido, pues
en él se
revela específicamente una persona y su actuación salvífica en la historia. Esta
persona es
Jesucristo como Señor de la historia: El que es, el que era y que viene. Él es
la fuerza y
la liberación como presencia cercana y activa para los fieles creyentes. Entre
otros
títulos que nos da el texto, está el de soberano de todos los reyes de la
tierra. Este
título, en su tiempo, debió haber sonado con una gran carga política, pues se
afirma que Él
está también sobre el César, el emperador romano a quien se obligaba a los
cristianos
rendirle el culto sólo debido a Dios. Al denominarlo como primogénito de los
muertos, el
autor indica la victoria de Cristo sobre la muerte, que es también la de los
cristianos
perseguidos.
4. - Qué escena tan sorprendente nos presenta el Evangelio: dos hombres, uno
frente al
otro, Pilato y Jesús, el representante del César y el humilde carpintero de
Nazaret. El
primero es un gobernador romano, hombre poderoso que puede juzgar, poner en
libertad o
condenar. El otro, Jesús, ha sido entregado como un agitador, un
desestabilizador del orden
público. Pilato tiene prácticamente todos los poderes, mientras que Jesús ha
sido ya
maltratado, humillado, puesto en situación de inferioridad. Sorprendente
diálogo. Aún, hoy
día, nos sigue desconcertando, como ayer desconcertó a Pilato. Jesús se confiesa
Rey, pero
no es Él quien pronuncia esta palabra, sino su acusador. Jesús no revela ni su
identidad ni
la naturaleza de su reinado. Simplemente dice que su reino no es de este mundo.
“¿Entonces,
tú eres Rey?” insiste Pilato. “Tú lo has dicho”, le responde Jesús. Pero no
afirma nada de
su poder, al contrario, se muestra sin poder: Nadie ha luchado por él, ningún
ejército lo
ha defendido, se encuentra absolutamente solo: Solo, es verdad, pero no vencido.
Sorprendente diálogo, porque aquél que lo encabeza no es el acusador, sino el
acusado. Es
el acusado quien, a partir de un proceso superficial y banal, va a llevar al
acusador a la
pregunta más importante, a la única pregunta que, en definitiva, cuenta: “¿Qué
es la
verdad?”Jesús obliga a Pilato a que se cuestione vitalmente, en lo más profundo
de sí
mismo, sobre la búsqueda de la verdad: ¿Qué sentido dar no sólo a la historia
humana, sino
a la nuestra personal, es decir, a nuestra vida?
5. - En el “cara a cara” de Jesús con Pilato, hay algo del nuestra historia con
Jesús. De
la misma manera que había inducido a Pilato a interrogarse sobre la verdad, nos
mueve a
preguntarnos: ¿Creemos en la verdad de Jesús? ¿Creemos que Cristo Rey es un rey
crucificado, el cual aceptó pagar un alto y costoso precio por los pecadores de
su tiempo y
del nuestro, por sus verdugos, por los mentirosos, los asesinos, los odiados?
¿Reconocemos
en Jesús a aquél que da testimonio de la Verdad? Más aún: ¿Cuál, quién, cómo es
esta Verdad
tan insoportable por la que Pilato y los Sumos Sacerdotes han querido hacer
callar a aquél
que la testimonia y la encarna? Es la Verdad de lo que es Dios. Dios es amor.
Dios no
quiere usar la fuerza contra el hombre. El prefiere padecer la violencia, en
lugar de
aplicarla a los otros. Eso significa que ningún poder –ni siquiera el poder
político– se
puede justificar por la propia violencia. La Biblia nos enseña mucho sobre la
violencia: La
violencia que nace de la desconfianza y de la sospecha, así como aquella que
nace de la
arrogancia y del orgullo. La primera se remonta a la generación de Adán y de
Caín, cuando
la sospecha conduce al aislamiento, éste al miedo y el miedo al homicidio. La
segunda
corresponde a la generación del diluvio y de Babel, cuando la humanidad se
descompone en
una exorbitante codicia. Esta segunda violencia está menos oculta que la
primera: Ella
ambiciona, se ampara, provoca, domina. Es una violencia que no soporta ningún
tipo de
oposición. Lo quiere todo y lo quiere inmediatamente.
Es la violencia de nuestros días, la que reviste la máscara de la
intransigencia. La
violencia de aquellos que pretenden dominar los espíritus y las conciencias, o
peor aún,
corromperlos. La violencia de todo el que pretende presionar sobre las
decisiones
personales de los demás. Ante la situación actual, hay que recordar la
importancia de una
virtud que no está de moda: La paciencia. Es la más activa de las fuerzas del
amor. Alguien
decía que la paciencia es un fuego ciertamente sin llamas, pero también, sin
cenizas. La
paciencia es la otra palabra a la que el autor de la carta a los Hebreos llama
perseverancia. La paciencia consiste en tomarse el tiempo de desatar lo que ha
sido mal
atado, y de atar de nuevo lo que ha sido desatado.
6. Nosotros creyentes necesitamos esta valentía para luchar contra el mal;
contra todas las
formas del mal. En particular en la mentira que acompaña siempre al desprecio
del hombre.
Cristo Rey penetra en nuestras cautividades para romper las cadenas que nos
mantienen
prisioneros. Así, ya, ahora, somos libres, viviendo en este mundo sin ser del
mundo. Somos
libres con aquella libertad que nos hace relativizar la naturaleza de las
esclavitudes y de
las contingencias actuales, porque sabemos que sólo dependemos de Dios y de
aquel que se
sienta a su derecha, el Rey de Reyes.