Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor
Misa del Día. San Juan 20, 1-9

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Hch 10,34a.37-43
Salmo 117, 1-23
Col 3, 1-4
Jn 20, 1-9

1. A aquél desgarrador grito que salía de la boca de Cristo en la Cruz, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» y que quiere recoger todas las situaciones –de aflicción, desgarro, engaño, enfrentamiento, terror, de sin sentido, de dolor– que viven los hombres, viene ahora una respuesta gozosa en la Pascua. Es un grito de fe y de esperanza: ¡Cristo ha resucitado!
Es un grito tremendo que, por una parte, nos anuncia lo que ha sucedido en Cristo y, por otra, nos llena de esperanza porque nos dice lo que nos espera a todas las personas cuando veamos al Señor en el resplandor de la gloria. Es el gran anuncio de la Iglesia: ¡Cristo ha resucitado!

2. Contemplemos la escena del Evangelio que hemos proclamado: «Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro».
¿Qué iban a buscar y a ver estas mujeres? Iban a buscar a un muerto. Su cariño por Él era tan grande, lo habían querido tanto, habían vivido con Él tantas experiencias de gracia, que no podía ser menos que agradecidas hasta el final, incluso muerto.
Él las había reconocido en la dignidad que tenían como personas, las había ayudado, habían sentido junto a Él un modo de comportarse al que no estaban acostumbradas las mujeres de su tiempo y de su cultura.
Él las trataba de una manera que las hacía pensar que era alguien especial, distinto. Así, con estas experiencias, llegan hasta el sepulcro. Y es importante subrayar esto: van al sepulcro. Por ello es normal que fuesen al lugar donde habitan los muertos y donde estaba este muerto, al que tanto habían querido y hacia quien sentían tanto agradecimiento.
Y en el camino pensaban en la dificultad para retirar la piedra y entrar, pero ¿qué se encuentran? Un sepulcro abierto, vacío y lleno de luz. Y así esperando ver un sepulcro como el de todos, entran en el que había sido enterrado Jesús. Allí en vez de hallar oscuridad, tristeza y sin sentido, ven luz, alegría y pleno sentido a la vida misma, que no acaba sino que continúa y se expande en eternidad. Y allí un joven vestido de blanco. ¿Qué experiencia tienen?
Algo estremecedor sucede en la vida de estas mujeres. No pueden explicarse el suceso con palabras. Es necesario que alguien se lo explique. Y aquel joven, en nombre de Dios, les revela lo sucedido y les dice: «No os asustéis…ha resucitado, no está aquí». Esta es la gran noticia que celebramos hoy: ¡Cristo ha resucitado!

3. La resurrección de Jesús es un hecho histórico de significado cósmico. Es el comienzo de la transformación global del universo. Es un acontecimiento que transforma el sentido de la historia y señala la verdadera dirección que ha de tener. Es un evento único, pues jamás se ha producido semejante hecho de fe en la resurrección definitiva y gloriosa de un hombre cuya vida, muerte y sepultura hayan sido documentadas. Lo hemos oído: «Ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis como os dijo».
En el fondo y en la forma, la resurrección de Jesucristo, responde a las intuiciones y esperanzas de un destino humano abierto al futuro. Esta apertura al futuro está inscrita en el corazón del ser humano: lo anhela, lo quiere, lo desea, lo vive. Con la resurrección proclamamos y manifestamos ese convencimiento que nos ha dado Jesucristo con sus razones y con su vida; nos indica que la vida humana está salvada definitivamente por obra de Dios y de su presencia.
Es verdad que en el horizonte nuevo que se perfila tras la resurrección de Jesucristo siguen existiendo el sufrimiento, la hostilidad, el enfrentamiento, las envidias, las fatigas, los odios, la violencia, las guerras y necesariamente tenemos que preguntarnos pero, entonces, ¿dónde está el cambio que ha traído el Resucitado? La respuesta es muy sencilla: La Pascua de Jesús no nos lleva automáticamente a un mundo de ensueño; nos llega al corazón para hacernos recorrer con alegría y esperanza ese camino de autenticidad y de purificación, de revisión de nuestro comportamiento que tiene como meta la certeza de una vida que ya no muere.
La resurrección nos devuelve a una experiencia auténtica, a una vida de fe, esperanza y amor. Esas son las palabras que reciben las mujeres y los discípulos primeros: “No os asustéis”.

4. ¿Cómo podremos acercarnos nosotros, hombres y mujeres de este tiempo, a la luz pascual? ¿Podrá aproximarse el mensaje a nosotros –de manera que desaparezca la oscuridad– con simples itinerarios de razones humanas y mediante métodos que se emplean para otras cuestiones de nuestra vida? No: Hay que ponerse en camino. Hay que tomar la Palabra como camino. Debemos familiarizarnos con la Palabra, pues únicamente así podemos llegar a experimentar la realidad de una manera nueva.
La fe nunca se anunció como mera información; es necesario ensayarla y adquirirla en un proceso de asimilación y adaptación. Cada conocimiento precisa de su propio método. Por eso el camino debe ser proporcionado a la índole peculiar de lo que se quiere conocer. Hay cosas que no se pueden conocer dominando, sino solamente sirviendo. Y entre estas cosas están las formas más altas de conocimiento.
Lo que se puede dominar está siempre más bajo de nosotros, y Dios está siempre por encima. El mensaje pascual nos dice algo extraordinario, llega a una profundidad extrema; este mensaje no se puede alcanzar con simples asideros intelectuales. Lo nuevo y más emocionante es que Dios no nos predica el Evangelio desde arriba, sino que nos lo dice bebiendo el cáliz de la muerte. La novedad reside también en que nosotros tampoco podemos escucharlo desde arriba, sino desde donde Él nos ha encontrado, con el realismo de nuestra existencia entregada a la muerte.
¿Cómo se llega al hoy de la Pascua? Hay una regla fundamental: Este camino necesita testigos. Hoy no nos hacen faltas maestros, sino testigos. Esos testigos que son verdaderos maestros. Fue así desde el comienzo, pertenece a la estructura de esta experiencia. El resucitado se mostró a testigos que han recorrido con Él un trozo de camino. Y es caminando con ellos como podemos encontrarnos con el Señor.

5 - ¿Cuál es el mensaje de esta Pascua para todos nosotros? El mismo que hemos oído en el Evangelio que se ha proclamado: “Ha resucitado” Pero, ¿Cómo traducir este mensaje hoy para nosotros?
¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos en esperanza! El Hijo de Dios, Jesucristo, que ¡ha resucitado!, sigue realizando su obra hoy. Hay que agudizar la vista para ver esta obra y también hay que tener un corazón muy grande y convertirnos en instrumentos de esta misma obra. Hay que saber contemplar y amar a Jesucristo. Es en la Eucaristía donde tenemos vivo el rostro real de Jesucristo. En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo “estén” el uno en el otro: “Permaneced en mí, como yo en vosotros”. Precisamente, cuando lo contemplamos, amamos y entramos en comunión con Él nos invita a ponernos en camino.
¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos en y desde el encuentro entusiasta, fuerte, real, sincero, con nuestro Señor Jesucristo! ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos desde el compromiso en esta historia! ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos siempre con la Iglesia fundada por Jesucristo! No tengamos miedo. Del Señor es esta obra que somos cada uno de nosotros. Sois piedras vivas del gran edificio que es la Iglesia.