1. A aquél desgarrador grito que salía de la boca de Cristo en la Cruz,
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» y que quiere recoger todas las
situaciones –de aflicción, desgarro, engaño, enfrentamiento, terror, de sin
sentido, de dolor– que viven los hombres, viene ahora una respuesta gozosa en la
Pascua. Es un grito de fe y de esperanza: ¡Cristo ha resucitado!
Es un grito tremendo que, por una parte, nos anuncia lo que ha sucedido en
Cristo y, por otra, nos llena de esperanza porque nos dice lo que nos espera a
todas las personas cuando veamos al Señor en el resplandor de la gloria. Es el
gran anuncio de la Iglesia: ¡Cristo ha resucitado!
2. Contemplemos la escena del Evangelio que hemos proclamado: «Pasado el sábado,
María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a
embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del
sol, van al sepulcro».
¿Qué iban a buscar y a ver estas mujeres? Iban a buscar a un muerto. Su cariño
por Él era tan grande, lo habían querido tanto, habían vivido con Él tantas
experiencias de gracia, que no podía ser menos que agradecidas hasta el final,
incluso muerto.
Él las había reconocido en la dignidad que tenían como personas, las había
ayudado, habían sentido junto a Él un modo de comportarse al que no estaban
acostumbradas las mujeres de su tiempo y de su cultura.
Él las trataba de una manera que las hacía pensar que era alguien especial,
distinto. Así, con estas experiencias, llegan hasta el sepulcro. Y es importante
subrayar esto: van al sepulcro. Por ello es normal que fuesen al lugar donde
habitan los muertos y donde estaba este muerto, al que tanto habían querido y
hacia quien sentían tanto agradecimiento.
Y en el camino pensaban en la dificultad para retirar la piedra y entrar, pero
¿qué se encuentran? Un sepulcro abierto, vacío y lleno de luz. Y así esperando
ver un sepulcro como el de todos, entran en el que había sido enterrado Jesús.
Allí en vez de hallar oscuridad, tristeza y sin sentido, ven luz, alegría y
pleno sentido a la vida misma, que no acaba sino que continúa y se expande en
eternidad. Y allí un joven vestido de blanco. ¿Qué experiencia tienen?
Algo estremecedor sucede en la vida de estas mujeres. No pueden explicarse el
suceso con palabras. Es necesario que alguien se lo explique. Y aquel joven, en
nombre de Dios, les revela lo sucedido y les dice: «No os asustéis…ha
resucitado, no está aquí». Esta es la gran noticia que celebramos hoy: ¡Cristo
ha resucitado!
3. La resurrección de Jesús es un hecho histórico de significado cósmico. Es el
comienzo de la transformación global del universo. Es un acontecimiento que
transforma el sentido de la historia y señala la verdadera dirección que ha de
tener. Es un evento único, pues jamás se ha producido semejante hecho de fe en
la resurrección definitiva y gloriosa de un hombre cuya vida, muerte y sepultura
hayan sido documentadas. Lo hemos oído: «Ha resucitado, no está aquí. Ved el
lugar donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá
delante de vosotros a Galilea; allí le veréis como os dijo».
En el fondo y en la forma, la resurrección de Jesucristo, responde a las
intuiciones y esperanzas de un destino humano abierto al futuro. Esta apertura
al futuro está inscrita en el corazón del ser humano: lo anhela, lo quiere, lo
desea, lo vive. Con la resurrección proclamamos y manifestamos ese
convencimiento que nos ha dado Jesucristo con sus razones y con su vida; nos
indica que la vida humana está salvada definitivamente por obra de Dios y de su
presencia.
Es verdad que en el horizonte nuevo que se perfila tras la resurrección de
Jesucristo siguen existiendo el sufrimiento, la hostilidad, el enfrentamiento,
las envidias, las fatigas, los odios, la violencia, las guerras y necesariamente
tenemos que preguntarnos pero, entonces, ¿dónde está el cambio que ha traído el
Resucitado? La respuesta es muy sencilla: La Pascua de Jesús no nos lleva
automáticamente a un mundo de ensueño; nos llega al corazón para hacernos
recorrer con alegría y esperanza ese camino de autenticidad y de purificación,
de revisión de nuestro comportamiento que tiene como meta la certeza de una vida
que ya no muere.
La resurrección nos devuelve a una experiencia auténtica, a una vida de fe,
esperanza y amor. Esas son las palabras que reciben las mujeres y los discípulos
primeros: “No os asustéis”.
4. ¿Cómo podremos acercarnos nosotros, hombres y mujeres de este tiempo, a la
luz pascual? ¿Podrá aproximarse el mensaje a nosotros –de manera que desaparezca
la oscuridad– con simples itinerarios de razones humanas y mediante métodos que
se emplean para otras cuestiones de nuestra vida? No: Hay que ponerse en camino.
Hay que tomar la Palabra como camino. Debemos familiarizarnos con la Palabra,
pues únicamente así podemos llegar a experimentar la realidad de una manera
nueva.
La fe nunca se anunció como mera información; es necesario ensayarla y
adquirirla en un proceso de asimilación y adaptación. Cada conocimiento precisa
de su propio método. Por eso el camino debe ser proporcionado a la índole
peculiar de lo que se quiere conocer. Hay cosas que no se pueden conocer
dominando, sino solamente sirviendo. Y entre estas cosas están las formas más
altas de conocimiento.
Lo que se puede dominar está siempre más bajo de nosotros, y Dios está siempre
por encima. El mensaje pascual nos dice algo extraordinario, llega a una
profundidad extrema; este mensaje no se puede alcanzar con simples asideros
intelectuales. Lo nuevo y más emocionante es que Dios no nos predica el
Evangelio desde arriba, sino que nos lo dice bebiendo el cáliz de la muerte. La
novedad reside también en que nosotros tampoco podemos escucharlo desde arriba,
sino desde donde Él nos ha encontrado, con el realismo de nuestra existencia
entregada a la muerte.
¿Cómo se llega al hoy de la Pascua? Hay una regla fundamental: Este camino
necesita testigos. Hoy no nos hacen faltas maestros, sino testigos. Esos
testigos que son verdaderos maestros. Fue así desde el comienzo, pertenece a la
estructura de esta experiencia. El resucitado se mostró a testigos que han
recorrido con Él un trozo de camino. Y es caminando con ellos como podemos
encontrarnos con el Señor.
5 - ¿Cuál es el mensaje de esta Pascua para todos nosotros? El mismo que hemos
oído en el Evangelio que se ha proclamado: “Ha resucitado” Pero, ¿Cómo traducir
este mensaje hoy para nosotros?
¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos en esperanza! El Hijo de Dios, Jesucristo, que
¡ha resucitado!, sigue realizando su obra hoy. Hay que agudizar la vista para
ver esta obra y también hay que tener un corazón muy grande y convertirnos en
instrumentos de esta misma obra. Hay que saber contemplar y amar a Jesucristo.
Es en la Eucaristía donde tenemos vivo el rostro real de Jesucristo. En la
comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo
“estén” el uno en el otro: “Permaneced en mí, como yo en vosotros”.
Precisamente, cuando lo contemplamos, amamos y entramos en comunión con Él nos
invita a ponernos en camino.
¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos en y desde el encuentro entusiasta, fuerte,
real, sincero, con nuestro Señor Jesucristo! ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos
desde el compromiso en esta historia! ¡Cristo ha resucitado! ¡Caminemos siempre
con la Iglesia fundada por Jesucristo! No tengamos miedo. Del Señor es esta obra
que somos cada uno de nosotros. Sois piedras vivas del gran edificio que es la
Iglesia.