1.- Por la Resurrección, Jesús ha quedado constituido en Señor. El
libro de los Hechos de los Apóstoles es terminante a este respecto cuando
reproduce las expresiones de los seguidores de Jesús ante el Sanedrín. “El Dios
de nuestros padres, dicen, resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis
colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciendo lo jefe y
salvador”.
En la página del Evangelio de Juan vuelve esta misma expresión. Desde la orilla
del lago, Jesús interpela a los apóstoles, dedicados a las faenas de la pesca.
Juan le reconoce y por toda definición dice de Cristo: “Es el Señor” ¿Qué
quieren decir estos términos y calificaciones de “jefe” y de “señor?
2. Las respuestas están ahí, en los textos que la liturgia nos propone para este
domingo, tercero después de Pascua. Significan, ante todo, que la buena nueva de
Jesús se convierte en norma de la existencia de los creyentes, en supremo punto
de apelación y de criterio, en clave superior a toda otra autoridad. “¿No os
habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése?”, apostrofa el
Sanedrín. Y la respuesta de Pedro y de los demás apóstoles es contundente: “Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
El señorío del Resucitado es afirmación de una superioridad de norma de vida. La
comunidad de los creyentes es tal cuando asume referirse a su Señor por encima
de toda otra apelación. El creyente no persigue la provocación ni se sitúa al
margen o en contra de los poderes, de la autoridad, de las ideas en uso. No
rechaza por principio, como algunas sectas seudocristianas, al Estado
constituido y a la autoridad legitima. El reconocimiento del señorío de Jesús no
invalida la organización temporal de la sociedad, pero el creyente que afirma
“Jesús es Señor” se sabe en la obligación de discernir todo otro señorío desde
la clave del Evangelio, discernimiento que le llevar a dar por buena una
determinada opción política o social, cultural o económica o a denunciarla
proféticamente como contraria al designio de Dios y por ello, a los verdaderos
intereses de la comunidad humana. La dimensión política de la fe encuentra su
base en la afirmación de que el Resucitado ha sido constituido en Señor de toda
la creación, tal y como lo subraya, con un particular lenguaje, el libro del
Apocalipsis.
Quien afirma que Cristo es Señor no puede renunciar a esta obediencia a Dios
antes que a los hombres, ni puede asumir opciones temporales sin la previa
crítica de cualquiera de ellas desde la fe. En tiempos como los actuales todo
creyente ha de asumir esta primera interferencia del señorío de Jesús. La
organización de la sociedad es autónoma respecto a la fe en el sentido de que
ésta no patrocina formulas concretas, pero tal autonomía no puede extenderse
hasta el límite de decir que la fe del creyente no haya de aplicar a los
procesos políticos el discernimiento que se deriva del Evangelio.
3.- Y quiere decir algo más. El creyente afirma de verdad que “Jesús es el
Señor” cuando hace de Cristo el modelo que inspira toda su existencia. El es “el
jefe”, por utilizar la expresión del libro de los Hechos de los Apóstoles. Una
jefatura que no se impone autoritaria o dictatorialmente, sino que el creyente
la asumen desde su libertad en la fe. Por eso, la aceptación de la jefatura de
Jesús se traduce necesariamente en Amor.
A todo el que dice creer, se le formula la pregunta del Evangelio: “Simon, hijo
de Juan, ¿me amas más que estos?” Y todo creyente, para serlo, tiene que poder
decir con Pedro: “Señor, tu conoces todo, tu sabes que te quiero”
¿Sentimentalismos? No; compromisos que la libertad del creyente asume con todos
sus riesgos. Porque los apóstoles afirman la “jefatura” de su Señor Jesús, serán
azotados por los poderes del Consejo Supremo de Justicia de Israel; y, sin
embargo “los apóstoles --dice el libro de los Hechos de los Apóstoles-- salieron
contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”. Lo mismo en
el texto evangélico, tras la triple profesión de amor de Pedro a Jesús, la
profecía de que la vida de Pedro acabará de manera violenta. “Esto dijo Cristo,
aludiendo a la muerte con que Pedro iba a dar gloria a Dios”. El Señorío del
Resucitado se transforma en compromiso con el Resucitado. “Dicho esto, subraya
el texto evangélico, Cristo interpela a Pedro: Sígueme” ¿No convendría
reflexionar hoy sobre nuestra actitud ante los compromisos que entraña este
seguimiento para ser auténtico?