III Domingo de Pascua, Ciclo C
San Juan 21, 1-19

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Hch 5, 27b-32.40b-41
Salmo 29
Ap 5, 11-14
Jn 21, 1-19

1.- Por la Resurrección, Jesús ha quedado constituido en Señor. El libro de los Hechos de los Apóstoles es terminante a este respecto cuando reproduce las expresiones de los seguidores de Jesús ante el Sanedrín. “El Dios de nuestros padres, dicen, resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciendo lo jefe y salvador”.
En la página del Evangelio de Juan vuelve esta misma expresión. Desde la orilla del lago, Jesús interpela a los apóstoles, dedicados a las faenas de la pesca. Juan le reconoce y por toda definición dice de Cristo: “Es el Señor” ¿Qué quieren decir estos términos y calificaciones de “jefe” y de “señor?

2. Las respuestas están ahí, en los textos que la liturgia nos propone para este domingo, tercero después de Pascua. Significan, ante todo, que la buena nueva de Jesús se convierte en norma de la existencia de los creyentes, en supremo punto de apelación y de criterio, en clave superior a toda otra autoridad. “¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése?”, apostrofa el Sanedrín. Y la respuesta de Pedro y de los demás apóstoles es contundente: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
El señorío del Resucitado es afirmación de una superioridad de norma de vida. La comunidad de los creyentes es tal cuando asume referirse a su Señor por encima de toda otra apelación. El creyente no persigue la provocación ni se sitúa al margen o en contra de los poderes, de la autoridad, de las ideas en uso. No rechaza por principio, como algunas sectas seudocristianas, al Estado constituido y a la autoridad legitima. El reconocimiento del señorío de Jesús no invalida la organización temporal de la sociedad, pero el creyente que afirma “Jesús es Señor” se sabe en la obligación de discernir todo otro señorío desde la clave del Evangelio, discernimiento que le llevar a dar por buena una determinada opción política o social, cultural o económica o a denunciarla proféticamente como contraria al designio de Dios y por ello, a los verdaderos intereses de la comunidad humana. La dimensión política de la fe encuentra su base en la afirmación de que el Resucitado ha sido constituido en Señor de toda la creación, tal y como lo subraya, con un particular lenguaje, el libro del Apocalipsis.
Quien afirma que Cristo es Señor no puede renunciar a esta obediencia a Dios antes que a los hombres, ni puede asumir opciones temporales sin la previa crítica de cualquiera de ellas desde la fe. En tiempos como los actuales todo creyente ha de asumir esta primera interferencia del señorío de Jesús. La organización de la sociedad es autónoma respecto a la fe en el sentido de que ésta no patrocina formulas concretas, pero tal autonomía no puede extenderse hasta el límite de decir que la fe del creyente no haya de aplicar a los procesos políticos el discernimiento que se deriva del Evangelio.

3.- Y quiere decir algo más. El creyente afirma de verdad que “Jesús es el Señor” cuando hace de Cristo el modelo que inspira toda su existencia. El es “el jefe”, por utilizar la expresión del libro de los Hechos de los Apóstoles. Una jefatura que no se impone autoritaria o dictatorialmente, sino que el creyente la asumen desde su libertad en la fe. Por eso, la aceptación de la jefatura de Jesús se traduce necesariamente en Amor.
A todo el que dice creer, se le formula la pregunta del Evangelio: “Simon, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?” Y todo creyente, para serlo, tiene que poder decir con Pedro: “Señor, tu conoces todo, tu sabes que te quiero” ¿Sentimentalismos? No; compromisos que la libertad del creyente asume con todos sus riesgos. Porque los apóstoles afirman la “jefatura” de su Señor Jesús, serán azotados por los poderes del Consejo Supremo de Justicia de Israel; y, sin embargo “los apóstoles --dice el libro de los Hechos de los Apóstoles-- salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”. Lo mismo en el texto evangélico, tras la triple profesión de amor de Pedro a Jesús, la profecía de que la vida de Pedro acabará de manera violenta. “Esto dijo Cristo, aludiendo a la muerte con que Pedro iba a dar gloria a Dios”. El Señorío del Resucitado se transforma en compromiso con el Resucitado. “Dicho esto, subraya el texto evangélico, Cristo interpela a Pedro: Sígueme” ¿No convendría reflexionar hoy sobre nuestra actitud ante los compromisos que entraña este seguimiento para ser auténtico?