Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Gén 3, 9-15; segunda: Ef 1, 3-6.11-12 Evangelio: Lc 1, 26-38

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El misterio de María santísima consiste en que armoniza en su ser y personalidad de mujer pequeñez y grandeza. Ella es la sierva del Señor, que quiere hacer únicamente su voluntad, y es la elegida para ser Madre de Dios (evangelio). Ella es la hija de Eva, de su carne y de su sangre, pero además es la redentora de Eva, que pisará la cabeza a la serpiente tentadora (primera lectura). Ella es hija de Dios, como cualquier hombre, y sobre todo como cada uno de los cristianos, y es igualmente madre de Dios, por ser madre de Jesucristo, Verbo Encarnado (segunda lectura).


MENSAJE DOCTRINAL

Pequeñez y grandeza de María.

1) María no es un fenómeno de la naturaleza. En su naturaleza femenina es una hija de Eva como todas las mujeres del mundo. Tiene cuerpo de mujer, psicología de mujer, sentimientos de mujer, modos de ser y actuar propios de la condición femenina. En la Galilea del siglo I d. C. nada la distingue de las demás mujeres judías: sus rasgos físicos, condiciones socio-económicas, prescripciones legales discriminatorias, modos y estilo de vida corresponden todos a los propios de una mujer judía. En esa personalidad concreta de mujer judía se encierra un misterio de grandeza, real e invisible al mismo tiempo. La concepción inmaculada de María o su maternidad divina serán proclamadas como dogma de fe algunos o muchos siglos más tarde; pero la experiencia real de las mismas María la vivió en su existencia terrena, enteramente judía. La vivió como una realidad totalmente interior e inefable, dentro de una relación única de intimidad, de comunión y de adhesión a Dios. El bautismo cristiano vence, en quien lo recibe, a la serpiente tentadora y a su acción maligna en el presente y en el pasado de la historia humana. A María le fue adelantado ese bautismo, gracias a los méritos de su Hijo: al momento de ser concebida recibió el bautismo del Espíritu Santo.


2) María no esperaba ser madre del Mesías. En el ambiente religioso de su tiempo, ella compartía con todos los judíos, la creencia y la espera próxima del Mesías que liberaría a Israel de sus enemigos. Como mujer humilde, pobre, campesina, consideraba incluso una locura que Dios se fijase en ella para ser la madre del Mesías. Además, que el Mesías proviniera de Nazaret era poco más que imposible. Nada había en sus padres, en su ambiente, en el correr de su existencia que sirviera de indicio para tan grande y noble vocación. Todo esto es verdad, pero un día, de repente, una experiencia y visión angélica la perturbó en lo profundo del alma. Primero no entendió ese saludo tan raro: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo"; luego, entendió mucho menos eso de que "daría a luz un hijo, que será llamado Hijo del Altísimo" (evangelio). La sencilla mujer nazarena tardó mucho en volver en sí. Luego, pasada la visión, pasó días y noches dando vueltas a lo visto y escuchado para hacerlo encajar en su psicología y en su vida, escrutando los misteriosos designios de Dios. Finalmente, en el encuentro con su prima Isabel mostrará de palabra el resultado de su meditación: "Ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada".

3) María es hermana y madre nuestra. En cuanto hermana, igual que todos los cristianos: hija adoptiva de Dios por medio de Jesucristo, elegida para ser heredera del Reino de Dios, ordenada a ser alabanza de la gloria de Dios, igual que todos los que han puesto su esperanza en Cristo (segunda lectura). Su grandeza radica en que combinó en su vida simultáneamente el ser nuestra hermana con el ser nuestra madre. Nos dice la Constitución dogmática sobre la Iglesia: "María colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia" (LG 61). Y poco antes leemos: "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (LG 60).


SUGERENCIAS PASTORALES

Respetar la pequeñez y la grandeza de María. Respetar quiere decir mantener los dos aspectos, porque son las dos alas con las que María voló por la historia de su tiempo y ha de seguir volando por nuestra historia. Y ya sabemos que volar con una sola ala es imposible. En los siglos pasados se acentuaron tanto las grandezas de María, que se llegó en ocasiones a olvidar su pequeñez. En nuestro tiempo, podemos correr el otro peligro: verla tan cercana a nosotros, tan pequeña como nosotros, que olvidemos su extraordinaria grandeza. Hay que mantener pequeñez y grandeza, porque así fue la realidad histórica de María, y así continúa haciendo presente el misterio de Dios entre nosotros. Santa Teresita de Lisieux subrayó la pequeñez de María. El día de su profesión religiosa (8 de septiembre de 1890) escribía: "¡Nacimiento de María! ¡Qué hermosa fiesta para llegar a ser esposa de Jesús! En efecto, era ella, la pequeña, efímera Virgen santa, la que presentó su pequeña flor al pequeño Jesús". Pero nunca cesó Teresita de cantar las glorias y grandezas de María. Por ejemplo, en su última poesía titulada ¿Por qué te amo, oh María?, ella dice que la gloria de María es más brillante que la de todos los elegidos juntos, la llama reina de los ángeles y de los santos, y habla del resplandor de su gloria suprema. La misma Virgen María estará muy contenta si nosotros contemplamos su pequeñez sin olvidar su grandeza, nos sobrecogemos ante su grandeza en medio de su humildad y pequeñez.

María: admirable e imitable. Las dos cosas y las dos inseparables. Porque Dios ha hecho en ella obras grandes es admirable. Porque nunca ha dejado de ser pequeña como nosotros, en medio de su excelsitud y su gloria, es por igual imitable. Como cristianos debemos admirar a María, la mujer más excelsa salida de las manos del Creador, árbol en quien fructifican la ciencia de Dios y la vida divina. Pero María es también como una madre y una hermana, que está junto a nosotros, que nos acompaña en nuestro camino, cuyas virtudes tan humanas son accesibles a todos. En el jardín de su vida vemos florecidas todas las flores más bellas. Con palabras cariñosas de madre nos dice que nuestra vida es también un jardín. Si sembramos virtudes, como María, también florecerán las virtudes.