III Domingo de Adviento, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Sof 3, 14-18a; segunda: Fil 4, 4-7 Evangelio: Lc 3, 10-18

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Los textos litúrgicos de este tercer domingo de adviento son un himno a la alegría. Alegría para los habitantes de Jerusalén que verán alejarse el dominio asirio y la idolatría y podrán rendir culto a Yahvéh con libertad (primera lectura). Alegría de los cristianos, una alegría constante y desbordante, porque la paz de Dios "custodiará sus mentes y sus corazones en Cristo Jesús" (segunda lectura). Alegría del mismo Dios que exulta de gozo al estar en medio de su pueblo para protegerlo y salvarlo (primera lectura). Alegría que comunica Juan el Bautista al pueblo mediante la predicación de la Buena Nueva del Mesías salvador, que instaurará con su venida la justicia y la paz entre los hombres (evangelio).


MENSAJE DOCTRINAL

¿Por qué alegrarse? Son varias las causas que se hallan en los textos litúrgicos. 1) Primeramente, porque Dios ha anulado tu sentencia. Sofonías imagina a Yahvéh como a un jefe de tribunal que, después de haber dictado sentencia condenatoria, la anula. ¿Cómo no alegrarse? Históricamente se refiere a la pesante opresión que el imperio asirio ejercía sobre el reino de Judá en tiempo del rey Josías, y de la que Yahvéh le ha liberado (primera lectura). 2) Alegrarse, porque Yahvéh está en medio de ti. Esa presencia divina de poder y de salvación libra de todo miedo, y renueva al reino de Judá con su amor. Es una presencia protectora y segura (primera lectura). 3) Alegrarse, porque el cristiano posee la paz de Dios que supera toda inteligencia (segunda lectura). Esa fe de Dios, que es fruto de la fe y del bautismo, y que se experimenta de modo eficaz en la celebración litúrgica, cuando "presentamos a Dios nuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias" (segunda lectura). 4) Finalmente, alegrarse porque Juan el Bautista, el precursor, proclama la Buena Nueva de Cristo (evangelio) y, con él y como él, todos los precursores de Cristo en la sociedad y en el mundo. Por todo ello, podemos decir que el cristianismo es la religión de la alegría. Pero, alegría en el Señor, como nos recuerda san Pablo.

La alegría del precursor. La alegría de Juan el Bautista está expresada mediante tres imágenes. La imagen del patrono y del siervo, con lo que indica la superioridad de Jesús sobre Juan. Jesús es como el patrón que cuando llega del campo o de la ciudad tiene a su disposición un siervo (Juan el Bautista) que le desate la correa de las sandalias. Juan está alegre porque el Mesías, su patrono, está por llegar. Usa también la imagen del agricultor que al llegar el verano, siega las espigas, las trilla, separa mediante el bielde el grano de la paja, guarda el grano y quema la paja. La alegría de Juan es la alegría de quien recoge el fruto de su trabajo, el fruto de tantos otros profetas que prepararon junto con él la venida del Mesías. Por último, Juan se alegra porque, mientras él bautiza en agua, el que está por venir, es decir, el Mesías, bautizará en Espíritu santo y fuego. O sea, en Espíritu santo que es fuego purificador del pecado, fuego impulsor y difusor de grandes empresas. En el bautismo el cristiano recibe al Espíritu, uno de cuyos primeros frutos es la alegría.

El evangelio de la alegría. Reflexionando sobre la perícopa evangélica, el evangelio de la alegría se dirige a todo tipo de personas: a la gente en general, a los publicanos, a los mismos soldados. Este evangelio consiste sobre todo en la donación y amor al prójimo, que cada categoría debe vivir según sus circunstancias. Así la gente es invitada a compartir con los más necesitados el vestuario y la comida. Los publicanos vivirán el amor fraterno cobrando los impuestos con exactitud y justicia, sin adiciones egoístas de lucro personal. Respecto a los soldados, por un lado que estén contentos con el salario que reciben, suponiendo que es justo; por otro lado, que a nadie extorsionen y a nadie denuncien falsamente. En resumen, el evangelio de la alegría se implanta y produce frutos magníficos allí donde se vive el mandamiento del amor, cada uno según su profesión y su condición de vida.


SUGERENCIAS PASTORALES

Alegrarse ya del futuro. Sofonías anuncia la liberación de Jerusalén y Judá, pero todavía no ha llegado. Con todo, ya el mismo anuncio debe ser causa de alegría. Juan Bautista goza ya por anticipado de la venida del Mesías, aunque todavía no se haya hecho presente. Los cristianos vivimos con alegría este período de adviento, aun a sabiendas de que la Navidad no ha llegado todavía. Los cristianos estamos afincados en el presente, pero con la mirada puesta en el futuro, que ha de ser siempre fuente de alegría. Hay un viejo refrán que dice: "Todo tiempo pasado fue mejor". Ciertamente no es verdad, y menos para el cristiano. El cristiano, hombre de la esperanza, dirá más bien: "Todo tiempo futuro será mejor" y esto le infunde una grande alegría. Mejor, no precisamente por mérito de los hombres, sino por acción misteriosa y eficaz del Espíritu santo en la historia y en las almas. Mejor, porque el progreso científico, y sobre todo moral de la humanidad, sin olvidar la ambivalencia y deficiencias del progreso, contribuye de alguna manera al reinado de Dios en el tiempo y en la vida de los hombres. Y ¿cómo no alegrarnos del futuro si estamos convencidos de que el futuro está en manos de Dios, porque Él es el Señor de la historia y quien tiene en su poder las llaves del futuro? Incluso en medio de la prueba y de la tribulación, el futuro sonríe al cristiano maduro en su fe.

Alegría y paz. Amor, alegría y paz son dones del Espíritu Santo. En cuanto dones del Espíritu santo sería un error identificar el amor con el sentimiento amoroso o con los amoríos, la alegría con las alharacas y la paz con la ausencia de guerra, destrucción y muerte. La paz de Dios es algo, nos dice san Pablo, que supera toda inteligencia. Y lo mismo vale para la alegría. Siendo dones del Espíritu Santo, únicamente quien las ha recibido por la fe, está en condiciones de experimentarlas, conocerlas, poseerlas, disfrutarlas, transmitirlas. Hay una cierta reciprocidad entre ambos dones del Espíritu. La paz que habita en el alma del creyente inspira una alegría interior atrayente, que se manifiesta en el talante de la persona, que se contagia hasta con la sola presencia. Por su parte, la alegría de la que el Espíritu dota al creyente, transmite paz y orden en la vida, serenidad y armonía, y sobre todo una especie de ataraxía, de imperturbabilidad espiritual, que provoca en todos admiración. ¿Por qué no pedir al Espíritu Santo que nos conceda más abundantemente estos dones de la paz y de la alegría para prepararnos a la Navidad? Alegrémonos en el Señor. Vivamos la Paz de Dios. La Navidad está ya a las puertas.