IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Jer 1, 4-5.17-19; Segunda: 1Cor 12, 31 - 13, 13; Evangelio: Lc 4, 21-30

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Jesucristo, Jeremías, Pablo: Tres hombres con una única misión, cuyo vértice es Jesucristo, plenitud de la revelación y de la misión salvífica de Dios. En efecto, Jesús es el enviado del Padre para la salvación de los pobres, sin distinción alguna entre judíos y gentiles (evangelio). La misión profética de Jesús está prefigurada en Jeremías, el gran profeta de Anatot durante el primer cuarto del siglo VI a.C, de cuya vocación y misión, en tiempos de la reforma religiosa del rey Josías y luego durante el asedio y la caída de Jerusalén, trata la primera lectura. Pablo, segregado desde el seno de su madre, prolonga en el tiempo la misión profética de Jesús, poniendo el acento en el amor cristiano, como el carisma que relativiza todos los demás y que constituye la verdadera medida


MENSAJE DOCTRINAL

Características de la misión. Son varios los caracteres que los textos litúrgicos resaltan, al tratar de la misión profética. Subrayo aquéllos, que considero de mayor relevancia e incidencia en nuestro tiempo.

1. La misión viene de Dios. Es Dios quien dice a Jeremías: "Antes de formarte en el vientre te conocí; antes que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones" (Jer 1,5). Jesús en la sinagoga de Nazaret no se atribuye a sí mismo la misión, sino que la lee ya profetizada en las Escrituras, es decir, ya prevista por el mismo Dios. San Pablo, por su parte, sabe muy bien que todo carisma proviene del Espíritu de Dios, máxime el carisma por excelencia que es el del ágape.

2. Una misión en doble dirección. Por un lado destruir, por otro edificar (Jer 1, 10). Por un lado, el anuncio: proclamar la Buena Nueva a los pobres, por otro, la denuncia: ningún profeta es bien acogido en su tierra (evangelio). Por un lado, la devaluación de todo sin la caridad, por otro, la caridad como valor supremo (segunda lectura). Es la dinámica de la misión, y es la dinámica de la vida cristiana, desde sus inicios hasta nuestros días.

3. Una misión universal. Jeremías es llamado por Dios a ser "profeta de las naciones"; Jesucristo ha sido ungido por el Espíritu para ayudar a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos, y para proclamar a todos un año de gracia del Señor, es decir, un jubileo. Si Dios es creador y padre de todos, todos son por igual objeto de su amor y de su redención.

4. Una misión con riesgos. El riesgo principal de que los hombres no escuchen ni acepten el mensaje de Dios, comunicado por el profeta. El riesgo también está en ser maltratado, considerado enemigo público, tenido por aguafiestas y profeta de desventuras. La biografía de Jeremías está entretejida con episodios de este género. Jesús estuvo a punto de ser apedreado por los nazarenos, y Pablo vivió unas relaciones no poco tensas con los cristianos de Corinto, cuando les escribió su primera carta.

5. Una misión sin temor y con la fuerza de Dios. Dios dice a Jeremías: "No les tengas miedo... Yo te constituyo hoy en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce frente a todo el país". Jesús, ante los nazarenos que quieren despeñarle, nos dice san Lucas que, "abriéndose paso entre ellos, se marchó". ¡Qué valentía sobrehumana y qué poder de Dios en la actitud de Jesús! ¿Y acaso no muestra Pablo una fuerza divina cuando antepone el ágape cristiano a la ciencia, a la pobreza total, a las llamas, y a la misma fe?

6. Una misión que exige una respuesta. Puede ser una respuesta de rechazo, como en el caso de Jeremías: "Ellos lucharán contra ti" (primera lectura). Puede ser una respuesta doble, como en el caso de Jesús: por un lado, asentimiento y admiración, por otro, indignación y deseo de despeñarlo por un precipicio (evangelio). Y Pablo, en la segunda lectura, al proponer a los corintios el carisma de la caridad, no hace sino pedirles que respondan con generosidad a dicho carisma.


SUGERENCIAS PASTORALES

La misión cristiana, una provocación. Para el hombre, cualquiera que sea su circunstancia, toda propuesta que venga de Dios es una provocación, porque le saca de su rutina, de sus esquemas mentales, de su aurea mediocridad. Jesús provoca a los nazarenos, al herir su orgullo por no hacer en Nazaret los milagros realizados en Cafarnaún, y les provoca poniendo fin a los privilegios judíos y además dando preferencia a los gentiles, sobre los judíos, como sucede en los ejemplos que Jesús pone de Elías y Eliseo. El ágape que Pablo propone a la Iglesia de Corinto es una provocación mayúscula para aquellos griegos educados en el culto a la razón y al eros. Ser y vivir hoy como cristiano es también provocar, pero se trata de una provocación saludable. Hay que provocar inseguridad en la mentalidad, para que se realice una verdadera conversión, cambio de mentalidad, metanoia. Hay que provocar con la "debilidad" de todo hombre, para que adquiera relevancia y sentido en toda vida humana la fuerza y el poder de Dios. Hay que provocar con las baratijas de felicidad que los hombres compran en el supermercado de la sociedad o de la cultura, para que abran los ojos a la auténtica felicidad que está en Dios y que Dios nos da. Hay que provocar al hombre en sus miserias y ruindades, para que tome conciencia de su grandeza como imagen de Dios, como hijo de Dios. Si el cristianismo no provoca ni sacude al hombre en su interior, es que ha perdido fuerza revulsiva y mordiente, es que ha perdido su razón de ser en la historia.

El ágape cristiano, medida de todo. Un grave y frecuente error del hombre es confundir el contacto físico o la relación sexual, o el eros sentimental, con el amor, con el ágape. El amor cristiano no es un momento pasajero, epidérmico o sentimental, efímero como las hojas de otoño, insatisfactorio como todo "juego" egoísta y frecuentemente sensual. El amor cristiano reverbera corporal o sentimentalmente, pero su más pura esencia es interior, espiritual, divina. El amor cristiano es una actitud del alma que mide todo objeto, toda ciencia, toda relación, toda actividad, todo acontecimiento. ¿Es el amor cristiano la medida de tus relaciones con los demás, de tu vida familiar, de tu dinero, de tu trabajo o profesión, de tus diversiones? ¿Es el amor cristiano, en tu parroquia o en tu diócesis, el verdadero metro con que se miden todas las demás realidades parroquiales o diocesanas? Si el amor es la medida de todo, la medida del amor es un amor sin medida. ¡Cuánto queda todavía por hacer!