VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: 1Sam 26, 2.7-9.12-13.22-23; Segunda: 1Cor 15, 45-49; Evangelio: Lc 6, 27-38

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El punto de referencia de la liturgia de hoy parece ser la generosidad. Generosidad de David para con Saúl, que le perseguía para matarlo, impidiendo a Abisai darle muerte (primera lectura). Generosidad del cristiano para con todos los hombres, incluso hasta llegar a amar a los "enemigos" (evangelio), imitando de este modo la misericordia del Padre celestial. Finalmente, generosidad de Jesucristo que, siendo espíritu vivificante por su resurrección, nos hace a todos partícipes de su condición espiritual y celeste (segunda lectura).


MENSAJE DOCTRINAL

La lógica de la equivalencia. En la Biblia esta lógica aparece bajo dos fórmulas diversas. La primera se sitúa en el orden de la justicia frente al mal recibido. Es la ley del talión: "Ojo por ojo y diente por diente" (Ex 21, 24). Cuando fue formulada por primera vez significó un paso hacia adelante desde la venganza, que pedía devolver el doble, a la justicia que pedía equidad en devolver el mal recibido. Tal formulación no es cristiana, pues Jesús nos enseña: "No devolváis mal por mal" (cf. Mt 5, 38-42). Desgraciadamente, después de veinte siglos de cristianismo, hay no pocos cristianos que siguen aplicando la ley del talión. La segunda formulación la encontramos en el evangelio de hoy: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros". En el Antiguo Testamento, esta "regla de oro" se formula negativamente: "No hagas a nadie lo que a ti te desagrada" (Tb 4,15). La formulación de san Lucas es positiva, y no se sitúa en el plano de la justicia sino del amor. Es una regla muy buena, porque todos queremos para nosotros lo mejor. Se podría, por ello, formular de esta otra manera: "Si tú quieres ser tratado por todos de la mejor manera posible, trata tú a todos por igual". Es una formulación plenamente cristiana, pero todavía imperfecta e incompleta. Imperfecta porque el punto de referencia es el yo, el hombre. Incompleta, porque la expresión "los demás" se refiere, al menos en la mentalidad de los contemporáneos de Jesús, a los judíos, y excluye, por tanto, a los no judíos y también a los enemigos. La lógica de la equivalencia en el orden del amor es cristiana, pero la radicalidad de nuestra fe supera la lógica de la equivalencia y llega hasta la lógica del más.

La lógica del más. En cierta manera, hay figuras del Antiguo Testamento que viven en la lógica del más, aunque la formulación de esta lógica sea propia de Jesucristo. La primera lectura, en efecto, expone un gesto verdaderamente generoso de David para con el rey Saúl, que lo estaba persiguiendo a muerte: Teniendo ocasión de acabar con él, no lo hace "por ser Saúl el consagrado de Yahvéh". La lógica del más la formula Jesús en términos humanamente desconcertantes: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian" (Lc 6, 27-28) y "Vosotros amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio" (Lc 6, 35). La mente humana pide odiar a los enemigos, Jesús nos pide amarlos. La mente humana pide hacer el mal al que nos odia, Jesús pide que le hagamos el bien. La mente humana pide maldecir al que nos maldice, Jesús pide que le bendigamos. La mente humana pide reclamar el préstamo que se ha hecho a alguien, Jesús nos pide que prestemos, aunque no nos devuelvan lo prestado. La mente humana pide que devolvamos calumnia por calumnia, Jesús nos pide que devolvamos por calumnia oración. ¡Aquí está la esencia más pura del cristianismo! A esta escuela de cristianismo debemos ir todos los cristianos, porque pienso que todavía nos quedan muchas lecciones por aprender y vivir. En la segunda lectura nos hallamos en la lógica del más, de la generosidad, pero en una dimensión nueva, la dimensión de la eternidad. Cristo resucitado, vencedor de la muerte, nos prodiga a nosotros la lógica del más, haciéndonos partícipes de su vida de resucitado, es decir, otorgándonos el don de vencer la muerte y de entrar a vivir en un mundo regido por la vida y por el Espíritu de Dios. Quien vive la esencia del cristianismo, que es la caridad, tiene abiertas de par en par las puertas de la nueva vida.


SUGERENCIAS PASTORALES

Para el cristiano no hay enemigos, sino hermanos. La ley vigente en el cristianismo es la ley de la fraternidad. Todos somos hermanos, en el orden de la creación, porque todos tenemos un mismo Creador y Señor, que nos ha hecho a imagen y semejanza suya. Todos somos hermanos en el orden de la Redención, porque a todos nos ha redimido Jesucristo mediante su sangre derramada en la cruz, otorgándonos la gracia de llegar a ser hijos de Dios. De esta fraternidad universal nadie está exento, y donde hay fraternidad no puede haber enemistad. Hoy en día, hay hombres a quienes objetivamente podemos llamar "enemigos", en cuanto que se oponen o rechazan a los cristianos, no les permiten practicar su fe ni difundir su doctrina, los consideran enemigos del estado, aprovechan cualquier ocasión para criticar el cristianismo, hacen mofa en privado o en público de signos sagrados para los cristianos, etc.; pero subjetivamente, el cristiano no los considera enemigos, son hermanos, y por eso los perdona, los exculpa, los ama, reza por ellos. En definitiva, aplica el principio que nos enseña san Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal a fuerza de bien" (Rom 12, 21). En la vida cotidiana familiar, parroquial, profesional, este principio tiene innumerables aplicaciones y ocasiones para que se practique. Examínate. ¿Hay alguien a quien consideres "enemigo", porque te ha hecho una jugada sucia, porque cambió de partido político o de equipo de fútbol, porque te ganó en un puesto de trabajo mejor, porque piensa en ciertas cosas de manera distinta a la tuya? Convéncete de que, por ser cristiano, no debes tener enemigos, sino hermanos.

La verdadera revolución de la historia. A lo largo de los siglos se han realizado numerosas revoluciones: políticas, por ejemplo, el paso del imperio romano al imperio de los "bárbaros"; sociales, como la abolición de la esclavitud; económicas, como el paso de la revolución industrial a la revolución electrónica; religiosas, culturales, artísticas, etc. Cada revolución trae consigo un cambio de paradigma, de modelo en los modos de vida y en los comportamientos de los hombres. Por encima de todas estas revoluciones efímeras, devoradas lenta o rápidamente por el tiempo, subsiste y persiste en la historia una revolución permanente, que es la cristiana. En su esencia es una revolución auténtica y no superable, porque se ha realizado y continúa realizándose con el Amor, verdadero motor de la historia y último destino de la humana existencia. Quien sabe amar, quien no se cansa de amar, revoluciona su "pequeña historia" de familiares, amigos, vecinos, compañeros de club o de trabajo..., y, desde ella, revoluciona la gran historia de la humanidad. Su nombre no aparecerá jamás en los grandes libros de la historia, ni siquiera en los periódicos, pero con su amor está renovando continuamente al hombre, está colaborando a la "revolución cristiana".