Miércoles de Ceniza, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Joel 2, 12-18; Segunda: 2Cor 5, 20-6,2; Evangelio: Mt 6, 1-6.16-18

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

"En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios", nos exhorta san Pablo en la segunda lectura (2Cor 5, 20). Reconciliación es palabra clave en la liturgia del miércoles de ceniza. Reconciliación significa cambio "desde otro", por ello, implica la conversión a Dios y desde Dios, a la que llama el profeta Joel en la primera lectura: "Volved al Señor, vuestro Dios". Jesús en el evangelio interioriza las prácticas religiosas y penitenciales del judaísmo: la limosna ha de ser oculta; el ayuno, gozoso; y la oración, humilde. "Y el Padre que ve en lo escondido, te recompensará".



MENSAJE DOCTRINAL

La prioridad del corazón. Con el término corazón se quiere decir la interioridad, no en oposición, sino como venero de toda acción exterior de reconciliación y penitencia. Por ello, no hablamos de exclusividad, sino de prioridad. Con una expresión muy lograda, el profeta Joel aboga por esa prioridad: "Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras" (primera lectura). Es evidente que el profeta no entiende la expresión en modo excluyente, ya que en el versículo 15 continúa: "Promulgad un ayuno, purificad la comunidad, entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes", acciones todas ellas exteriores. El texto evangélico pone ante nuestros ojos a Jesús llevando al grado máximo de interioridad las tres prácticas típicas de la religión judía - y podemos decir que de toda religión, incluida la cristiana: 1) La limosna, que hoy podríamos traducir con caridad, solidaridad, asistencia social, voluntariado, es decir, todas las formas posibles de ayuda al necesitado. Jesús nos enseña el estilo propio de hacer caridad: en secreto, sin ostentación alguna, buscando únicamente complacer a Dios y llevar a cabo en el mundo su santísima voluntad. 2) La oración, es decir, todo el conjunto de actividades espirituales que ligan al hombre con Dios. Desde la santa Misa a la oración privada, desde la meditación a la oración litúrgica, desde el sacramento de la penitencia a las diversas formas de religiosidad popular. Para el cristiano lo que cuenta es que, cualquiera que sea la actividad espiritual, sea un verdadero encuentro con Dios Padre en la intimidad del corazón. 3) El ayuno, o sea, todo aquello que implique renuncia de uno mismo, desprendimiento de sí para ganar en disponibilidad para con Dios y para con el prójimo. Pueden ser los sacrificios voluntarios, las pequeñas molestias de la vida de cada día, el asumir con decisión y coraje las pruebas de la vida, la lucha constante y valiente contra las tentaciones... Aquí lo importante es el gozo espiritual con que se afrontan todas estas situaciones, un gozo que repercute en la actitud y en el comportamiento para con Dios y para con los hombres.

Ministros de reconciliación. "Somos embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros", nos dice san Pablo en la segunda lectura, y añade: "Ya que somos sus colaboradores, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios". San Pablo nos muestra la dimensión eclesial de la reconciliación. Es Dios quien pone en el corazón del hombre el don de la reconciliación (dejaos reconciliar por Dios), y es el hombre el que lo acoge (o lo rechaza), pero la Iglesia es el instrumento elegido por el mismo Dios para que nos esté recordando por medio de sus ministros este don extraordinario, y es al mismo tiempo la mediadora querida por Dios de toda reconciliación. Por eso, para la Iglesia es una exigencia de su fidelidad a Dios tanto el predicar en todas partes y de todos los modos posibles la reconciliación con Dios y entre los hombres, cuanto administrar eficazmente esa reconciliación por medio del sacramento de la penitencia y del perdón. La liturgia de hoy es una advertencia nítida a los obispos y sacerdotes para que siempre estemos preparados para promover la reconciliación, y disponibles para reconciliar al hombre con Dios y con sus hermanos por medio del sacramento.


SUGERENCIAS PASTORALES

Globalizar la reconciliación. Con este término se trata de extender la reconciliación a todos los hombres, en todas las latitudes y en cualquier estrato de la sociedad. Como católicos, hemos de reconciliarnos primeramente con nosotros mismos, con nuestra conciencia puesta delante de Dios y de su voluntad. A la vez, hemos de buscar la reconciliación dentro de la misma Iglesia católica, pues una persona o una comunidad no reconciliadas no podrán tampoco reconciliar a otros. Bajo el impulso y la guía del Santo Padre y de nuestros Obispos hemos de promover la reconciliación con todas las comunidades cristianas separadas de la Iglesia católica: con nuestra oración, con nuestro testimonio, con nuestra solidaridad, con nuestra ayuda material o espiritual. Se ha de promover por igual la reconciliación con los miembros de otras religiones (judíos, musulmanes, budistas, hinduistas...). Es probable que dentro de nuestras mismas parroquias haya miembros de otras Iglesias cristianas, o de otras religiones: habrá que comenzar por ellos el impulso y el deseo de reconciliación. ¿Cómo? Tratando de realizar las formas que nuestros obispos o párrocos nos señalan; pero además, el Espíritu inspirará a cada uno otras formas concretas, personales o grupales de hacerlo. La reconciliación global abarca otros sectores de la vida, además del religioso: reconciliación del Norte más desarrollado y del Sur, que lo está menos, a nivel mundial o a nivel nacional; reconciliación entre laicistas, no pocas veces hostiles a todo sentido religioso, y creyentes, que a veces exageran los comportamientos laicistas; reconciliación entre los emigrantes, provenientes de países en guerra o en condiciones económicas mínimas, y los habitantes de los países que los acogen; reconciliación en los estadios de fútbol entre los hinchas de un equipo y de otro, del equipo nacional de diversos países...Una cosa además quede clara: La globalización de la reconciliación excluye cualquier consecuencia negativa.

La reconciliación permanente. El fenómeno de la globalización reclama una reconciliación permanente, en constante reciclaje. El hombre, las comunidades humanas no se reconcilian de una vez para siempre, sino que necesitan mantenerse en actitud continua de reconciliación. En la reconciliación sucede lo que en el amor: si no se alimenta, se enfría, se arrutina, y muere. Día tras día hay que renovar la actitud del alma hacia la reconciliación, y hay que ejercitarse en actos de reconciliación, por pequeños que sean, para mantenerla viva y para hacerla crecer. ¿Cuántas ocasiones tienes al día de practicar la reconciliación? No lo sé, pero seguramente más de una. No la dejes pasar. Aprovéchala. Para llegar a crear en el alma una actitud de reconciliación se requiere haberla practicado, sin cansancio, en muchas ocasiones. ¿Por qué no reflexionar, al final del día, si has tenido alguna oportunidad de reconciliarte con Dios, porque le has fallado en algo, o has sido menos generoso con Él? ¿si has tenido alguna ocasión de practicar la reconciliación con los demás (familiares, vecinos, emigrantes, cristianos de otras Iglesias, mendigos...) y si la has sabido aprovechar? ¡Una reflexión que puede cambiar bastante tu vida y la de tu entorno!