III Domingo de Cuaresma, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Ex 3, 1-8.13-15; segunda: 1Cor 10, 1-6.10-12 Evangelio: Lc 13, 1-9

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Las lecturas de hoy nos describen algunos rasgos del Dios cristiano. En la primera lectura Dios aparece como fuego que no se consume y se define a sí mismo: Yo soy el que soy. El evangelio por su parte nos presenta un Dios misericordioso que desea ardientemente la conversión del pecador, que sabe esperar antes de intervenir con su justicia. El Dios cristiano es también un Dios providente, que nos pone ante los ojos la historia de Israel para que estemos atentos y nos mantengamos en pie (segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

Dios es fuego que no se consume. En la mentalidad antigua el fuego es símbolo de poder y de fuerza divinos. En el Antiguo Testamento es además símbolo de la presencia divina en la creación (el sol, el rayo...) y en el entramado histórico de los hombres. Puesto que Dios es eterno, el fuego de su presencia y de su poder no puede consumirse. ¡Qué hermosa manera de expresar la cercanía constante de Dios para con Moisés y para con los descendientes de Israel! La presencia poderosa de Dios entre los suyos, llega a plena realización en el momento en que el Verbo mismo de Dios se encarna en el seno de María y se hace en todo semejante al hombre, a excepción del pecado. Jesús, durante su vida pública, dirá: He venido a traer fuego a la tierra y ¿qué es lo que quiero sino que arda?. Se trata del fuego que es Dios mismo, en su misteriosa proximidad al hombre; un fuego, que debe llamear, como una bandera enhiesta, en el corazón de la historia y de cada ser humano.

Dios se define a sí mismo como el que es. Yahvéh dice a Moisés: Dirás a los israelitas: Yo Soy me envía a vosotros. El fuego de Dios no es destructor, sino amigo y benefactor del hombre, en quien el hombre puede poner su confianza. Sin excluir una posible interpretación esencial del nombre divino revelado a Moisés, parece más apropiada, teniendo en cuenta el contexto, una interpretación existencial. Como si Moisés dijera a los israelitas en Egipto: Me manda a vosotros el Dios en quien podéis tener la confianza y total seguridad de que os va a liberar. No sólo para los israelitas en Egipto, sino también para los judíos en otras épocas de su historia y para los cristianos en diversas ocasiones de estos veinte últimos siglos, la situación puede aparecer desesperada. No hay horizontes, no hay casi esperanza. ¿Quién podrá salvarnos? ¿Quién podrá sacarnos de esta situación angustiosa? Dios ha repetido y seguirá repitiendo hasta el fin de los tiempos las mismas palabras que hallamos en la primera lectura: Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: ‘Yo Soy’ me envía a vosotros. La confianza en estas palabras divinas renueva constantemente la historia.

Un Dios que anhela la ‘conversión’ del hombre. Primeramente Moisés ‘se convierte’ a Yahvéh y se pone en marcha hacia Egipto para llevar a cabo, de parte de Dios, la liberación de los israelitas. Jesús en el evangelio nos advierte que Dios no ama el castigo (los galileos asesinados en el templo y los 18 jerosolimitanos muertos al desplomarse la torre de Siloé, no murieron porque Dios los castigó), sino el arrepentimiento y la conversión. La historia de Israel y la historia del cristianismo son para todos nosotros una invitación fuerte a la conversión. Porque, como nos dice el evangelio, si no os convertís, pereceréis.

Un Dios paciente, que sabe esperar. Dios sabe que convertirse de verdad no es fácil, ni cosa de unas horas o días. Porque conoce el interior del hombre, Dios sabe esperar, no tiene prisas, cuando ve una disposición sincera para la conversión. La parábola de la higuera, narrada por Jesús en el evangelio, es de gran consuelo para el hombre débil, y no pocas veces estéril en sus esfuerzos de conversión. Dios no sólo espera, además actúa en la conciencia humana para que se convierta y dé frutos. ¿Será el hombre tan ingrato ante tanta bondad y misericordia de Dios? Somos cristianos. No olvidemos que con Cristo ha llegado la plenitud de los tiempos, como nos recuerda la segunda lectura. Con la plenitud de los tiempos llega también la plenitud de la paciencia divina. ¿La rechazaremos? Señor, líbranos de este mal, el mal supremo.

SUGERENCIAS PASTORALES

Saber esperar al estilo de Dios. Un gran pecado del apóstol, del cristiano comprometido, del misionero es o puede ser la impaciencia, la incapacidad para esperar el momento de Dios. Un párroco, por ejemplo, puede sentirse impaciente ante ciertas situaciones por las que pasa la parroquia: padres que no bautizan a sus hijos, bautizos más sociológicos que religiosos, parejas de hecho o casadas sólo civilmente, notable disminución de la natalidad, ignorancia religiosa de los fieles, presencia activa y destructiva de los Testigos de Jehová, desintegración familiar, disenso sobre ciertas verdades de fe y de moral cristianas... ¿Para qué seguir, si son problemas diarios en la vida de un párroco? Ante todo, conviene decir que junto a los problemas existen hechos confortantes dentro de la misma parroquia: una fe más madura y responsable, núcleos de vida cristiana renovada y floreciente, presencia generalmente positiva de grupos y movimientos eclesiales, creciente ayuda económica y moral a los más necesitados, etc. ¿No son estos hechos signos claros de esperanza? Ante los problemas, que son muy reales, no perder los estribos; mucho menos, gastar las propias energías en lamentarse, impacientarse, mirar hacia el pasado... Hay que actuar, sí, actuar y saber esperar. Actuar con fe y con amor, los medios más eficaces para cambiar la vida de los hombres. Esperar, sin prisas y sin pausa. Jamás decaer en la espera y esperanza. En la paciencia, nos dice Jesús, poseeréis vuestras almas; en la esperanza encontraremos nuestra salvación y la de nuestros hermanos.

No cesar de predicar al Dios cristiano. Dios es uno solo, por eso el Dios cristiano tiene rasgos comunes con el Dios en el que creen los judíos o los musulmanes. A pesar de ello, hay también aspectos diferenciales, que de ninguna manera deben ser callados. Hay que hablar del Dios presente y cercano al hombre, del Dios misericordioso que sabe esperar... Y hay también que hablar del Dios que, siendo uno, coexiste en tres personas, algo que constituye el rasgo más diferencial de nuestra concepción cristiana de Dios. Por otro lado, es verdad que hay que hablar de problemas morales, de cambios de mentalidad, de laicismo y liberalismo ideológicos..., pero ¿no será algo mucho más importante hablar de Dios? El cristianismo no es un sistema moral, que implica una religión; el cristianismo es ante todo y sobre todo una religión, una fe, de la que se deduce una moral, un modo de vivir y estar presente en el mundo y en la sociedad. Puede ser que hablando más del Dios vivo y verdadero, algo cambie también el modo de vivir y de pensar de nuestros contemporáneos. ¡Acepta el reto!